ARTICULOS

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Este es un blog temático que integra el multiespacio de nuestra ONG. En este espacio se publican textos que estimamos pueden ser de interés para quienes sirven en el área de la Pastoral Familiar.

No necesariamente nos identificamos y adherimos a la totalidad de las opiniones expresadas por los autores, pero respetamos la diversidad de cosmovisiones que coexisten en la sociedad y apreciamos que esa pluralidad constituye un aporte valioso para el debate de ideas y la reflexión responsable.
Adolescencia y juventud. Revisando nuestro liderazgo.

Este escrito pretende desplegar algunas ideas sobre los modos de encuentro que se pueden producir entre un joven adolescente y su líder. En primera instancia nos interrogamos sobre los modos paternalistas que inhiben toda posibilidad de encuentro. En segundo término describimos el dialogo de Jesús con el joven rico para estimular nuestra reflexión sobre la potencia de la heterogeneidad en todo encuentro. Por último se intenta pensar sobre el alcance de nuestras intervenciones a la luz del ejemplo de Cristo.

Palabras clave:
Encuentro. Heterogeneidad. Nueva mirada. Implicación.

¿Cómo mira el líder de adolescentes a sus jóvenes? ¿Por qué la mayor preocupación del líder es prevenir a los jóvenes sobre los peligros que lo rodean? ¿Por qué el mayor énfasis de los discursos del líder cristiano es alertar sobre las conductas que ayudan a una mayor santidad?

Existen en las intervenciones de los líderes prácticas paternalistas que sustentan ideas como: el joven es un ser en transición, incompleto, inseguro de sí mismo. Esta mirada pone el acento en la potencialidad de lo que puede ser y moviliza al líder a sugerir, prevenir, acompañar en relación a su experiencia personal.

La acción del liderazgo se convierte en la necesidad del propio adulto de equipar, a través de su experiencia, cuales son los mejores caminos para transitar una vida más plena, o sana, o santa. Esta necesidad inhibe, debilita, el encuentro con el joven y construye una representación de la juventud desde una perspectiva adulto céntrica.

Se piensa y se acciona caracterizando al joven desde la falta, las ausencias, atribuyéndolas estas percepciones adultas a la esencia del ser joven. Estas ideas son estigmatizadoras de la juventud.

Desde esta mirada y desde estas intervenciones no se reconoce al joven como un ser con capacidades propias y lo que es más grave se transforma en un obstáculo para el acercamiento y el conocimiento del otro.

Cuando el otro es considerado como una persona completa, como otro legítimo, como otro imagen de Dios, el encuentro posibilita a ambos compartir las experiencias de las verdades de Cristo para seguir creciendo. En esta heterogeneidad se construye, se aprende, se piensa.

Jesús es un maestro sobre esta idea de encuentro. Su respeto del diferente, su valoración del otro, su comprensión de la vivencia que tiene el otro y su escucha atenta sobre lo que sabe y comunica el otro propiciaba esta experiencia vital de encuentro.

La característica del encuentro es la capacidad de ligarme al otro desde lo que hay en él y en mí, y juntos construir desde esa heterogeneidad. Viene a mi mente la idea de Pedro sobre la multiforme gracia de Dios en nosotros. Idea potente en compartir en la heterogeneidad. La gracia, ésta gracia de la que habla el apóstol no se traduce en un cargo eclesial “de crecimiento y responsabilidad en el servicio a otros”; sino que el don de Dios son personas unidas a otras personas sirviéndose en amor.

¿Cómo fue el encuentro de Jesús con el joven rico? Quisiera tomar el pasaje de Mateo. Me ayuda a desplegar mayores indicadores de una relación de encuentro.

El joven conocedor de las escrituras va al encuentro de Jesús. Lo reconoce como maestro bueno. Jesús subraya el valor de la deidad con su primera pregunta. “¿Porqué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios” deja abierta la puerta para que el joven pueda seguir buscando la verdad mesiánica, el Jesús hijo de Dios, el Jesús Dios mismo. Una repregunta, una apertura para pensar.

Siguiendo el relato de Mateo observamos que la escucha de Jesús está atenta al decir y a la necesidad que plantea el otro: “Mas si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos”. El Cristo introduce al diálogo otra enseñanza. Habla de la vida como integralidad del ser, no solo la conducta espiritual, el reconocimiento y obediencia a las reglas, sino la trascendentalidad de la vida en Dios.

Al mismo tiempo la respuesta “guarda los mandamientos” conectaba al joven con su saber y le posibilitaba una mayor reflexión y relación entre lo que conocía y su búsqueda, pero desde otro lugar. Jesús estaba dialogando más allá de la repetición de lo conocido. Los mandamientos tan bien conocidos, por el joven, y hasta el momento tan religiosamente cumplidos; tomaban otra dimensión en la conversación que mantenían. Ahora guardar era una entrega de la vida.

Las respuestas de Jesús estaban tan ligadas a la necesidad, conocimiento y experiencia del joven que lo movía a éste a seguir preguntando. El decir de Jesús lo motivaba a querer comprender. El diálogo mantenía la fuerza de un encuentro que potenciaba los propios recursos que el joven tenía y la fuerte vivencia de entrega del mismo Jesús.

Esta expresión desde otro lugar significa que lo que el maestro trasmitía era la pasión de una experiencia vivida e introducía nueva mirada a lo que ya se conocía.

El joven pensaba en una dimensión diferente. Hasta ese momento guardar pareciera que le significaba conocer para obedecer. Estaba deseoso de conocer para obtener la vida eterna. Pensaba que le faltaba algo más. Entonces pregunta ¿cuáles? Serían otros porque él ya había guardado desde su juventud los mandamientos de Moisés. Era tal el encuentro entre la necesidad del joven y la persona del maestro que seguía preguntándole.

Su última pregunta comprometía su vida. El quería hacer algo. Sin duda estaba acostumbrado a una relación de obediencia a la ley. Jesús le proponía un modo diferente, Jesús proponía una vida de entrega. Jesús vivía ese estilo de vida.

Marcos en el capítulo 10 de su Evangelio expresa que el maestro mirándole le amó, luego respondió.

Podemos seguir pensando en lo que expresó Jesús a sus discípulos cuando el joven se fue triste, pensar en la condición del rico. También podemos desplegar desde esa enseñanza otros obstáculos para decidir seguirle. Y pensar en la actitud religiosa que cierra toda posibilidad de encuentro con la vital experiencia de seguir a Cristo.

Desde la belleza de este pasaje, y la potencia de encuentro que Jesús establecía; podríamos preguntarnos: ¿Como posibilitamos encuentro con ese adolescente joven que conocemos? ¿Nuestra vida trasunta una vida de entrega 0 obediencia a la ley? ¿Nuestra escucha valora sus recursos como persona? ¿Nuestro decir amplía los horizontes de una relación con Cristo? ¿Qué introducimos mientras dialogamos? ¿Es tal nuestra escucha que podemos abrir preguntas sobre lo que el otro me dice? ¿Lo que pregunto o digo permite seguir pensando juntos? ¿Digo lo que creo que debe saber o valoro su saber y experiencia para introducir enseñanza?

Para que un encuentro se produzca debe existir implicación. La intervención que ocurra en el dialogo, si existe implicación, está más sujeta a pensar con el otro que a interpretarlo en relación a nuestro saber o representaciones sobre él. Y este pensar con el otro nos obliga a una reflexión ética sobre nuestra acción pastoral. Porque liderar jóvenes es justamente, pastorear.

Bibliografía:
Anderson, N. T., Miller, R., y Travis, P. Rompe las ataduras del legalismo. Casa Creación. 2004.
Bickle, Micke. Conforme al corazón de Dios. Casa Creación. 2004.
Lutero, Martín. Meditación El fruto de la fe en Su Pasión. Casa Creación. 2004.
Ranciére, Jacques. El maestro ignorante. Editorial Laertes. 2003.
San Agustín. Meditación Nada sin El en Su Pasión. Casa Creación. 2004.
Schipani, Daniel. El reino de Dios y el ministerio educativo de la iglesia. Editorial Caribe. 1983.
Snyder, Howard A. La comunidad del Rey. Editorial Caribe. 1985.

Esp. Virginia E. Acuña (Pedagoga. Psicoterapeuta. Ex Directora de Eirene Argentina)
2005
Noviazgos (y matrimonios) sin violencia.

En nuestra aldea global se observan nítidas manifestaciones de que todavía las mujeres siguen siendo desconsideradas, desestimadas, agraviadas, golpeadas.

La violencia contra la mujer subsistirá mientras no existan nuevos valores en la sociedad que destierren definitivamente las concepciones patriarcales de la sociedad. Estos valores sociales, para los cristianos, deben emanar de la concepción que la propia Biblia tiene de la persona (sea mujer, sea hombre) como imago Dei, lo cual le da una dignidad máxima.

A pesar de lo que se enseña en la mayoría de las iglesias, los valores bíblicos no paralizan a la mujer, no destruyen su autoestima, no la restringen a roles domésticos, aunque todavía haya religiosos que la quieran reducir a la inferioridad, a la obediencia al hombre, al miedo.

En este contexto, podemos aproximarnos a lo que ocurre en el noviazgo. Mientras se van conociendo y confirman el amor recíproco, los novios tienen el desafío de diseñar el proyecto común que posiblemente inicien; y que debe ser distinto a los modelos de sus respectivas familias de origen.

Deben saber que, en el hogar cristiano, el esposo y la esposa deben someterse mutuamente en la búsqueda de satisfacer las necesidades (físicas, emocionales, sociales, intelectuales, espirituales) y las expectativas del otro. Ningún cónyuge debe intentar dominar al otro, sino que cada uno (en lo público y en lo privado) debe procurar ser siervo del otro, considerando humildemente al otro como superior que uno mismo.

Ambos deben tomar las decisiones de común acuerdo y buscar la resolución de sus conflictos con métodos bíblicos, sin imposición de la voluntad de un cónyuge sobre el otro. Los esposos deben evitar el uso inadecuado de la autoridad y el poder de parte de alguno de ellos.

Ambos deben aprender a compartir los derechos y las obligaciones que conlleva el coliderazgo en el hogar sobre el fundamento de los dones, la experiencia y la disponibilidad, considerando y respetando sus capacidades y su complementariedad.

En el hogar cristiano, entonces, sí debemos encontrar: amor y sometimiento recíproco, compañerismo, libertad para apartarse de una tradición no bíblica y gozarse en una corresponsabilidad en Cristo, valoración propia de cada uno, comunicación familiar directa y congruente, etc.

Así, la pareja compartirá un estilo de vida sustentado en los valores éticos del Reino. Los esposos tendrán muchas más posibilidades de éxito cuando esta cosmovisión comienzan a percibirla y compatibilizarla en el noviazgo.

Resulta mucho más sencillo pertenecer a un matrimonio con esta impronta cuando el noviazgo es un verdadero campus de entrenamiento y preparación para la probable etapa siguiente; y en él, no es pertinente ninguna modalidad de violencia. Ni una palabra degradatoria. Ni una bofetada. Ni propugnar un modelo verticalista, legalista, restrictivo.

La violencia es un fenómeno muy complejo, con muchas facetas, pero el eje, el núcleo, es el poder; el poder sobre el otro; tenerlo bajo control.

Resulta paradójico que la familia diseñada por Dios como fuente de bendición, sostén, contención, etc. de pronto se convierte en un núcleo amenazante y peligroso para la salud, integralmente considerada. La esperanza de ser aceptado, alimentado, amado incondicionalmente se confunde (y diluye) en una oleada de insultos, agresiones, olvidos, indiferencia.

La violencia no es una forma válida ni aceptable para expresar ira, descontento, frustración; es, más bien, una forma equivocada de las relaciones de poder y una expresión de dominación. Por lo tanto es nuestro deber, ineludible e inmediato, el oponernos en las maneras que podamos a su legitimidad cultural. Los cristianos debemos traducir el sueño de Dios para este mundo confundido: su sueño de paz, de inclusión, de compasión y de amor para todos, mujeres y hombres por igual.

Cada persona debe evaluar introspectivamente su propia forma de vivir y ajustar sus acciones a lo que Dios espera. Oremos para que nos ayude a erradicar de nuestra vida todos los actos de violencia que humillan y dañan, a veces, hasta a quienes más amamos.

Hay varios factores para que persista la violencia contra la mujer. Uno de los principales son los modelos aprendidos en familia. Todos aprendemos a ser familia en la familia en que vivimos. Si esa familia permite la violencia, entonces el modelo de amarse y quererse como familia incluye la violencia.

Esto no significa, que bajo la gracia de Dios, ambos géneros sigamos empantanados en situaciones que producen dolor, tristeza, desesperanza. Todos tenemos que contribuir en la deconstrucción de una cultura perversa instalada en la sociedad y en las propias comunidades de fe.

Las mujeres necesitan romper los modelos familiares y eclesiales que les instan a sujetarse, callarse, resignarse, dedicarse exclusivamente a la educación de los hijos. Deben aprender a rechazar todo autoritarismo de su pareja, participar activamente en todas las decisiones y resolver conflictos sin responder ellas mismas con modos violentos.

Los hombres necesitamos nuevos modelos de ser hombres. Vivimos una crisis de masculinidad. Los hombres también recibimos pésimos modelos familiares y eclesiales de ser hombre. El modelo machista, de estar constantemente probando que uno es fuerte, sin demostrar emociones, sin pedir ayuda, sin reconocer errores, nos hace daño también a nosotros.

Finalmente ¿qué deben hacer las personas que sufren violencia en sus noviazgos? Entre otras estrategias posibles podrían:

* Orar a Dios y buscar su guía para enfrentar esas situaciones de maltrato que, abierta o subrepticiamente, ocurren en la pareja.

* Denunciar los hechos, como persona víctima de un delito penal, ante las autoridades pertinentes. Esto posibilitará que el sistema jurídico en vigencia la proteja.

* Asesorarse con personas de su confianza suficientemente entrenados (Abogado, Facilitador eclesial, Terapeuta, etc.).

* Romper el silencio cómplice.

* Advertir que el plan de Dios no incluye ninguna modalidad de violencia. Ni física. Ni emocional. Ni verbal.

* Propiciar una revisión de los criterios de comunicación y de resolución de conflictos, negociando nuevas pautas de interacción.

Mientras adoramos, anunciamos las buenas nuevas de salvación, servimos en el Reino, etc. Dios quiere que vivamos plenamente felices. Ni el que ejerce algún formato de violencia, ni el que la sufre son felices.

El noviazgo (y obviamente, el matrimonio) es una construcción de ambos. No te olvides.

Dr. Esteban Echeverría Cabezas (2007)

De la rivalidad y opresión a la igualdad y confianza.

Parte I

Hablar de la «perspectiva cristiana» es hablar de cómo los cristianos perciben, aprecian, valoran y viven la relación hombre-mujer. «Perspectiva» indica la manera en que se percibe un objeto desde una posición dada. «Cristiana» define esa posición: el compromiso con Jesucristo como Señor y el deseo de ser fieles a la revelación bíblica.

Al iniciar este artículo, reconozco que sería utópico esperar que todos nos pongamos de acuerdo sobre el tema; reconozco que existe toda una gama de opiniones, y que cada posición afirma representar la «perspectiva cristiana». Si todos somos cristianos, ¿cómo es que hay tanta divergencia de opinión sobre la cuestión de la relación hombre-mujer en el ministerio y el liderazgo de la iglesia o en la distribución de roles y responsabilidades en la familia? Aunque todos somos cristianos, cada uno forma sus opiniones bajo la influencia de muchos factores variables que constituyen el marco dentro del cual interpreta la Escritura: su formación cultural, la enseñanza que ha recibido de su denominación o su iglesia local, su sexo, su experiencia de vida. Y para los que han estudiado el tema, depende de su hermenéutica: con qué criterios lee e interpreta la Biblia y aplica sus enseñanzas a la vida real.

No cuestiono la sinceridad ni el deseo de ser fieles a la revelación bíblica de los que sostienen posiciones diferentes, pero la realidad exige que estudiemos con seriedad la totalidad de la revelación bíblica para formular lo que humildemente llamamos nuestra «perspectiva cristiana» sobre la relación hombre-mujer. No es suficiente basarla en dos o tres pasajes paulinos, ignorando el panorama más amplio de la revelación bíblica. Tampoco es suficiente conformarnos con una exégesis que puede ser correcta pero que no responde a los desafíos actuales.

1. Hombre-mujer en la Iglesia, la comunidad del Espíritu.

La Iglesia se define como la comunidad del Espíritu Santo, como «la nueva humanidad». Es la presencia del Espíritu la que toma un grupo de individuos y forma con ellos una comunidad solidaria que, mediante su estilo de vida y su testimonio hablado, lleva el mensaje del Evangelio a todos los rincones del Imperio Romano. Esta comunidad comienza a tomar forma consolidada el día de Pentecostés como la conjunción de dos realidades: 1) el seguimiento de Jesús como Señor de parte de los que habían compartido con él su vida, muerte, resurrección y ascensión; y 2) la presencia del Espíritu Santo de manera nueva en su vida personal y comunitaria. Cada uno de estos elementos apunta a una nueva relación hombre-mujer en esta nueva comunidad cristiana, característica de la nueva humanidad.

1. El seguimiento de Jesús. De la vivencia con Jesús sus discípulos —hombres y mujeres— habían experimentado y aprendido una nueva relación entre los sexos, distinta de la común en la sociedad judía. Habían visto que Jesús valoraba a las mujeres, usaba su poder para sanarlas, ilustraba sus enseñanzas con ejemplos comunes de su vida diaria, las incluía en su grupo de seguidores, aceptaba su ayuda económica y material (Lc 8.1ss.), les enseñaba verdades espirituales profundas (Jn 4). ¡Hasta enseñó a Marta y María que era más importante escuchar sus palabras que cocinar, y confió a las mujeres la primera noticia de su resurrección! En su trato con las mujeres, Jesús desafió las convenciones de su sociedad hasta el límite, pero sin entrar en conflicto sobre cuestiones que no eran esenciales a su misión. Estos seguidores de Jesús, hombres y mujeres, aprendieron también un nuevo estilo de vida modelado en el significado de la vida y la muerte de su Maestro: «Ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mr 10.45). Así sus seguidores aprendieron el valor de cada ser humano, hombre y mujer por igual, y su lugar en el grupo de los seguidores de Jesús; así estaban preparados para el próximo paso en la formación de la nueva comunidad.

2. El Espíritu Santo. Después de la ascensión de Jesús, la llegada del Espíritu Santo a los miembros del grupo de sus seguidores produjo en ellos un cambio radical y sentó las bases de la vida comunitaria de la iglesia. Con las palabras del profeta Joel, Pedro explicó el evento: El Espíritu llega con poder y, entre otras señales, «profetizan» hombres y mujeres («los hijos y las hijas», «mis siervos y mi siervas», Hch 2.17 y 18 citando Joel 2.28–32). Es significativo que aún en tiempos de Joel se preveía que en la «nueva humanidad» del Espíritu hombres y mujeres por igual comunicarían los mensajes de Dios al pueblo.

Es significativo, también, que los escritores de las epístolas apostólicas del Nuevo Testamento nunca discriminan entre dones espirituales reservados para los hombres a diferencia de los dados a las mujeres (cf. Ro 12, 1Co 12, Ef 4, 1Pe 4). Los dones del Espíritu no tienen sexo ni género. Como la gracia de Dios provee un solo camino de salvación para hombres y mujeres, tanto como para judíos y gentiles, amos y esclavos (Ga 3.26–4.7), por gracia el Espíritu da sus «dones de gracia» (carismata) a todas las personas que entran por ese camino (1 Co 12.7; 1 Pe 4.10). Y su relación con Jesucristo como Señor demanda que toda persona cristiana sea buena administradora de la gracia que ha recibido, utilizando su don de gracia en el servicio de los demás. Hay una variedad de dones, los cuales Pedro resume en dos categorías: hablar y servir; pero no reserva el primero (hablar) para los hombres y el segundo (servir) para las mujeres. En Hechos y en las epístolas se encuentra una comunidad de creyentes en la cual hombres y mujeres experimentan la misma reconciliación con Dios, ejercen los mismos dones en su servicio, con gozo dan testimonio de su fe y a veces pagan con su vida (Hch 1.14, 8.3, 9.2; Ro 16; Fil 4.2s., etc.).

2. Hombre-mujer en el plan de Dios.

La nueva humanidad es una nueva realidad, una nueva relación entre hombres y mujeres, creadas por Jesucristo en su vida, muerte y resurrección, y por la acción del Espíritu Santo en la vida de sus seguidores. Surge ahora una pregunta: ¿Por qué era necesario algo nuevo? ¿No hay un «orden de creación» vigente?

Mi tesis es que esta nueva relación hombre-mujer no es tan nueva: en Jesucristo y en su Iglesia, como señal del Reino de Dios, se restaura la relación establecida por Dios en la Creación, una relación de igualdad, complementariedad y mutualidad, pero una relación quebrantada por el pecado y necesitada de restauración.

1. Génesis 1. Los fundamentos de esta relación se describen en el libro de Génesis. Del primer capítulo (1.26–30; cf. 5.1 y 2) surgen varios principios: 1) la humanidad («hombre» en sentido genérico, o «criatura de la tierra») es una creación directa de Dios, creada a su «imagen y semejanza»; 2) esta humanidad fue creada en dos sexos distintos: hombre y mujer, iguales pero no idénticos, los dos son portadores de la imagen y semejanza de Dios; 3) los dos recibieron la bendición de Dios, quien les habló directamente; 4) los dos también recibieron el doble mandato de parte de Dios: la procreación de la humanidad («Sean fructíferos y multiplíquense») y la representación de Dios mismo en el ejercicio de la mayordomía y autoridad sobre la naturaleza («dominen» o «ejerced potestad»).

No hay ninguna indicación de que la mujer tiene mayor responsabilidad en la esfera de la reproducción, o que el hombre es el único responsable para cumplir con lo que se ha llamado «el mandato cultural», el desarrollo de los recursos naturales y culturales. Los dos comparten la misma naturaleza espiritual y la misma relación con Dios; son igualmente responsables ante Dios. Su existencia como ser humano creado a la imagen de Dios trasciende la especificidad de su sexo; su realización como ser humano depende del cumplimiento de su vocación como persona en obediencia a Dios.

Convendría aquí hacer dos aclaraciones. 1) Dios, el creador del sexo, trasciende toda polaridad sexual. Aunque se han usado formas gramaticales masculinas para referirse a Dios, no se puede afirmar que Dios es masculino. Dios es Creador, no procreador, de la raza humana. En su persona se combinan características que hoy día denominamos o masculinas o femeninas, pero esto simplemente refleja conceptos de nuestra cultura. 2) Génesis 1 no deja lugar a dudas acerca de la diferenciación sexual de la humanidad: igualdad no implica identidad. Aunque por encima de su sexualidad está su humanidad, esta humanidad está compuesta de dos personas distintas, complementarias, necesarias la una para la otra, pero iguales en esencia y responsabilidad ante Dios.

2. Génesis 2. Si el segundo capítulo de Génesis pinta otro cuadro de la relación hombre-mujer en la creación, no puede contradecir las verdades reveladas en el primer capítulo. Los énfasis del capítulo 2 tocan la relación hombre-mujer, proveyendo una base para el matrimonio. Este cuadro destaca varios elementos: 1) la importancia del compañerismo (la mujer es la respuesta a la soledad del hombre); 2) la identidad de sustancia física («Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne...»); 3) las dos personas como dos versiones de la misma humanidad, la femenina y la masculina («Se llamará ‘mujer’ [ishshah] porque del hombre [ish] fue sacada»); 4) el fundamento y descripción del matrimonio como unión y comunión en que los dos «se funden en un solo ser» (2.24 NVI).

Dos observaciones sobre este relato merecen comentario: 1) El hecho de la formación del cuerpo del varón primero no da pie a la teoría de la superioridad masculina; nadie afirmaría que los animales son superiores al hombre por haber sido formados primero. 2) Tampoco se puede considerar a la mujer como subordinada al hombre por la manera en que se le llama «ayuda idónea». El término traducido «ayuda» (ezer, «socorro») se refiere en la mayoría de los casos a Dios, quien acude en socorro de su pueblo. Pero en este caso la ayuda no vendría de arriba, sino de una persona igual a él (kenegdo, apropiado, correspondiente a él), una que estaría a su lado como su complemento.

De Génesis 1 y 2 surge el cuadro de la creación de la humanidad (el Hombre) en dos sexos distintos, complementarios, iguales ante Dios y entre sí, ambos bajo la responsabilidad de obedecer a Dios. Es este cuadro que debe ser restaurado en la vida y en la vivencia de la Iglesia y la familia cristianas.

3. Hombre-mujer bajo el régimen del pecado.

Ahora surge la pregunta: ¿Por qué no se ha vivido esta igualdad en las relaciones hombre-mujer? ¿Por qué hablar de «restauración»? Cuando los seres humanos cuestionaron la autoridad de Dios y desobedecieron su mandato (Gn 3), se quebró la relación íntima entre el Creador y sus criaturas, y a la vez se rompió la relación de mutualidad y confianza entre el hombre y la mujer, causando rivalidad y opresión. La fractura de la relación produce varios resultados: 1) el sentido de vergüenza y vulnerabilidad (3.7); 2) la tendencia a no asumir la propia responsabilidad, sino esconderse y después echar la culpa al otro (3.8, 12–13); 3) el doble sufrimiento a que la mujer se ve sujeta: el dolor en el parto y la dominación de parte del hombre (3.16); 4) la maldición de la tierra (3.17–19). La palabra de Dios a la mujer es simplemente una descripción de lo que le aguarda en el futuro; no es una maldición dirigida a la mujer. Dios sabía cuáles serían las consecuencias de la desobediencia.

La historia humana y todas las culturas muestran los resultados del rechazo de la autoridad de Dios sobre la pareja humana y la ruptura de la relación de igualdad, mutualidad y complementariedad entre el hombre y la mujer. Aun la «cultura bíblica» está marcada por el pecado: la prostitución, la poligamia, el harén del jeque oriental, el patriarcado, el machismo basado en la teoría de la superioridad masculina y la subordinación de la mujer. Las leyes del Antiguo Testamento, dadas para fijar límites al pecado, y aun la religión judía, con la práctica del sacerdocio exclusivamente masculino, responden a las condiciones de vida bajo el pecado. Vivimos bajo Génesis 3, no Génesis 1.

Muchos hombres han aceptado una interpretación de la Biblia que los lleva a ejercer un autoritarismo que no es bíblico, imponerse como «jefe del hogar», considerarse «sacerdote» de la familia, imponer una falsa autoridad sobre su esposa e hijos, y hasta caer en la violencia doméstica. En otra esfera, el hombre ha negado a las mujeres la oportunidad de ejercer sus dones en muchas áreas de servicio en la iglesia. ¡Hasta en la traducción de la Biblia se puede detectar el prejuicio masculino!

Sin embargo, no podemos dar la impresión de que la mujer ha sido una víctima inocente. Al rechazar la autoridad de Dios, ella ha entregado al hombre (o a su marido) lo que debía entregar solo a Dios: su deseo, su voluntad, la orientación y control de su vida; ha colocado al hombre en el lugar de Dios. En el ámbito cristiano, la mujer ha encontrado una posición muy cómoda en la enseñanza de que su marido es sacerdote del hogar y, en última instancia, el único responsable ante Dios. Además, aun el feminismo es consecuencia del pecado si fomenta el espíritu de división, rivalidad y competencia con los hombres, o si intenta borrar toda diferencia entre los sexos, negando su complementariedad. Esta breve reseña de las condiciones de la relación hombre-mujer bajo el poder del pecado hace clara la necesidad de la restauración de la igualdad y la mutualidad de la relación según el plan de Dios.

4. Conclusión.

Nuestra conclusión es que en la Iglesia de Cristo -el Cristo que vino al mundo «para quitar nuestros pecados» y «para destruir las obras del diablo» (1Jn 3.5 y 7)- se puede y se debe superar los efectos del pecado y vivir la restauración de la relación hombre-mujer según la intención de Dios en la Creación: una sola humanidad bajo la soberanía de Dios, dividida en los dos sexos. Una comunidad en la cual personas de los dos sexos se relacionan como hermanos y hermanas, de igual a igual; que se complementan mutuamente, que se sirven mutuamente con el uso de sus dones y capacidades. Una comunidad en que se practica el sacerdocio de todos los creyentes: hombres y mujeres, «clérigos» y «laicos». Una comunidad unida que vive y testifica en el poder del Espíritu Santo.

Parte II

Diez tareas para que la iglesia viva esa realidad.

La rivalidad y opresión son evidencias de la naturaleza pecaminosa y de la falta de madurez espiritual. En la primera parte de este trabajo se formula una «perspectiva cristiana» sobre la relación hombre-mujer. Para ello hice una reseña bíblica de las condiciones de esa relación en la comunidad del Espíritu, en el plan de Dios y bajo el régimen del pecado. Estas tres condiciones las resumimos a continuación:

La nueva comunidad del Espíritu -la iglesia- se forma con base en dos realidades: El seguimiento de Jesús por parte de sus discípulos y la presencia del Espíritu Santo de manera nueva en sus vidas. Cada uno de estos elementos apunta a una nueva relación hombre-mujer en esta nueva comunidad, que es su característica distintiva.

1. Los seguidores de Jesús aprendieron una nueva relación entre los sexos, distinta de la común en la sociedad judía y un nuevo estilo de vida modelado por la vida y muerte de su Maestro: el servicio. Eso los preparó para la formación de la nueva comunidad. Ellos vieron a Jesús tratar a las mujeres con dignidad e igualdad.

2. Es por la presencia del Espíritu que hombres y mujeres por igual experimentan la misma reconciliación con Dios y ejercen los mismos dones en su servicio. Además forman parte de un solo cuerpo donde juntos reflejan la imagen de Dios. Según el plan de Dios, la nueva relación hombre-mujer es la misma establecida por Él en la creación pero restaurada ahora en Jesucristo y en su Iglesia, como señal del Reino de Dios. De Génesis 1 y 2 surge el cuadro de la creación de la humanidad (el Hombre) en dos sexos distintos. Entre ellos existe una relación de igualdad, complementariedad y mutualidad, y ambos tienen la responsabilidad de obedecer a Dios. Es este cuadro que debe ser restaurado en la vida y en la vivencia de la Iglesia y la familia cristiana.

Esta relación bajo el régimen del pecado se quebró igual que la relación íntima entre el Creador y sus criaturas. Esta fractura degeneró la relación de mutualidad y confianza entre el hombre y la mujer, y la convirtió en rivalidad y opresión. Las condiciones de la relación hombre-mujer bajo el poder del pecado hacen clara la necesidad de restauración de la igualdad y la mutualidad de esa relación según el plan de Dios. En la redención que hay en Jesucristo, el régimen de pecado, el viejo modo de ver y actuar deben ser deshechos y una renovación de mente y prácticas debe prevalecer.

¿Cuáles son las implicaciones de estas verdades para la iglesia? Avancemos un paso más para determinarlas. Por eso les ofrezco a continuación diez tareas exegéticas y hermenéuticas para que la iglesia evangélica en América Latina pueda romper la esclavitud cultural del pecado y desarrollar en su práctica la realidad de la igualdad y la unidad hombre-mujer en Cristo.

1. Fomentemos el estudio de la enseñanza bíblica sobre la perspectiva cristiana de la relación hombre-mujer. Pero que este sea siempre en grupos de hombres y mujeres juntos. Reconozcamos que la iglesia, compuesta de personas de ambos sexos, es la comunidad que puede interpretar, comprender, actualizar y vivir la Palabra, bajo la guía del Espíritu Santo. La «comunidad hermenéutica» necesita el aporte de los dos sexos. De esta forma, con sus características y dones diferentes, juntos hombres y mujeres podrán descubrir la voluntad de Dios, arrepentirse del pecado de machismo y construir relaciones nuevas.

2. Reconozcamos la autoridad de la revelación bíblica. También reconozcamos la falibilidad de nuestras interpretaciones y aplicaciones, fácilmente condicionadas por nuestra cultura humana bajo la influencia del pecado. Tomemos conciencia de que vivimos bajo Génesis 3, no Génesis 1. Enfaticemos la importancia del trabajo serio de exégesis del texto bíblico antes de hacer las aplicaciones a nuestra situación. Pero que este siempre sea con el interés de entender el significado de un texto en su contexto, de acuerdo con la intención del autor. Ejemplo: En una pequeña iglesia en un barrio pobre, escena de mucha violencia familiar, escuchamos un sermón sobre el programa de Dios para la familia —basado en las palabras de Dios a la mujer, en Génesis 3.16: «...él se enseñoreará de ti». La idea central era que el ejercicio de la autoridad por parte del esposo sobre la esposa es la voluntad de Dios. ¿Es una interpretación legítima? Un estudio más cuidadoso indica que en este versículo Dios describe lo que él sabe serán las consecuencias de la presencia del pecado en la relación hombre-mujer. Es una descripción de lo que vendrá; no es una expresión de la voluntad de Dios.

3. Aprovechemos la riqueza de versiones de la Biblia a nuestra disposición. Nunca dependamos únicamente de una sola traducción, limitándonos a la interpretación de los traductores de esa versión. Reconozcamos que la mayoría de las traducciones (con la excepción de las sectarias) representan un esfuerzo honesto por entender el sentido del texto bíblico en su contexto y expresar ese sentido en términos que comuniquen la verdad al lector moderno. El uso de varias versiones nos abre un panorama amplio de significados y nos protege del dogmatismo no bíblico basado en unos pocos términos que pueden tener otros significados. Además, las versiones modernas son la traducción del texto basado en manuscritos mucho más antiguos y de mayor valor que los usados, por ejemplo, en la versión de Reina y Valera.

4. Reconozcamos que las presuposiciones culturales acerca de la mujer han influido en la traducción de la Biblia. Por eso, en el futuro, será importante incluir a más mujeres en equipos de traducción bíblica para evitar traducciones (aun inconscientemente) «machistas». Ejemplo:
• Como lo hace la mayoría de los idiomas, el griego y el español emplean las formas gramaticales masculinas con significado inclusivo, y el género gramatical a veces no corresponde al sexo: «hermanos» incluye a las hermanas también; una «persona» o un «individuo» puede ser hombre o mujer; «alguno» traduce un pronombre que puede ser masculino o femenino, etcétera.
• La inclusión de las palabras «señal de» en 1 Corintios 11.10 representa la convicción de algunos traductores de que Pablo simplemente no puede haber dicho lo que su texto dice: que «la mujer debe tener autoridad (poder, potestad) sobre la (su) cabeza». Por eso muchas versiones han invertido el sentido claro de las palabras, agregando dos palabras que simplemente no aparecen en el texto original.
• La traducción «silencio» en 1 Timoteo 2.11 y 12 («la mujer aprenda en silencio...») muestra que algunos traductores han escogido una acepción de la palabra cuando se aplica a las mujeres, pero en otros contextos traducen con otros términos («reposadamente», 1 Ti 2.2; «tranquilidad», 1 Ts 4.11; «sosegadamente», 2 Ts 3.12). La traducción por palabras que expresan ideas de calma, tranquilidad y paz expresan mejor el sentido del término en todos estos contextos y en Hechos 11.18 y 21.14. Además, por el peso dado a la palabra «silencio», muchas veces se pierde la fuerza del mandato principal: «Que aprenda la mujer...»
• La descripción de Febe (Ro 16.1–2), «ella ha ayudado...» no hace justicia a la fuerza de la palabra con que Pablo se refiere a ella: líder, benefactora, protectora.
• Sería útil de alguna manera mostrar la distinción, en términos generales, entre las dos palabras griegas normalmente traducidas «hombre»: anthropos, «hombre» genérico, «persona», ser humano sin distinción de sexo; y aner, persona de sexo masculino.
• La cuestión de «lenguaje inclusivo» es muy difícil en español y otros idiomas que utilizan la forma masculina en sentido genérico. Ejemplo: el pronombre recíproco allelous, que normalmente se traduce «unos a otros», incluye a hombres y mujeres. ¡No tendría sentido, a cuenta de usar lenguaje inclusivo, traducirlo, cada vez que aparece, en las siguientes formas: «unos a otros», «unas a otras», «unos a otras» y «unas a otros»!

5. Busquemos respuestas a la cuestión de la relación hombre-mujer en el contexto amplio del plan total de Dios: la Creación, la Caída, la redención en Cristo, la Iglesia. No insistamos en basar la doctrina y la práctica de la iglesia en dos o tres versículos aislados. Ejemplo:
• Fijar límites al ministerio de las mujeres en la iglesia basándose en dos versículos: «las mujeres... se callen...» (1Co 14.34) y «la mujer... en silencio...» (1 Ti 2.11–12) pasa por alto pasajes en los cuales es implícita la participación femenina en el ministerio:
-En los evangelios, los relatos de la participación de las mujeres en el ministerio de Jesús (Lc 8.1–3; 24.1–10, 22, etc.), aunque los apóstoles eran todos hombres, sin duda por razones de la cultura de la época y sus raíces en el Antiguo Testamento.
-La importancia de la mujer en las parábolas de Jesús.
-En la iglesia primitiva, desde el día de Pentecostés, a lo largo del relato de Hechos, las mujeres están al lado de los hombres: a veces ministrando juntos (Hch 18.26), a veces sufriendo persecución juntos (8.3, 9.2).
-1 Corintios 11, donde Pablo da por sentado que las mujeres participan en la reunión con profecía y oración.
-Las listas de saludos en las epístolas, especialmente las de Pablo, en las cuales se mencionan a las mujeres con la misma descripción que a los hombres: «colaboradoras» y «colaboradores», compañeros de trabajo (Ro 16; 1 Co 16.16; Fil 2.25 y 4.3; etc.).
• Interpretemos los pasajes que hablan de la sumisión de la esposa a su marido a la luz de pasajes como 1 Corintios 7, en que Pablo habla claramente de la igualdad de derechos de los dos cónyuges en el matrimonio y la igualdad de responsabilidades de los dos en la conducción de la familia.

6. Aprendamos a estudiar el texto bíblico como lo escribió el autor, siguiendo su argumento expresado en oraciones, párrafos, etcétera. Leamos la Biblia como se lee otra literatura, siguiendo las leyes y normas de la comunicación escrita: el uso de construcciones gramaticales, recursos literarios, imágenes, vocabulario, etcétera. Evitemos apelar a versículos aislados de su contexto. Ejemplo: Se habla mucho de la sumisión de la esposa en la interpretación de Efesios 5, sin tomar en cuenta que las palabras del versículo 22 (dirigidas a las esposas) tienen sentido solo en un contexto de sumisión mutua en la comunidad cristiana («sométanse unos a otros», v. 5.21), y que esta relación es una de las consecuencias de ser «llenos del Espíritu Santo» (v. 5.18). Muchas veces tampoco se toma en cuenta el resto del párrafo, el cual muestra que la responsabilidad del esposo en su manera de vivir la sumisión mutua es mucho mayor. Él debe ejercer el amor-entrega siguiendo el ejemplo de Cristo.

7. Estudiemos el vocabulario, aprovechando el trabajo de eruditos en lingüística, etcétera, para no derivar nuestra doctrina y nuestra práctica del sentido parcial de unas palabras. Ejemplo:
• Para otra connotación de «silencio» en 1 Ti 2.11 y 12, ver tarea 4, arriba.
• El término traducido «ejercer autoridad» o «ejercer dominio» en la prohibición de 1 Timoteo 2.12 es una palabra que no se usa en otro lugar en el Nuevo Testamento. Con esa restricción del uso es casi imposible afirmar el sentido exacto que tenía para Pablo. No es la misma palabra que se usa normalmente para expresar la autoridad legítima, como la del gobernante (Ro 13). De hecho, el Nuevo Testamento no prescribe tampoco ninguna jerarquía de autoridad masculina en la iglesia; al contrario, Jesús y los apóstoles advierten contra todo autoritarismo. El liderazgo es responsabilidad de los miembros maduros de la comunidad, en cuya vida la iglesia reconoce los dones apropiados y un ejemplo digno de imitar (Cf. 1 P 5.1–4; Mr 10.43–45; 1 Co 12; etcétera).
• Tengamos cuidado de no dar al uso figurativo de la palabra «cabeza» una interpretación normal en castellano (y otros idiomas como el hebreo y el inglés) —la idea de que «cabeza» significa «jefe», «el que manda». Esa idea es muy rara en el griego. La figura de «cabeza» en Efesios 5 habla de la unidad de los esposos bajo la figura de la unidad cabeza-cuerpo. A esta idea apuntan las palabras de Pablo y la cita de Génesis 2.24. La manera de hacer efectiva esta unión o unidad de esposo y esposa incluye la sumisión mutua: sumisión de parte de la mujer, y amor-entrega, cuidado y sacrificio de parte del hombre.

8. Aprovechemos los resultados de estudios recientes e intentemos conocer aspectos de las diferentes culturas de la época bíblica para comprender la manera en que los cristianos se relacionaron con su medio. Para comprender los pasajes con instrucciones para los matrimonios cristianos, por ejemplo, debemos entender las condiciones de vida de la mujer en la sociedad pagana y apreciar las tensiones que vivía. Ejemplo:
• «Las mujeres... se callen» (1 Co 14.34). Si Pablo escribió estas palabras (y hay eruditos evangélicos que piensan que no son de Pablo), es probable que tenía en mente el testimonio de la iglesia en su sociedad. Su preocupación era que la iglesia cristiana se diferenciara de los cultos paganos con sus orgías extáticas, en las cuales participaban mayormente las mujeres en una de sus pocas actividades fuera del hogar. En el versículo 14.23 desafía a los creyentes a que eviten dar oportunidad para la crítica.
• «Están locos». La expresión traducida «estar loco» también significa «estar fuera de sí» o «estar poseído de furor báquico». En otras palabras, que eviten la acusación: «¿No es igual al culto de Baco?», refiriéndose a las orgías en honor a Baco, el dios del vino.
• Las instrucciones de los apóstoles se encuadran en un marco cultural muy diferente del nuestro. Todos somos llamados a vivir la contra-cultura cristiana, pero dentro de ciertos límites culturales, para dar un testimonio positivo y relevante. El caso en Corinto fue evitar acusaciones que identificaran a la iglesia con los cultos paganos, etcétera. (Cf. 1 Co 14.34–35, Ef 5.22ss., etcétera.).
• En cuanto a las instrucciones acerca del matrimonio, tenemos una doble tarea: 1) encontrar los principios detrás de las aplicaciones específicas para los creyentes que vivían en la sociedad del primer siglo, y 2) llevar esos principios a la práctica en modelos de vida matrimonial que tendrán el mismo efecto en nuestra cultura.

9. Pongamos en práctica nuestra teología del sacerdocio de todos los creyentes (y no de solo una parte de ellos, los hombres). Ejemplo: Varias de las así llamadas «autoridades» sobre temas de familia enseñan que el esposo es sacerdote de la familia. Rechacemos esta idea, sobre la base de 1 Pedro 2 y el tenor de todo el Nuevo Testamento, especialmente la epístola a los Hebreos. A diferencia del tiempo del Antiguo Testamento, en Cristo no tienen significado todas las distinciones humanas de raza, sexo y clase social (Gá 3.28).

10. Reconozcamos, como hombres y como mujeres, que todos, esposos y esposas, tenemos nuestra responsabilidad en la familia. Si tradicionalmente se ha dado al hombre la tarea de cumplir con el mandato cultural (el cuidado de la naturaleza y la cultura) y a la mujer el cuidado de la familia, afirmemos que Dios dio ambos mandatos a ambos sexos. Tengamos cuidado de mantener estos dos mandatos en equilibrio. Apelamos a los hombres a tomar en serio su responsabilidad como esposos y padres. A las mujeres atadas a los quehaceres domésticos con restricciones tradicionales, apelamos a que comiencen a valorarse como personas capaces de cumplir con el «mandato cultural». A las mujeres embellecidas con las nuevas oportunidades que les ofrece una carrera en el mundo o la participación en el «ministerio» fuera del hogar, apelamos a que busquen el equilibrio y que no desprecien el «ministerio» de cuidar a sus hijos y encaminarlos en el seguimiento de Cristo.

Conclusión.

La iglesia cristiana primitiva ofreció a las mujeres nuevas oportunidades, dándoles libertad y participación; así plantó las semillas de la restauración de la igualdad con los hombres. La mujer y el hombre entran en relación con Dios sobre la misma base de fe en Cristo muerto y resucitado. Los dos, mujer y hombre, por igual reciben al Espíritu Santo y sus dones. Esta igualdad, expresada en esas dos realidades, debería manifestarse en la práctica de la vida de la comunidad cristiana. Las únicas restricciones sobre la participación de la mujer -y del hombre- deberían ser ciertas limitaciones de su libertad condicionadas por su cultura. Limitaciones que se acepten con el propósito de contribuir a la edificación de la iglesia, su testimonio en la sociedad y la proclamación del evangelio de una manera comprensible en esa cultura. Se requiere mayor estudio y reflexión para que la iglesia contemporánea comprenda los principios universalmente válidos de la enseñanza del Nuevo Testamento. Estos principios deber ser diferenciados de las aplicaciones culturales en el primer siglo. Esto nos permitirá vivir creativamente la tensión entre la libertad en Cristo y las limitaciones y sacrificios aceptados voluntariamente para el avance del evangelio hoy.

Dra. Catalina Feser (Teóloga. Educadora)
Adaptado con permiso de “La relación hombre-mujer en perspectiva cristiana”, CLADE IV - Panel, por Catalina Feser de Padilla y Elsa Támez, Ediciones Kairós, Buenos Aires, Argentina, 2002, pp. 9-30. Publicado en Desarrollo Cristiano-Apuntes Mujer Líder, ediciones julio-setiembre y octubre-diciembre de 2003.
Así nos sana Jesús. Una lectura pastoral de Juan 7:53-8:11.

Jesús como terapeuta; o Jesús como agente de cambio; o Jesús como promotor de la salud integral de la persona. Los relatos de los evangelios presentan retratos que nos permiten ver a Jesús desde esta dimensión. Para algunos/as, puede resultar extraño pensar a Jesús de este modo, sobre todo para aquéllos/as que están habituados/as a concebirlo sólo en términos religiosos. Pero si hay algo que Jesús vino a hacer es justamente a cambiar nuestra manera de ser, de relacionarnos. Él vino a enseñarnos a vivir.

No hay nada más evangélico, respecto a la misión de Jesús, que esta afirmación. Todos los hechos de su vida podemos entenderlos en función de este propósito.

No se trata de introducir simplemente algunas nuevas ideas o de modificar algo superficial para que todo quede como está. Se trata de un cambio profundo hacia un nuevo modelo, un nuevo mundo, un nuevo Reino. Esto supone una orientación hacia una nueva manera de pensar, de sentir, de actuar, una renovada motivación para la acción.

Para llevar a cabo esta tarea, Jesús cuenta con tres elementos fundamentales: un mensaje, una estrategia y un estilo de vida que él mismo encarna. Si Jesús enseña los valores y el sentido del Reino de Dios es porque él mismo es el Reino de Dios encarnado. Por eso, todos sus encuentros apuntan a lo nuevo y sorprendente.

Así, los retratos que nos muestran este aspecto de la vida y el ministerio de Jesús nos dejan lecciones prácticas para todos/as aquéllos/as que estamos comprometidos en un ministerio que apunta a la salud integral. Al mismo tiempo, siendo el evangelio algo siempre actual, nos muestra los propósitos y gustos de Dios y como él quiere actuar en nuestras vidas. El texto que consideramos es sólo un ejemplo de esta intención.

Breve historia del pasaje.

La historia de este relato del Evangelio es sugerente. El mismo aparece en unos pocos manuscritos del Nuevo Testamento –y ni siquiera en los mejores. Seis de ellos lo omiten sin hacer mención de él. Dos dejan el espacio en blanco, donde debería estar, pero no lo incluyen. En los manuscritos griegos posteriores y en los medievales encontramos el pasaje, pero, aun en algunos de ellos, tienen una señal que llama la atención sobre su carácter dudoso.

En cuanto a las traducciones a otros idiomas que no sea el griego, este relato no aparece en la versión siríaca primitiva ni en la copta o la egipcia, tampoco en alguna de las más antiguas versiones latinas.

Tampoco los primeros Padres lo mencionan: Orígenes, Crisóstomo, Teodoro de Mopsuestia y Cirilo de Alejandría parecen no saber nada sobre él. El primer comentarista griego que lo menciona es Eutimio Zigabeno, afirmando que no está en los mejores manuscritos.

Sabemos que Agustín, Ambrosio y Jerónimo lo conocían. Este último lo incluyó en la Vulgata. Lo encontramos en manuscritos posteriores, pero su ubicación varía. En algunos está al final del Evangelio de Juan. En otros, aparece después de Lucas 21:38 o después de Lucas 24:53. Es probable que no esté ahora en el lugar original. Más aun, se cree que este pasaje no es parte del original manuscrito de Juan. Esto no significa que el incidente sea inauténtico, pero se puede observar que el incidente tiene poco o ninguna conexión con lo que viene de antes o dice después. Pareciera que el pasaje rompe el tipo de discurso narrativo de Juan. Es posible que se lo colocara aquí para ilustrar la frase de Jesús en Juan 8:15: “Yo no juzgo a nadie”.

Los datos que anteceden pueden ser tomados simplemente como información sobre la historia del texto o como un analizador acerca del destino de este relato en manos de los primeros “editores” del Nuevo Testamento. Si intentamos esto último, valen las preguntas ¿Qué sucedió con este relato? ¿Por qué tanta resistencia a incluirlo?

San Agustín nos da un intento de explicación cuando dice que se quitó este pasaje del Evangelio porque “algunos tenían poca fe” y para “evitar el escándalo”. Aunque sólo sea como una hipótesis, podemos sospechar que algunos sacaron el relato del Evangelio creyendo que el mismo podía justificar una posición ligera respecto al adulterio o la sexualidad.

Sin duda, este relato era embarazoso para la iglesia primitiva. El nuevo estilo de vida de los recién convertidos debía ser muy diferente al anterior. El nuevo creyente no debía volver a sus viejas costumbres. Era tal el énfasis en la rectitud de vida que algunos demoraban el bautismo hasta algunos años después de convertidos, de modo que las pasiones juveniles en algunos casos, o una falta de experiencia o conocimiento de la fe en otros, no los alejara de la nueva vida con Dios. Pareciera que la historia de Jesús y la mujer “tomada” en adulterio era muy dificultosa de explicar.

Tal vez esta explicación deje conformes a algunos o les suene demasiado “pastoral” a otros. Pero es sólo el contenido manifiesto que requiere de una profundidad mayor. El mensaje y las actitudes de Jesús, a veces han sido y siguen siendo escandalosas y censurables aun para la misma iglesia y la pastoral que ella trata de trasmitir. Por supuesto, tal rechazo no suele ser explicitado en la comunidad. Sin embargo, aparece a menudo detrás de actitudes seudopiadosas o seudopastorales.

En el pasaje, Jesús no se extralimita ni el escritor intenta pintarnos una versión liberal de su mensaje. Por el contrario, aquí nos encontramos con lo esencial del accionar y la prédica de Jesús de lo cual se derivan lecciones muy positivas para la pastoral de hoy.

Contrariamente a lo que la iglesia primitiva podría considerar, esta historia es un relato de amor y compasión que muestra el rostro amoroso de Dios que comprende nuestros errores, nuestras faltas y nos lleva más allá de ellos. Entender de qué manera Jesús conduce este proceso es fundamental no sólo para saber lo que Dios puede hacer, sino también para recibir inspiración en el trato con nosotros/as mismos/as y con los/as demás.

La trampa de los “buenos”.

Todo este relato del Evangelio es, por cierto, de alto voltaje. El incidente ocurre en un período del ministerio de Jesús cuando su popularidad entre la gente había intensificado el odio de los escribas y fariseos contra él. Se ponen en juego las escenas más conmocionantes que podrían darse en cualquier sociedad: 1) se ha violado un tabú; 2) una escena sexual ha sido vista por extraños a la misma; 3) hay en juego una decisión de pena de muerte; 4) hay una posible concreción de la misma; 5) se hace un desafío a un cambio total de la vida que se habrá de concretar o no más allá de la historia.

La historia podría ser leída como el relato de una trampa. La verdadera intención de ellos la encontramos en el versículo 6: “Mas esto decían tentándole para poder acusarle”. No fue la única vez que los escribas y fariseos intentaron tenderle una trampa a Jesús para confundirlo y donde sus intenciones más importantes no son las que aparecen a primera vista. Detectarlas adecuadamente es importante para dar una respuesta y trazar una estrategia apropiada.

Además, la dificultad del planteo venía por una doble vía, comprometiendo a Jesús no sólo legalmente, sino también poniendo a prueba su coherencia, su prestigio y su compasión por la gente.

El adulterio era, para los judíos, un asunto muy grave. Los rabinos solían decir que “todo/a judío/a debe morir antes que cometer idolatría, asesinato o adulterio”. Lv. 20:10 dice que “si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos”. Aquí no se aclara la forma en que debían morir. En Dt. 22:23-24, sin embargo, se establece la pena en el caso que la mujer esté ya desposada. La ley era muy clara: “...los apedrearéis y morirán”. La Mishná (la Ley judía primero oral y luego puesta por escrito) establece que el castigo para el adulterio, en el hombre, es el estrangulamiento. Pero, para la mujer desposada que comete esta falta, reitera el apedreamiento.

Tanto escribas como fariseos estaban en lo cierto en cuanto a la interpretación de la ley: ella merecía la pena de muerte. Lo que en el relato no está claro es por qué, si fue “sorprendida en el acto mismo de adulterio” no llevaron también al hombre (¿Se trataría de un caso de doble moral? ¿Formaría parte de la trampa?).

Cualquier pronunciamiento de Jesús, en los términos que ellos lo planteaban, lo colocaba en una postura complicada. Si decía que debía morir, chocaba contra la ley romana porque, según ésta, los judíos no tenían derecho a imponer la pena capital. Así se hubiera convertido en un criminal para el gobierno romano. Ellos hubieran podido ir ante Pilatos y decir algo así como que “el nuevo Rey (o este maestro de religión) está pretendiendo juzgar casos que involucran la vida y la muerte”. Si decía que se lo debía perdonar, se podía decir de él que enseñaba a desobedecer la ley de Moisés, por lo tanto, su enseñanza era herética, y así alentaba a la gente a cometer adulterio.

Pero, además, había otro aspecto del dilema que afectaba su acción terapéutica. Si decía que había que apedrearla no sólo contradecía su posición de amor y misericordia ante la gente, sino que le daba la razón a los escribas y fariseos en el sentido de que había que cumplir la ley más allá de la vida de las personas. En otras palabras, consolidaba el síntoma de ellos. Si decía que había que perdonarla, no sólo se apartaba de la tradición judía, transformándose en un blanco de ataques, sino que, de alguna manera, apoyaba el pecado de la mujer.

Si usted, lector, lectora, se hubiese encontrado ante esta situación o una parecida, ¿qué habría hecho? ¿Qué hubiera privilegiado en la consideración de su actitud?

Es interesante preguntarse cuáles fueron los sentimientos de Jesús frente a lo que se planteaba. Él debió evaluar la situación antes de ensayar una respuesta.

Jesús sale del lugar del que es probado (lugar al que los fariseos lo quieren meter) y asume el lugar del pastor. No cede al miedo, la bronca u otros sentimientos que el contexto podría hacer sentir y procura entender qué es lo que está sucediendo. Aquí hay cuestiones que tienen que ver no sólo con una puja religiosa o un asunto referido a su persona, sino que Jesús puede ir más allá. Para decirlo en términos psicoanalíticos, no queda atrapado en lo contratransferencial
[1].

Es decir, asume lo que está pasando a nivel del vínculo con los escribas, los fariseos y la mujer, pero a la vez no queda absorbido por sus propias vivencias sino que las trasciende y responde de acuerdo a cómo se debe responder.

La mente no creadora puede detectar malas respuestas, pero es necesaria una mente creadora para descubrir malas preguntas o planteos malintencionados. Esta habilidad de Jesús, le permite salir de la trampa que se le tendía y penetrar en una dimensión inesperada.

Acerca de los escribas y los fariseos.

Aquellos que vienen para “testear” a Jesús eran, en realidad, un problema para sí mismos. Había en ellos una máscara exterior que los rodeaba. La necesidad de despojarse de la máscara era el punto primario de la enseñanza de Jesús hacia los fariseos.

Aunque el tema de la relación entre lo que aparece y lo que es sea un tema central de la vida humana, los fariseos no son sólo una casta social y religiosa del pueblo judío, sino la expresión extrema de una postura falsa que está contra el Reino que enseña, en las palabras de Jesús, que “la verdad os hará libres”.

En más de una oportunidad, Jesús usa el término “hipócritas” para calificarlos (Mt. 6:2, Lc. 13:15-16). La palabra hipócrita significa actor, y los actores en los tiempos de Jesús usaban las máscaras que retrataban los roles que ellos estaban jugando. Hipócrita era alguien que usaba máscaras, alguien que no mostraba una imagen real sino que sólo interpretaba un rol.

Más que a nadie, esta visión de Jesús enojaba a los fariseos y lo convertía en su enemigo. Ellos estaban más preocupados por los pecados de la carne que por los pecados del espíritu. Estos son mucho más peligrosos que los primeros porque golpean lo más vital del ser humano. Jesús pone al descubierto sus intenciones y deseos como un cirujano que penetra con el bisturí en lo más profundo de la persona (Mateo 23: 25-27, Lucas 11: 39-40).

Debemos recordar que los fariseos se presentaban como el ejemplo de lo que Dios quería de la gente. Ellos eran los respetables, personas virtuosas para la sociedad, pero Jesús los consideró sepulcros blanqueados, vasos y platos sucios por dentro, gente corrompida interiormente. Jesús, con sus palabras “shockeaba” a la multitud, desenmascarando y sacando a la luz lo que querían ocultar.

Uno de los requerimientos fundamentales del mensaje y la pastoral de Jesús es la necesidad de quitar la máscara farisea que nos rodea. La máscara suele ser la imagen de la persona que nosotros pretendemos ser. La falsa personalidad exterior que nosotros mostramos al mundo y que en más de un sentido se contradice con nuestro interior. La máscara disimula nuestros reales pensamientos y sentimientos y nos sirve para escondernos de los/as otros/as y de nosotros/as mismos/as, a tal punto que llegamos a desconocer las mismas máscaras que hemos asumido.

Hay un aspecto funcional de la máscara: representa un modo de ser que nos permite funcionar en ese mundo. Pero hay un aspecto destructivo y alienante: esto es la tendencia a identificarnos con ella. La máscara nos hace creer, aunque más no sea de a ratos, que somos la persona que pretendemos ser. Por lo tanto, permanecemos inconscientes a lo que somos realmente. Al identificarnos con nuestro caparazón exterior pasamos por alto los pensamientos y los sentimientos que están dentro de nosotros/as. La mentira hace su obra produciendo una confusión entre la apariencia y la realidad. Detiene el desarrollo porque a menudo necesita ser defendida.

La marcada diferencia que los fariseos de la historia querían imponer entre ellos y los demás, sólo se podía sostener desde la apariencia y no desde lo profundo. Este era justamente el problema que padecían estos fariseos y escribas. Cuando se identificaban con la persona que parecían ser, la falsedad se apoderaba de ellos. Cuando esto ocurre, se paga un precio. Si a la mentira hay que sostenerla y a los sentimientos y pensamientos ocultos hay que tenerlos controlados, se debe invertir energía psíquica en el intento, con su consiguiente disminución, limitando las posibilidades creativas. ¿No sería esto una posible explicación de la dificultad que mostraban para descubrir lo nuevo de Jesús?

Como una nación cuya energía principal está absorbida en cuidarse de un enemigo, también ocurre algo parecido en lo personal cuando hay mucha energía empleada en contener las fuerzas en nosotros mismos que podrían contradecir y arrollar a la máscara. El resultado es el estancamiento espiritual y psicológico.

Sin embargo, esa actitud recurrente de Jesús hacia ellos, que partía de la percepción profunda de él hacia la gente, le hacía ver más allá de las apariencias. Los “hipócritas” nunca se lo perdonaron. Uno de los odios más amargos es el odio a alguien que, sin permiso, desnuda la apariencia detrás de la cual estamos metidos/as. Tal vez por eso, a veces, nuestras pastorales se hacen cómplices de actitudes farisaicas que no sólo disimulamos sino que hasta estimulamos. Lo religioso y el “clima” eclesial pueden actuar como refuerzo. Hace falta mucho coraje y sabiduría para discernir y operar no sólo sobre los hechos sino también sobre las intenciones.

La postura de Jesús era claramente pastoral, pero también partía de su propia ética. No por nada se define a Satanás como el padre de la mentira. La mentira enferma, la verdad cura, aunque duela. Solo una personalidad genuina, no importa cuán sospechosa o pecadora sea, puede entrar en la atmósfera del Reino de los Cielos.

El Reino de Dios reclama una ética profunda, no superficial, que penetre en la persona y llegue hasta el corazón. La evolución ética del ser humano requiere una actitud que vaya más allá de lo que se ve. En esa línea podemos leer las palabras de Jesús en Mt. 5:20 “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos”. También vuelve a hablar sobre el tema en Lc. 16:15. Habla del corazón que es un sinónimo de lo más profundo del ser. Para la mentalidad hebrea, el corazón era el centro de la personalidad y el “lugar” de las decisiones. El mundo interior donde hay pensamientos, sentimientos, deseos e imágenes que afectan lo más íntimo de la persona y construyen su verdadero ser.

El gran error es creer que nosotros/as podemos solucionar los problemas morales de la vida creando una corrección exterior o una ética de obediencia exterior a la ley. Pero la enseñanza es que Dios ve el corazón humano, sus ojos penetran a lo más profundo del espíritu. Justamente el Salmo 139 habla claramente acerca de la omnipresencia y la omnisciencia de Dios. Lo que habrá de revelarse llega hasta las zonas más oscuras (Lc. 12:1-3), por eso Dios ve lo que se hace en secreto (Mt. 6:4). La ética del Reino está basada en la persona interior y toma en cuenta lo que está en el corazón. Para Jesús es más importante lo que uno/a es que lo uno/a hace. Por eso la pastoral de Jesús, para apuntar a un verdadero cambio, va a lo profundo. A Jesús no le impresionaban las jerarquías religiosas, ni los status eclesiales. En ese sentido, todas las personas estaban en igual condición.

Porque entendió las intenciones de los escribas y fariseos, pudo operar adecuadamente y responder. Ellos querían probar a Jesús, tenderle una trampa. Ellos no estaban centralmente interesados ni en el hombre que no trajeron, ni en la vida de la mujer que estaba en exposición, ni en la misma ley que querían hacer aparecer como el centro de su preocupación. Ninguno de estos motivos los movió centralmente. Deseaban prender a Jesús. Politizan las leyes y mandamientos de Dios. Su propósito los coloca en un lugar desde el cual se desbarata la posibilidad de comprender plenamente. En realidad, ellos eran los más adúlteros de la historia. Ellos eran seres que escondían su odio bajo la apariencia de apego a la ley. Se movían no por el cuidado y la ayuda que podían ofrecer a la persona que habían traído sino por la violencia de “ajusticiar” a Jesús.

La estrategia de Jesús.

El pasaje que estamos considerando pone énfasis en los gestos de Jesús: él “se presentó... se sentó... se inclinó... comenzó a escribir en la tierra con el dedo... se incorporó... se inclinó de nuevo... siguió escribiendo... se incorporó... miró”. Quienes estaban con Jesús y los que llegaron produjeron actos no menos significativos: “se acercaron a Jesús... llevaron a una mujer... la pusieron en medio del grupo... le preguntaron... lo acosaron con preguntas... se fueron retirando uno a uno comenzando por los más viejos...”. El lenguaje corporal, esto es todo lo visual, que incluye también las miradas, junto con lo que se suele llamar serie auditiva paralingüística de la comunicación (tono de voz, volumen, timbre, ritmo, pausas, etc.) son trasmisores de mensajes no menos importantes que aquellos sonidos que, gracias a un código de significados, constituyen el sistema de la lengua. Para ponerlo en palabras técnicas, las series auditivas paralingüísticas y no auditivas paralingüísticas de la comunicación son canales menos conscientes en términos de emisión y recepción de mensajes –esto es registros de los que nos podemos dar menos cuenta– pero sin duda son importantísimos a la hora de comunicarnos. Más aun, son las maneras primarias que el bebé ensaya su comunicación con el entorno y que siguen funcionando, menos conscientes, en la comunicación del adulto.

Siendo Jesús alguien que mostraba un amoroso interés por la vida de la gente con quien se encontraba, que no se inhibía para encarar diálogos íntimos y significativos, podemos sospechar que usaba estos canales como una vía de acceso a la relación profunda con el otro o la otra. Los canales paralingüísticos de la comunicación son importantísimos en la eficacia (o el fracaso) del diálogo pastoral.

Jesús no contesta en primera instancia. Toda pregunta propone un modelo de respuesta y aquélla venía muy delineada. Cualquier respuesta que siguiera ese lineamiento era mala. La manera de responder preguntas es todo un tema en la entrevista pastoral. Es parte del arte y la técnica de la entrevista.

A veces, puede ser conveniente que el/la entrevistador/a no conteste las preguntas del/a entrevistado/a, al menos tal como se plantean. De esto tenemos ejemplos en el ministerio de Jesús. En las preguntas que se formulan hay ya respuestas encubiertas o aun otras preguntas que no pueden explicitarse. Siempre la pregunta supone una intencionalidad a ser develada. Por eso, frente a las preguntas suele haber más de una posibilidad: devolverla, intentando que la persona vaya esbozando una respuesta o aclarando el sentido de su inquietud. También responder más de acuerdo a lo latente que a la pregunta misma. Aquí va más allá todavía. Intenta crear un momento de silencio que suele ser valioso, si es bien utilizado, pero al que le temen las/os asesoras/es pastorales con poca experiencia. Vivimos el silencio como un bache, que nos pone ansiosas/os, cuando puede ser un momento de encuentro y creatividad tanto para el o la entrevistado/a como para el/la entrevistador/a.

Aunque Jesús no contestó inmediatamente, acompaña el silencio con gestos. Hay personas que escriben mientras conversan con alguien o están en alguna reunión. Esto les permite expresar estados afectivos, conscientes o no, que están viviendo y que tienen que ver con ese momento o con otras situaciones de ellas/os mismas/os. Sin descartar de plano este aspecto, lo que Jesús escribió va mucho más que la mera descarga gráfica. En algunos manuscritos originales se agrega “como si no los oyera”. Pareciera que le resta dramatismo a la situación, relativiza su importancia, desacredita, no acepta el planteo tal como es formulado.

¿Qué habría escrito Jesús en el suelo? El Evangelio de Juan, en la versión que conocemos, no dice nada. En uno de en los manuscritos hay una sugestiva diferencia en el v.8: “Él escribió en el suelo los pecados de cada uno de ellos”; y en el v.9 agrega “y ellos cuando lo escucharon, salieron uno a uno, comenzando desde el más viejo hasta el último”.

Dejémonos llevar por esta escena, aunque más no sea como un ejercicio de imaginación. El más destacado fariseo está en el frente porque de acuerdo a la costumbre oriental el más viejo de la compañía debe estar allí. Este fariseo mira al piso donde Jesús está escribiendo y allí ve que Jesús está haciendo la lista de los más importantes pecados que él ha cometido y de los cuales pensaba que sólo él conoce. Su conciencia se despierta como si fuera iluminada de repente. Él sale rápidamente en medio de la multitud... Jesús borra lo escrito con su mano y vuelve a escribir otra vez. El siguiente fariseo lee y reconoce una escena escondida de su vida y él también se va. Así, hasta que todos los acusadores, uno por uno, han leído sobre la tierra sus propios pecados secretos, dejando a la mujer sola con Jesús. De todos modos, hay un dato significativo. En este pasaje no se usa la palabra gráfein por escribir, sino katagráfein que puede significar escribir una acusación contra alguien (Uno de los significados de katá es “contra”).

La versión de este memorable incidente que acabamos de exponer puede no ser la correcta, pero es interesante en un punto: haya o no escrito Jesús los pecados de cada uno de los acusadores, su acto de silencio y de elocuente juicio envía una llamada de atención para la autoevaluación de cada ser humano. Ya Jesús había advertido: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Mas yo os digo que cualquiera que mira una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”.

Pero ellos insisten con la pregunta procurando mantener el estilo inquisidor del principio. Y aquí Jesús los vuelve a sorprender: “Está bien, apedréenla, pero el acto debe cumplirse de este modo: la primera piedra la debe arrojar el que de ustedes esté sin pecado”. Jesús, como buen terapeuta, tiene una infinita capacidad para producir actos sorpresivos. Los coloca ante una situación imposible, reestructurando de un nuevo modo la situación. El tipo de mensaje, salvando las distancias, es el mismo que el de los carteles de algunos negocios: “Nosotros fiamos sólo a mayores de 90 años que vengan acompañados de sus respectivos padres”. Sin embargo, más profundamente, el mensaje apunta a que no se puede juzgar a otro/a olvidando que el/la juez/a también necesita del perdón de Dios. Sobre este tema ya había hablado en el Sermón del Monte. A partir del “quien esté sin pecado, tire la primera piedra” cada ser humano está compelido a sentarse en un juicio sobre sí mismo. Inmediatamente después de la respuesta de Jesús, no sólo la acusada sino también los acusadores están enjuiciados.

Es más fácil tomar una persona que ha cometido una falta notoria y apuntar con un dedo orgulloso al/a pobre infortunado/a. Proyectar lo negativo o temido sobre los/as demás es un mecanismo ancestral para liberarse de la culpa. Criticar a los/as demás nos hace sentir más virtuosos/as, aunque más no sea mientras lo hacemos. Ha sido una de las parodias de la justicia cuando se ha hecho sufrir a personas que cometieron diferentes tipos de faltas mientras el resto de la comunidad, que a veces era cómplice de tal situación, quedaba liberada y al margen del juicio. Cada falta que un individuo comete señala un camino donde la comunidad está en algún sentido involucrada. “Ayúdanos a entender nuestras culpas, oh Señor” dice una canción del “Cancionero Abierto”. La iglesia está obligada hoy a revisar sus métodos referidos a una pastoral de confrontación con la gente. No hay nadie, cerca de aquel o aquella que es descubierto/a, que quede sin pecado.

Lástima que esta gente era demasiado soberbia para seguir aprendiendo de Jesús a pesar de sentirse “acusados por su conciencia”. El Hijo de Dios los había tocado en lo más íntimo. El Evangelio se encarga de remarcar que “se fueron yendo comenzando desde los más viejos”.

Ahora, Jesús se queda solo con la acusada: Se endereza y mira a su alrededor. En varias escenas del Evangelio se comenta acerca de la mirada de Jesús, que no sólo sirve para explorar sino también como un medio de expresión. “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?”. La pregunta de Jesús tiene un tinte de ironía. Él había sido partícipe y testigo de lo que había pasado. Hasta tienen un cierto humorismo que intenta quitar el dramatismo de la escena anterior que seguramente habría provocado terror en la mujer. Es una ironía que trasmite seguridad en el nivel de metamensaje y que prepara las palabras finales: “Ni yo te condeno, vete, y no peques más”.

La presencia de la mujer en esta historia es muy fuerte, sin embargo ella sólo dice unas pocas palabras. Su acción de adulterio nunca es negada, ni discutida. Ella no pide perdón a Jesús, sin embargo lo recibe, no como un decreto judicial que anule el juicio anterior, sino en un sentido mucho más profundo.

Ella emerge de esta historia habiendo sido amada y cuidada. Es tratada como alguien que no es un objeto sino un sujeto con su propia historia de vida. Se la ve como una mujer que es capaz y responsable por su propia visión. Esto es parte del ABC del asesoramiento pastoral. Ninguna situación personal por la que atraviese la persona puede obviar esta actitud de aprecio, de interés y de poner bien en claro el valor de cada ser humano, más allá de cualquier condición.

Jesús procura restaurar la confianza e impartir esperanza a esta mujer permitiéndole saber que él cree en ella. Otros esperaban de ella que fuera víctima y condenada por su pecado. Él esperaba de ella que lo abandonara. No remarca su pecado para que quede paralizada por la culpa, sino que ilumina un camino posible para que, arrepintiéndose, pueda cesar en su acción pecaminosa y pueda aprender nuevas posibilidades de su conducta.

La autoestima, esto es la conciencia del propio valor y la perspectiva confiada acerca de las propias posibilidades, es condición fundamental para la sanación y el desarrollo de las personas. El tema de la autoestima aparece como tema principal o asociado con otros en la mayoría de los encuentros pastorales. Nadie puede crecer en un clima donde todo es enjuiciamiento. Jesús no minimiza la incorrecta acción de la mujer, pero quería salvar su autoestima y las condiciones necesarias para su propia recuperación y sanidad.

De modo que la mujer puede salir de ese lugar con la conciencia de ser enviada con una misión: “no pecar más”, con la certeza de sentirse conectada y no marginada, con la sensación que se han creado las condiciones para su propia salud. Probablemente todo esto estuvo presente en su silencio. Seguramente ella pudo ver la profunda diferencia, frente a su pecado, entre Jesús y los escribas y fariseos. El contraste entre la culpa condenatoria y destructiva promovida en el comienzo de la historia por éstos, que la llevan como una rea, usada como un objeto para hacer caer a un justo, y la libertad, de la cual ella es portadora, al final de la historia, cuando se le dice “vete, pero no peques más”. No había condenación para ella, sí una nueva oportunidad en su vida. Probablemente las únicas dos palabras que registra el Evangelio hayan expresado la situación de alivio que el encuentro con Jesús le había provocado (pruebe el lector o la lectora decirse a sí mismo/a “Nadie me condenó por...”).

Jesús pone las cosas en el orden correcto, lo que define el efecto de la entrevista: 1) Enfrenta a los acusadores, 2) se dirige a la acusada y la libera; y 3) al final, se ocupa del pecado.

El adulterio es sólo una parte del problema en este encuentro. Si este se hubiese colocado en primer lugar, el resto de las enseñanzas del pasaje hubiesen quedado desteñidas. Jesús no quiere que estemos obsesionados/as por el pecado, sino por la nueva vida en él. He aquí un problema para consejeras/os pastorales: en una entrevista ¿es nuestra prioridad el crecimiento de la persona o el problema del bien y del mal respecto a lo que la persona hace? Este segundo aspecto no puede desligarse del primero.

Porque Jesús tiene sus prioridades no la sermonea. No la trata como una nena mala, por el contrario, ofrece su perdón, intentando energizarla para que ella misma se separe del pecado. Jesús restituye en ella el autorespeto y la autoestima que pisoteaban los fariseos y los escribas. Le otorga su confianza y la confronta con una nueva dirección. Había cometido una acción inaceptable, pero ella no era inaceptable; había cometido una falta, pero ella no era una falta.

Jesús es en sí mismo un agente de la verdadera libertad. Mientras los escribas y los fariseos la mandan a pagar las consecuencias de su pasado, Jesús la abre a un futuro nuevo. Promueve en ella la liberación de su pasado para que no lo repita. Nosotros no sabemos que fue de la vida de esta mujer. El Evangelio pone el final de la historia donde debe ser puesto para nuestro aprendizaje y no para nuestra curiosidad. Ella salió tan rápidamente de la narrativa que aparece en el Evangelio como había entrado. Pero podemos creer, más allá de lo que sucedió después, que esta pastoral de Jesús abrió algún tipo de horizonte en su vida y que ella habrá hecho memoria del suceso más de una vez. Así es la atención pastoral. No siempre sabemos que sucedió después de algunos de los encuentros que tenemos con personas, pero hay intervenciones pastorales que dejan marcado/a al/la otro/a para siempre, aun en aquellos casos cuando la continuación no nos satisfaga plenamente.

Si necesitáramos escenas o pasajes bíblicos para fundamentar una moral única para hombres y mujeres o reivindicar la igualdad de derechos de ambos sexos tantas veces mancillada, aquí podríamos encontrar un ejemplo adecuado. Jesús reivindica el valor de la mujer aun en la condición social más despreciable y condenatoria, así como defendió los derechos y el valor de los niños.

Una pastoral para los fariseos.

Jesús responde primero a los acusadores, pero su postura frente a ellos no es diferente que su respuesta a la mujer. Él los trata con cuidado y sensibilidad. Sabe que le están tendiendo una trampa, pero entiende que ellos también están en una trampa tendida por ellos mismos, por aquellos que los formaron y por estructuras religiosas e institucionales que favorecen tal situación.

Por eso, no reacciona con odio y violencia. Para defender a la mujer no necesitaba destruirlos. Los descalificó como jueces porque estaban en un rol que no les correspondía y los esclavizaba aunque ellos no se dieran cuenta. Además les recuerda sus propios pecados. Lamentablemente, pareciera por el relato, que no se quedaron para el final de la historia. También para ellos había perdón, promesa de no condenación y apertura a un futuro nuevo.

El gesto de Jesús escribiendo en el suelo los dejó sin respuesta. ¿Por qué habrían de salir primero los más viejos? ¿Sería porque tenían las más largas historias? ¿Los que tenían más memoria? ¿Los que tenían más pecados en su haber? ¿O porque se habían puesto más afuera en la ronda acusadora mandando al frente a los más jóvenes? Lo que está claro es que él no hace con ellos lo que ellos hicieron con la mujer. No los expone al ridículo, ni a la pública condenación. También con ellos actuó con amor, sensibilidad y compasión. Él también invitó a ellos a hablar sobre su propia conducta y hacer su propio autoexámen: “El que esté sin pecado que arroje la primera piedra”.

Por eso es un error creer que simplemente Jesús se puso de parte de la mujer. A veces, el ponerse a favor de una parte, en situaciones como éstas, deja afuera a la otra. Jesús intenta una acción pastoral para todos: para la mujer, para los escribas y para los fariseos.
Dos modelos para enfrentar la culpa.

A partir de este pasaje, queda abierta la cuestión del papel del superyó y su visión desde la psicología pastoral y, en relación con ello, el tema de la culpa
[2]. Uno de los elementos que definen al ser humano es su conciencia moral. El sentimiento de culpabilidad es uno de los componentes fundamentales de la vida afectiva. Actúa cuando nuestras acciones son sancionadas por una instancia psíquica llamada superyó. Cuando este reprueba nuestro accionar, produce culpa o desvalorización.

En el pasaje que estamos considerando, encontramos dos modos de resolver esta cuestión. La primera estaría encarnada por la postura de los fariseos y los escribas. Aquí el superyó tiende a ser estático, repetitivo, pegado compulsivamente a una ley que tenía siglos. No puede actuar creativamente ante una nueva situación. Cuando el superyó no es rígido ni repetitivo, puede ser sensitivo y discriminador para analizar y valorar toda situación y, por lo tanto, puede ser dinámico y permitir la innovación.

En el primer esquema la voz del superyó es punitiva, demanda castigo en la convicción que a mayor dureza más virtud. Por ese camino esta instancia psicológica puede ser autodestructiva. Si tomamos en cuenta que el superyó actúa a nivel consciente e inconsciente, podemos concluir que muchas conductas que perjudican de muy distinta manera al individuo deben ser pensadas desde el autocastigo. La culpa pareciera tener la habilidad para mantenerse oculta y producir, desde ese lugar, efectos. La culpa no suele tener misericordia y abusa de su poder y, si bien la ausencia de la misma coloca al ser humano al nivel de lo peor, su accionar no es simple ni suficientemente lógico. No siempre es coherente, pero a menudo es feroz.

Uno de las típicas formas vinculadas a esto es el remordimiento. La etimología de esta palabra es elocuente. Proviene de mordere, vocablo latino del que nacen mordedura, mordacidad, mordaz. Se trata de un intenso sufrimiento respecto a la imagen ideal de sí, donde priva la idolatría a la Ley. El remordimiento une confesión con flagelación. La falta es percibida como una carencia que amenaza la seguridad de la personalidad. El remordimiento es un sentimiento mutilante, regresivo, que le hace perder impulso a lo más positivo que tenemos dentro de nosotros mismos. En este sentido, podemos decir que la obsesión por el pecado es tan perniciosa como el olvido del pecado.

El remordimiento implica un componente de repetición. Pareciera que el sujeto intentara revivir la situación pasada que lo atormenta. Repite la situación, motivo del reproche, buscando en vano resolverla, lo cual no es posible porque ya sucedió, él está muerto respecto a ella. El remordimiento, como toda actitud obsesivamente repetitiva, impide vivir con felicidad.

No siempre la culpa se vincula con una acción inadecuada sino también con una difusa sensación de indignidad que adquiere autonomía e ignora la fuente que la originó. Los estados depresivos pueden ser un ejemplo.

Por eso Jesús se apresura, en el caso de la mujer, a “despegarse” de esta instancia psíquica explicitando su no condenación.

El manejo del reconocimiento de la falta que propone Jesús busca reestructurar el futuro, de modo que lo percibido como valioso sea buscado. “Vete”, le dice Jesús, “y no peques más”. Tal sentido actúa dentro de nosotras/os como una fuente de motivación que anima a percibir y seguir valores superiores de vida, a amar y buscar una vida mejor.

Uno de estos dos modelos puede predominar sobre el otro dentro de nuestro psiquismo. Jesús no sólo libera a la mujer de los fariseos y los escribas, sino que le da una enseñanza implícita para que le sirva en relación con ella misma. Es necesario reconciliar al yo con el superyó para recuperar la autoestima, hace falta que aquel sea más fuerte y este menos sádico.

En este sentido, podemos comprender los problemas con este pasaje desde siglos. A veces, nuestro superyó, como los fariseos, nos hace jugarretas para impedirnos comprender el obrar y la misericordia de Jesús. No sólo nuestros impulsos pueden alejarnos de los caminos de Dios, también el superyó a quien otorgamos especiales honores. No hay que confundir al representante de nuestros padres terrenales con nuestro Padre (y Madre) Celestial.

Mientras los fariseos tienden a lo repetitivo y estático (siempre están en lo mismo), Jesús lleno de amor y de deseo de vida, no sólo para él sino para los demás, resuelve creativamente la situación. Mientras los fariseos y los escribas se quedan siempre a mitad de camino, Jesús completa su acción liberadora. Para un/a asesor/a pastoral no sólo es importante el qué de los valores (qué es bueno o malo) sino el cómo. Creyendo seguir el camino de la virtud podemos estimular patologías. Más aún, es importante ser conscientes de cómo estos dos modelos, representados en el relato por los fariseos y por Jesús, funcionan dentro de cada una/o de nosotras/os.

Lic. Hugo N. Santos (Psicólogo. Escritor) ISEDET 2004

[1] Contratransferencia: Originalmente, se refiere al conjunto de las reacciones del/a psicoanalista frente a la persona del/a analizado/a, y especialmente, ante la transferencia de éste/a. Esta última, alude al conjunto de los fenómenos y procesos psicológicos del/a paciente dirigidos al/a analista y derivados de otras relaciones anteriores. Si bien este concepto aludía, en principio, a la técnica psicoanalítica, en el vínculo terapeuta-paciente, la transferencia existe en todo vínculo humano.

[2] Superyó: Es una de las instancias de la personalidad, de acuerdo a uno de los esquemas de la misma, propuestos por Freud. Las funciones del superyó son, básicamente, tres: la conciencia moral, la autoobservación y la formación de ideales.
 



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