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Cultura adolescente y tribus urbanas.

Acabo de visitar una iglesia en la que encontré un hermoso y variado grupo de adolescentes y jóvenes. Se habían sentado al fondo del salón, separados de los adultos que estaban adelante, pero participaban de la reunión con interés. Algunos lucían crestas de colores en sus cabelleras, otros el cabello largo y otros corto. Abundaban los cinturones y las pulseras metálicas, las zapatillas y las remeras negras. En fin, se podía observar una variada colección de moda adolescente. Inclusive estaban aquellos chicos y chicas que lucían remeras y pantalones que usted o yo nos animaríamos a usar. Se notaba que eran amigos entre sí pues al terminar la reunión conversaban muy entusiasmados. Era evidente que se sentían cómodos en esa iglesia, de lo contrario no hubieran estado allí.

¿Cómo habían llegado a esa iglesia? ¿Por qué estaban cómodos allí? ¿Qué es lo que lleva a los adolescentes a “huir despavoridos” de algunas iglesias y a integrarse a otras? ¿Cómo era posible que adolescentes que manifestaban tanta diversidad, conformaran un grupo? ¿A qué culturas adolescentes pertenecían? ¿Eran adolescentes cristianos y cristianas dispuestos a vivir de acuerdo con los valores del reino de Dios? Al finalizar el culto me acerqué para entrevistarlos pues sé que los adolescentes cambian tanto, que los libros que hablan sobre ellos pronto quedan desactualizados y es imprescindible dialogar con ellos para entenderlos y aprender de ellos. Les dije que quería conocer sobre sus culturas. Una sonrisa les iluminó el rostro y comenzaron a hablar de sus vidas, de sus dolores, de sus proyectos y del camino recorrido hasta llegar a encontrarse con Cristo y congregarse en esa iglesia,. Esos chicos y chicas “la tenían clara”. Vivían un cristianismo sin molde, fresco, auténtico y contagioso. Tan contagioso que cada vez había más adolescentes en ese grupo.

En ese grupo había chicos y chicas que en la calle no hubieran conversado entre sí, pues pertenecían a tribus enemigas. Más aún, un muchacho punk estaba de novio con una chica heavy metal. Según me dijeron, habían estado “en la pesada” hasta que tuvieron un encuentro con Cristo y comenzaron a cambiar profundamente. Mientras conversaba con esta pareja, se acercó un adolescente vestido según la moda general y me dijo que era new metal y que los heavy metal y los new metal no se llevan bien, pero que ellos eran amigos. Contabilicé en esa iglesia adolescentes que pertenecían a 5 tribus urbanas distintas y adolescentes que no pertenecían a ninguna tribu. Mi asombro aumentaba cada vez más, pero antes de relatarles cómo terminó la entrevista, me parece necesario aclarar algunos conceptos importantes. ¿Por qué hablamos de culturas adolescentes? ¿Qué son las tribus urbanas?

Las culturas adolescentes.

Los adolescentes no son todos iguales pese a que con frecuencia hablamos de la adolescencia como si hubiera una única y universal manera de ser adolescente. La adolescencia comienza con los cambios biológicos que determinan la maduración física y sexual, sin embargo cómo se desarrolla, cuándo termina y qué significado adquiere esta etapa de vida, depende en gran medida del contexto sociocultural en que se vive.

Los adolescentes representan, producen y comunican distintas “culturas adolescentes”. La cultura es el conjunto de conocimientos, valores, prácticas, creencias, artefactos que se adquieren por vivir en determinado contexto social, que configura una trama de significados compartidos desde la cual nos comunicamos. Las culturas adolescentes son las distintas maneras en que ellos expresan colectivamente sus experiencias sociales construyendo estilos de vida distintivos que se manifiestan en especial en el tiempo libre o en espacios específicos que generan en distintas instituciones o lugares (Feixa, 99).

Según los sectores sociales de los que provengan, que dependen de la familia de origen, del barrio, de las escuelas, las iglesias, los clubes, las amistades y otras instituciones o redes sociales, los adolescentes adquieren distintos valores, expectativas y normas de conducta con los que construyen estilos de vida propios. Otro aspecto importante en la construcción de las culturas adolescentes es la generación, pues quienes han nacido en determinado momento histórico comparten sucesos, costumbres, modas y valores comunes.

Las culturas adolescentes se construyen entonces, con elementos provenientes de las identidades generacionales, de clase, de género, etnia y territorio. Incorporan elementos provenientes de la moda, la música, el lenguaje, las prácticas culturales y las actividades que realizan. Las fronteras entre las distintas culturas adolescentes no son estáticas ni infranqueables. Por el contrario, los adolescentes no se identifican siempre con el mismo estilo sino que reciben influencias de varios estilos y a menudo construyen su propio estilo, que depende de sus gustos estéticos, musicales, sus valores, y de los grupos primarios con los que interactúan.

Los adolescentes se relacionan de distinto modo con la cultura dominante de la sociedad, según la cultura adolescente a la que pertenezcan. Algunos se relacionan conflictivamente, son los adolescentes que los adultos vivencian como “rebeldes”; otros se integran por lo menos en forma parcial, son los “buenos estudiantes y laboriosos”.

Las condiciones socioculturales imperantes en la actualidad favorecen el surgimiento de distintas culturas adolescentes, las atraviesan con sus valores o “antivalores”. No es casual que en la cultura posmoderna que promueve la falta de certezas, el escepticismo, la falta de proyección de futuro, el consumismo, la búsqueda de placer, el individualismo, en una sociedad que tiende a la fragmentación y la desigualdad, hayan surgido tantas culturas adolescentes. Analicemos a continuación un interesante fenómeno relacionado con estas culturas que se ha denominado tribus urbanas.

Las tribus urbanas.

Las tribus urbanas son agrupaciones de jóvenes que aparecen en las grandes ciudades, que comparten los mismos gustos musicales, realizan las mismas actividades, eligen vestirse de modo similar, poseen hábitos y valores comunes. Los adolescentes pueden identificarse con otros adolescentes que viven lejos geográficamente pero que comparten los mismos gustos y costumbres por pertenecer a la misma tribu (Moreno, del Barrio, 2000). Entre las tribus urbanas podemos mencionar a los góticos, los punks, los skinhead, los sharps, los heavies, los hardcores, los rockers y las barras bravas. La mayoría de los adolescentes que forman parte de las tribus urbanas provienen de sectores urbano populares que viven en la marginalidad, cuyas necesidades básicas no están siendo satisfechas, no tienen acceso a una buena educación ni esperanza de conseguir en el futuro un empleo, cuyas vidas giran en torno a la inactividad.

En las tribus urbanas pueden confluir distintas bandas, conformadas por adolescentes que se parecen y se reúnen voluntariamente por el placer de estar juntos. Las bandas son una forma de microcultura emergente en sectores urbano populares. Utilizan el espacio urbano para construir su identidad social. Cada banda puede caracterizarse por un estilo determinado o por una mezcla de estilos. Cuando la banda se hace durable se transforma en un grupo primario, pero entonces cambia sus características: afianza los valores comunes, distingue roles, fija objetivos más allá de la reunión por el placer de estar juntos que es propio de la banda.

En una cultura globalizada dominada por las comunicaciones que le quitan sentido a los espacios pues se anulan los límites y las fronteras, en una sociedad que les cierra las puertas y les niega espacios, los adolescentes crean sus propios espacios, se apropian de lugares en las calles en los que se reúnen a conversar y a beber cerveza. Allí se acentúa lo que tienen en común y disminuye lo que los separa. El adolescente ahí se siente alguien pues es un miembro de una banda o de una tribu. Encuentra un conjunto de normas específicas que respeta para construir su imagen, una serie de actitudes, comportamientos y valores a los que adherir, ahí puede luchar contra la sociedad adulta, puede usar la violencia sin necesidad de ocultarla.

La búsqueda de pertenencia e identidad es lo que está en la base de estos fenómenos. Durante la adolescencia se modifican las relaciones que los adolescentes tienen con sus familias y cobran vital importancia las relaciones que establecen con otros adolescentes. De ahí la relevancia que adquieren los grupos, bandas, pandillas y tribus urbanas en la vida de los adolescentes. Muchos de ellos establecen una dependencia excesiva de las normas, pautas culturales y valores de sus grupos, por la seguridad que les otorga el pertenecer a ellos. Algunos adolescentes de sectores populares, en lugar de integrarse a bandas o tribus urbanas, se integran al mundo del hampa y es interesante destacar que otros se están incorporando a iglesias evangélicas.

Adolescentes, iglesias y valores cristianos.

Todos los adolescentes necesitan un grupo de pertenencia con el cual identificarse y no sólo los que pertenecen a tribus urbanas o bandas. Como ya vimos, ellos transfieren al grupo la dependencia que antes tenían de sus padres. Muchos adolescentes se acercan a las iglesias en búsqueda de un grupo de pertenencia, de lazos profundos y amistades. Cuando los encuentran, se quedan, de lo contrario se van. Otros han concurrido de pequeños a la iglesia con sus padres y al llegar a la etapa de la adolescencia se replantean profundamente su fe; si no encuentran en la iglesia un grupo de adolescentes con los cuales identificarse y una comunidad que los acepte, contenga y acompañe en este proceso, es muy probable que se alejen de ella. Éste era el caso de algunos de los adolescentes que entrevisté. Al cumplir 11 ó 12 años se alejaron de la iglesia y del Señor, cayeron en la droga, el alcohol, la vida desenfrenada, pero felizmente, entre los 15 y 17 años, habían vuelto al Señor, aunque ninguno volvió a la iglesia de su niñez.

No es fácil ser adolescente hoy, y más difícil aún es ser adolescente cristiano. Muchos de los valores y prácticas de las distintas culturas adolescentes entran en contradicción con los valores cristianos. La vida cristiana comienza con el nuevo nacimiento pero luego implica un desarrollo que debería llevar a la adopción de un estilo de vida distintivo, con nuevos valores y formas de conducta. Como afirma la Biblia, si alguno está en Cristo, es una nueva persona. Por eso ya no piensa de nadie según los criterios de este mundo. Por eso ya no vive para sí mismo sino para Cristo (2° Co. 5:15-17). El mandato de no conformarnos a este mundo es también para los adolescentes cristianos. ¿Cómo ayudarlos a que sean cristianos sin dejar de ser adolescentes? ¿Cómo ayudarlos a ser adolescentes cristianos? ¿Cómo lograr que se integren a la iglesia y que en ella encuentren una comunidad en la que puedan comenzar su vida cristiana si no lo han hecho antes y desarrollarse en forma integral? ¿Cómo ayudarlos a conformar su identidad en torno a Cristo? ¿Cómo enseñarles los valores cristianos y a adoptar el estilo de vida que Cristo desea en este difícil momento actual?

El aprendizaje de valores es muy importante ya que éstos son las cualidades atribuidas a los objetos, personas o fenómenos, y llegan a orientar y aún a determinar el estilo de vida de una persona. El mensaje del reino de Dios desafía los valores de la cultura imperante y de las distintas culturas adolescentes, y frente a la diferenciación social, al individualismo, a la competitividad, a la falta de esperanzas y de proyección de futuro, a la violencia, opone un mensaje inclusivo, para todos y todas, sin distinción de clase, raza o género o edad. La perspectiva de futuro y la esperanza se recuperan en el mensaje evangélico. Cristo vino a darnos vida en abundancia, a abrirnos la posibilidad de un presente y un futuro mejor a todos.

Lic. Ana R. Somoza (Psicóloga. Escritora. Conferencista).
Revista “Visiones y herramientas III” / ISEDET (2005).
Sobre la destitución de la infancia. Frágil el niño, frágil el adulto.

Toda institución se sostiene en una serie de supuestos. Por ejemplo, la institución escolar necesita suponer que el alumno llega a la escuela bien alimentado; la institución universitaria necesita suponer que el estudiante llega sabiendo leer y escribir. En definitiva, las instituciones necesitan suponer unas marcas previas.

Ocurre que las instituciones presuponen para cada caso un tipo de sujeto que no es precisamente el que llega. Siempre ocurrió que lo esperado difiere de lo que se presenta, pero hubo un tiempo histórico en que la distancia entre la suposición y la presencia era transitable, tolerable, posible. No parece ser nuestra situación. Hoy, la distancia entre lo supuesto y lo que se presenta es abismal. Por su conformación misma, la institución no puede más que suponer el tipo subjetivo que la va a habitar; pero actualmente la lógica social no entrega esa materia humana en las condiciones supuestas por la institución.

En estas condiciones es estratégico distinguir entre las instituciones y sus agentes. Lo que la institución no puede el agente institucional lo inventa; lo que la institución ya no puede suponer el agente institucional lo agrega. Como resultado de esta dinámica, los agentes quedan afectados y se ven obligados a inventar una serie de operaciones para habitar las situaciones institucionales. Si el agente no configura activamente esas operaciones, las situaciones se vuelven inhabitables. ¿Qué posibilidades tienen los agentes para, una vez desmontados los supuestos institucionales, instalar una subjetividad capaz de habitar las situaciones?

Hace algún tiempo, a partir de varias experiencias, construimos una metáfora para nombrar situaciones en que la subjetividad supuesta para habitarlas no está forjada: la metáfora del galpón. Un galpón es un recinto a cuya materialidad no le suponemos dignidad simbólica. La metáfora del galpón nos permite nombrar una aglomeración de materia humana sin una tarea compartida, sin una significación colectiva, sin una subjetividad capaz común. Un galpón es lo que queda de la institución cuando no hay sentido institucional: los ladrillos y un reglamento que está ahí, pero no se sabe si ordena algo en el interior de esa materialidad. En definitiva, materia humana con algunas rutinas y el resto a ser inventado por los agentes. Así como en tiempos del Estado-nación pasábamos de institución en institución, hoy, en ausencia de marco institucional previo, se permanece en el galpón hasta que no se configura activamente una situación. Pero eso ya no depende de las instituciones sino de sus agentes.

El libro Chicos en banda, de Cristina Corea y Silvia Duschatzky, fue escrito a partir de una investigación en escuelas marginales de Córdoba, durante la cual fueron apareciendo situaciones a las que era difícil dar sentido desde los supuestos institucionales. Detengámonos en una de ellas para pensar las operaciones en clave de invención. En una escuela primaria aparece un problema: muchos chicos van armados a la escuela. De algún modo, el problema presenta una condición impensable para la lógica institucional escolar: la condición armado es incompatible con la condición alumno. Pero el asunto no termina aquí: en el entorno de la escuela en cuestión, ir armado es una de las pocas maneras que tienen estos chicos de llegar enteros a la escuela. No es que el chico entra armado a la escuela para transgredir el reglamento o para provocar algo, sino porque él está armado: el chico no va armado a la escuela, va a todos lados así, y las paredes de la escuela no establecen ninguna diferencia. Las paredes de esa escuela no establecen un interior, por eso es pertinente partir de pensarlas como paredes de un galpón.

Los chicos se presentan armados, ¿qué se hace con eso? Armado y alumno son incompatibles, pero sin la condición de armado el alumno quizás no llega a la escuela. La operación capaz de instalar algo de escuela en esas condiciones necesita desarmar a los niños, aunque sea durante su permanencia en el edificio escuela. Entonces aparece una posibilidad: poner un mueble, un armero para que los chicos dejen las armas al entrar y las retiren al salir. Esta operación es muy problemática desde cualquier punto de vista; sin embargo, configura un interior de la escuela.

Según la investigación, esta escuela se funda desde el armero y no desde los programas. La posibilidad de que haya escuela no se funda desde el reglamento o la currícula, sino desde esta operación que distingue un interior de un exterior. La escuela no está instituida por sí misma ni tiene potencia para generar la subjetividad capaz de habitarla. Pero, a partir de aquí y como resultado de esa intervención armero, se plantea otro problema: ¿la escuela no se hace responsable de los chicos afuera? Bien podría aparecer un periodista y preguntarle al director: “¿Es cierto que usted reparte a la salida armas a los chicos?”. Gran problema. Estamos frente a un ejemplo de destitución, pero también de instalación sobre los restos del naufragio de las instituciones productoras de la infancia. Ante este tipo de intervenciones, surgen nuevos problemas.

Ahora bien, bajos los efectos de estas situaciones, es muy difícil empezar a pensar en clave de dada esta situación y no de supuesta una situación. Sin duda no se trata de repartir armas a la salida de las escuelas. El asunto es que, en una situación, se configura una operación que permite habitarla o emerge una suposición que impide habitar. Gran diferencia subjetiva para docentes, padres y todas las figuras de trabajo en torno de la niñez. En definitiva, la disposición puede ser: ¿suponemos una institución o leemos una situación? Son dos mundos distintos, bien distintos. Si suponemos cómo debería ser una escuela, no logramos pensar nada de lo que hay o de lo que puede haber. Si partimos de una situación dada, ahí podemos empezar a pensar –con lo que tiene de indeterminada la tarea de pensar–.

En la modernidad, la usina práctica fundamental de producción de subjetividad era el Estado, metainstitución que albergaba, conectaba y volvía compatibles las diversas instituciones. Y la subjetividad que producía el Estado era la del ciudadano.

Entonces, el ciudadano es una realidad propia de una época histórica. Ahora, ¿qué es el ciudadano? El pueblo se compone de ciudadanos; el ciudadano es el átomo del pueblo. Y el pueblo es soberano; o más precisamente: de él emana la soberanía, pero no reside en él. La Constitución argentina es bien clara: “El pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes”. La soberanía emana del pueblo, pero no reside en el pueblo, sino en los representantes. El ciudadano es un sujeto capaz de hacerse representar. Y por eso necesita ser sujeto de conciencia. Pero para forjar un ciudadano se parte de un niño. Y el supuesto educativo de los Estados nacionales es que el niño es fundamentalmente inocencia y fragilidad, aunque a veces no parezca que así sea; y esa inocencia y fragilidad de los niños requiere amparo –por la fragilidad– y educación –por la inocencia–. No es aún un sujeto de la conciencia; no es aún un ciudadano. La infancia como institución –no los chicos, sino la infancia como institución–, como representación, como saber, como suposición, como teoría, es producto de dos instituciones modernas y estatales destinadas a producir ciudadanos en tanto que sujetos de la conciencia: la escuela y la familia.

La familia instaura en el niño el principio de legalidad a través del padre, que encarna la ley, y luego transfiere hacia la escuela la continuidad de la labor formativa. La escuela es el aparato productor de conciencia que, según la consigna de Sarmiento, consiste en educar al soberano. Para ser soberano hay que estar en pleno ejercicio de la conciencia y las instituciones son productoras de ese sujeto de la conciencia. Por supuesto que, a la sombra de ese proceso, generan el inconsciente; pero no es ése el proyecto. El proyecto es generar un sujeto consciente.

La escuela y la familia instituyen la figura del infante: un futuro ciudadano inocente y frágil, que aún no es sujeto de la conciencia y que tiene que ser tutelado pues ahí, en el origen, está contenido el desarrollo posterior.

Parentesco líquido.

Hay una serie de estudios de Michael Foucault sobre la locura y las prisiones que son interesantes para estudiar los dispositivos de exclusión. ¿A quién se excluye? En el mundo moderno, se excluye a quien no dispone de razón, a quien no tiene la razón sana. El niño es un excluido radical del universo burgués moderno. En tanto niño está tan excluido como el loco. Luego se incluirá, pero cuando ya no sea niño.

El niño, en tanto tal, cuenta sólo como “hombre del mañana”. Pero la transformación contemporánea transforma a ese hombre del mañana en un consumidor del hoy –o un expulsado del consumo de hoy–. La destitución de las instituciones que producían infancia implica a su vez una habilitación del presente para los niños. Estos son puro presente para el mercado: son puro presente de consumo o puro presente de exclusión, pero no son proyecto de ciudadanos. La dimensión de futuro es inconcebible para los mercados actuales. El futuro era el objeto tutelado por el Estado, pero para el mercado neoliberal es una abstracción filosófica. En el mercado neoliberal no hay ninguna institución que genere futuro; el futuro se produce sólo si hay alguna operación que abra una perspectiva del después.

Para pensar el cambio de lógica, puede resultar útil simplificar la cuestión en los siguientes términos: del Estado al mercado. Pero aún sigue siendo complicado el asunto. Más simple –y más dramático– es plantear que la lógica de Estado, la lógica de las instituciones, es la lógica de lo sólido. Lo sólido es el estado privilegiado de la materia: ser es ser un sólido. No sabemos por qué hemos privilegiado un estado de la materia por sobre los otros. En todo caso, por un motivo u otro solemos llamar ente a lo sólido. A un líquido “le falta consistencia”, lo vemos como un sólido disuelto. Y un gas es prácticamente un chiste, está abandonado por la realidad.

El Estado produce realidad al modo de instituciones: una institución, otra institución, otra institución son lugares dentro de un territorio. Hace unos años empezó a hablarse de flujos de capitales, flujos de imágenes, flujos informáticos. Bajo dos figuras exquisitas, la inundación y la sequía, la era neoliberal es la era de la fluidez. El paradigma de “lo que es” es lo que fluye y no lo que se consolida. La subjetividad estatal supone que la vida social está asentada sobre la solidez del territorio. El mercado produce realidad de otro modo: la subjetividad neoliberal no se asienta sobre lo sólido del territorio sino sobre la fluidez de los capitales.

Una imagen para plantear esto es la idea de una reversión del tablero. En la reversión del tablero, el mercado, que era pensado como un lago interno dentro de la solidez estatal, ha crecido a tal punto que ha devenido océano, de modo que el resto de los términos emergentes ahora son islotes conectados por un medio fluido. Pero además serían islas flotantes, también movidas por la deriva de ese medio.

En un medio sólido, la conexión entre dos puntos permanece, a menos que un accidente o un movimiento revolucionario corte esa atadura. En la fluidez, la conexión entre dos puntos cualesquiera es siempre contingente: puede no ser. En un medio fluido, dos puntos cualesquiera –que pueden ser el padre y el hijo, uno y su puesto de trabajo, el docente y el estudiante– permanecen juntos porque se han realizado las operaciones pertinentes para ello, y no porque un andamiaje estructural los encierre en el mismo espacio. En un medio fluido, cualquier conexión tiene que ser muy cuidada, no se sostiene en instituciones sino en operaciones, no tiene garantías; más bien exige un trabajo permanente de cuidado de los vínculos. Y las operaciones necesarias para mantener dos puntos conectados tienen una dificultad adicional: en un medio sólido, si realizamos una misma acción, producimos un mismo efecto; pero en un medio que se altera, las operaciones necesarias para permanecer juntos van cambiando. No por realizar una misma acción producimos un mismo efecto.

La infancia era una institución sólida porque las instituciones que la producían eran a su vez sólidas. Agotada la capacidad instituyente de esas instituciones, tenemos chicos y no infancia. Nos encontramos con una dispersión de situaciones para la cual no hay teoría, y parece que no puede haberla porque las situaciones dispersas se montan sobre ese fondo de fluidez, es decir, de contingencia permanente. Los ejes estructurales no tienen ya potencia para aglutinar lo que consolidaban en su momento, y los agentes de la vida social nos enfrentamos a la experiencia inédita de forjar cohesión en un medio fluido.

En un medio fluido hay fuerzas cohesivas. Nunca se llega a la ligadura estructural del sólido, pero se producen cohesiones. Llamamos cohesión a un conjunto de partículas que sostienen entre sí fuerzas de atracción mutua, que no se consolidan pero que en un medio fluido evitan la dispersión. La dispersión es la fragmentación, la inconsistencia, la secuencia enloquecida sin ninguna ligadura; es estar todos en un mismo recinto, pero ninguno en la misma situación que otro. En la dispersión hay fragmentos que navegan y, si no se cohesionan, se chocan. Pero no se cohesionan desde un continente que les dé forma sino desde alguna operación que arma un remanso. En esas condiciones, los vínculos cambian de cualidad, están sometidos a los encuentros y a los desencuentros. Para nosotros, la familia está basada en el amor. Una gran conquista del pensamiento moderno fue la elección del cónyuge por amor. Y una gran conquista de los movimientos de liberación femenina, del psicoanálisis, del pensamiento crítico, fue no sólo elegir esposo o esposa sino, además, conservarlo o no por amor.

En la Roma antigua, la familia era uno de los pilares de la sociedad; por eso Cicerón decía que el amor debía quedar fuera del matrimonio, pues una institución primordial de la república como el matrimonio no podía estar sometida al vaivén de las pasiones. Para el pensamiento espartano, la familia era no la célula básica de la sociedad sino el núcleo disolvente de la sociedad. La sociedad desconfiaba de las lealtades familiares.

Las familias se complicaron. Hoy, cuando se le pide a un chico que dibuje la familia, hay que darle una hoja de gran tamaño y dejarlo que interrumpa donde le parezca. Las relaciones que puede dibujar son vínculos difíciles de definir por el andamiaje estructural del parentesco. En principio, en las relaciones de parentesco los parientes son vitalicios. Un primo, un cuñado, son vinculaciones “para siempre”. Y hermanastros, hijastros, madrastras y padrastros aparecen sólo por viudez –como en Cenicienta–, pero no se concibe que coexistan la “ex” relación y la relación actual. La situación actual, al imponer como condición que los vínculos de alianza se sostienen en el amor, hace pulular los “ex” y los “... astros”. Si un varón tiene una ex hermanastra, que sea una mujer permitida o prohibida no está determinado. ¿Los ex tíos políticos siguen siendo tíos? ¿Y el marido de mi suegra que se peleó con ella es el abuelo de mi hijo o no? Se arman constelaciones difusas, y es el chico quien elige.

En esa constelación difusa de emparentados, el parentesco deviene cada vez más electivo. En historia suele distinguirse entre relaciones de parentesco y sistemas de parentesco. Las relaciones de parentesco son las relaciones que efectivamente se entablan: éste hace tal cosa con ése; éste le presta herramientas a aquél –que es el cuñado–; éste almuerza con otro –que es el hijo– los domingos. Lo que determina las relaciones de parentesco es lo que efectivamente “hacen”. Las prácticas efectivas son las relaciones de parentesco. Y el sistema de parentesco es el que clasifica y nomina esas prácticas: éste hace tal cosa con aquél; a esa relación en el sistema la llamamos, por ejemplo, tío.

No hay lenguaje de parentesco capaz de designar ciertos vínculos efectivos. ¿Cómo llamar al nieto del marido de la madre de uno? Llamarlo “amigo” es encubridor y llamarlo “pariente” es un caos clasificatorio. Sin embargo puede haber una relación efectiva de parentesco. No hay ningún andamiaje estructural que soporte ese vínculo; se sostiene en prácticas y no en un sistema clasificatorio, no en una institución. El vínculo se sostiene por haberse elegido mutuamente, por cuidarse, acompañarse, no por un anclaje dado de antemano sino porque el haberse encontrado produce un entorno significativo.

Por más que nos resulte caótica, ésta es la matriz de los vínculos actuales. Estos son los modos que adoptan los vínculos por cohesión y no por solidez. Cuesta un enorme trabajo sostener las situaciones sin instituciones, y requiere mucho trabajo de pensamiento. Decía una antigua definición de pensamiento que saber algo es no tener que pensar en eso. Si uno sabe algo, no tiene que pensarlo: lo supone. Pero en condiciones de fluidez la suposición es siempre engañosa. Pareciera entonces que para pensar la infancia es necesario des-suponer la infancia y postular que hay chicos. Des-suponer la infancia significa no pensar a los chicos como “hombres del mañana” sino como “chicos de hoy”. Y esto significa partir de que los chicos no están excluidos en estos tiempos de conmoción social, no están anclados a estructuras sino que están pensando, tan frágiles, tan desesperados, tan ocurrentes como cualquiera de nosotros, que tenemos la misma fragilidad de ellos. En la era de la fluidez hay chicos frágiles con adultos frágiles, no chicos frágiles con instituciones de amparo. Y con esas fragilidades estamos trabajosamente tramando consistencias, tramando cohesiones. La solidez supuesta en un tercero se desfondó.

Así, las situaciones de infancia pueden pensarse como situaciones entre dos y no entre tres. Una situación de tres sería, por ejemplo, un chico, un adulto y el Estado; es decir que no se vinculan directamente entre sí en la ternura o en los cuidados mutuos, sino a través de la mediación de un tercero: la institución familiar o escolar. Pero, si se supone un tercero en una relación entre dos, el primero termina abandonando al segundo. De ahí que el trabajo actual de vincularse sea casi artesanal, y seguramente angustiante. Si uno dice: “Se supone que el Distrito Escolar debería...” y opera en base a esa suposición, termina abandonando al chico y también a uno mismo porque, de ese modo, uno se constituye como docente, como psicólogo, como padre, supuesto por una tercera cosa, y no se constituye en el vínculo con el chico. Destituida la infancia, las situaciones infantiles se arman entre dos que se piensan, se eligen, se cuidan y se sostienen mutuamente. Ya no se trata de fragilidad por un lado y solidez por el otro; somos frágiles por ambos lados.

Ignacio Lewkowicz (Historiador. Escritor)
Conferencia en el Hospital Posadas, Argentina, en 2002
Página 12
La Biblia y la sexualidad.

El tema de la sexualidad se ha visto como controversial por muchos años en los ámbitos cristianos. Durante siglos se lo ha visto como malo, humillante, pecaminoso. Tal ha sido el descrédito en el que ha caído que se hace necesaria una investigación fiel y sincera, para conocer el mensaje que Dios nos ha dado sobre este espinoso tema a través de las Escrituras Sagradas.

En esta investigación, encontré que esta mala reputación se arrastra desde tiempos pre-cristianos. Se origina en la interpretación dualística de los griegos. Platón -por ejemplo- sostenía que es en el alma donde se alojan las cosas más lindas de la vida. En cambio la carne es mala. El vocablo "soma" originalmente significó "cárcel". Los griegos pensaban que el cuerpo era la cárcel del alma. Si bien esta forma de pensar no fue típicamente cristiana, puedo decir que el concepto "prendió" en los ámbitos cristianos de los primeros siglos y ha mantenido vigencia hasta hoy. Muchos ascetas religiosos -durante siglos- castigaron cruelmente sus cuerpos como forma de disciplinarlo.

Otra de las interpretaciones erróneas que han servido para desacreditar el sexo se desprende del concepto anterior. Todos sabemos que el ser humano es una unidad indivisible, es un ser biológico, psicológico y espiritual y actúa dentro de un medio social. El error en el que se ha incurrido -no de la Biblia- sino de algunas corrientes de interpretación, es haber considerado estas áreas en forma separada. Entonces, el sexo quedó ligado a lo biológico y la relación sexual no a esa unidad sino a la satisfacción de la necesidad instintiva.

Va a ser importante que hablemos de sexo desde la perspectiva de Dios, según se nos provee información a través de la Biblia. Dios es el creador del sexo. Dios es el creador del cuerpo humano y la sexualidad debe verse en relación a esa unidad indivisible de la que hemos hablado y no relacionarla solamente a aspectos biológicos.

Sexo: Creación de Dios.

La Biblia dice que Dios es el creador del sexo. El relator bíblico en Génesis nos muestra que en la obra de creación incluyó -aparte de todo lo creado- al ser humano. "Creó Dios al hombre, a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó" (Gén. 1:27). El vocablo sexo significa división. Dios es responsable de esa división, El la ideó. Por mucho tiempo -aún hoy- la gente ha malinterpretado el pasaje bíblico en Génesis y ha sostenido que el pecado que cometieron Adán y Eva en el Huerto de Edén es haber descubierto su sexualidad y haber tenido relaciones sexuales. Esto es un error teológico serio. Lamentablemente se ha difundido a través de los tiempos y ha hecho mucho daño a la gente. La Biblia nos insta a pensar positivamente respecto a la sexualidad. Dice el texto bíblico: "Y los bendijo Dios diciendo: Creced y multiplicaos, llenad la tierra y señoreadla completamente" (Gén. 1:28). Es de destacar que las tres primeras indicaciones que Dios tiene para el ser humano tienen que ver con la sexualidad y el ejercicio de la misma. ¡Dios no puede ordenar tareas si previamente no dotó a las personas con la capacidad de realizarlas!

El lector cuidadoso del Génesis notará que luego de cada acto de creación el relator bíblico afirma: "Y vio Dios que era bueno". Pues, cuando hace al ser humano -varón y hembra, con la capacidad de reproducirse- reitera dicha afirmación. Más adelante el relato bíblico dice: "Por esta causa, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne" (Gén. 2:24). Aquí, Dios recomienda y aprueba la unión del hombre y la mujer, lo que nos permite seguir alejando esa idea pecaminosa del sexo. Un comentarista bíblico anota que esta unión matrimonial permite al hombre y a la mujer volver a reunirse en una sola carne, ya que antes de la creación de la mujer ya habían sido uno y que en el acto sexual simbólicamente volvían a reunirse. Dijo Juan Calvino -teólogo reformista-: "Sin la mujer el hombre es incompleto. El hombre debe amar a su mujer como a su propio cuerpo, sólo en esa unión se logra la verdadera personalidad. El sexo es parte del plan creativo de Dios, pero éste debe conservarse dentro de los límites del matrimonio monogámico". (Exégesis del libro de Génesis). Y para afirmar la bondad que hay en esta creación de Dios podemos ver la figura bíblica en el que se relacionan como esposo al Yaveh del Antiguo Testamento y la esposa, el pueblo de Israel. Una figura similar surge en el Nuevo Testamento entre Cristo y la Iglesia. Si la unión entre hombre y mujer no fuera lícita, entonces Dios no usaría estas figuras didácticas en ambos testamentos sagrados.

En el libro El acto matrimonial se cita al psicólogo Brandt: "Dios creó todas las partes del cuerpo humano. No creó algunas partes buenas y otras malas, las hizo buenas todas, pero cuando hubo acabado su creación, la contempló y dijo "que era bueno en gran manera". Sin lugar a dudas, Dios ha sido el diseñador y creador del aparato sexual masculino y femenino, y más aún, creador del sexo, para que varón y hembra pudieran gozar de él. La actividad sexual, por ende, es una actividad santa y esto lo afirma el escritor de la epístola cuando dice: "Honroso sea en todos el matrimonio y el lecho sin mancilla" (Hebreos 13:4). Pero, no obstante la bondad que hay en esta vivencia humana, Dios una y otra vez en la Biblia censura el mal uso del sexo. Reprende a los fornicarios y a los adúlteros, se habla de Israel como una nación adúltera en varios pasajes del Antiguo Testamento. A pesar de todas las censuras no podemos interpretar que el sexo sea malo o pecaminoso, Dios aprueba la vida sexual cuando se da dentro de determinados límites, la censura llega cuando se quebranta lo establecido por El.

Sexo: Aspectos reproductivo y erótico.

Por mucho tiempo la Iglesia Cristiana ha sostenido que la finalidad básica del sexo es la procreación y se ha subestimado y hasta despreciado la función erótica de la relación sexual.

En cuanto a la función reproductora ya hemos citado las ordenanzas bíblicas. "Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra" (Gén.1:28), pero luego de acaecido el diluvio se vuelven a repetir estas palabras ante una nueva instancia que debía encarar la humanidad.

En cuanto a la función erótica es la que más resistencia ha tenido a lo largo de los tiempos. Tampoco hay respaldo bíblico como para creer que este bien no fue dado por Dios. Dios lo creó todo a la perfección, en su diseño del ser humano, de sus órganos sexuales y su capacidad racional-moral lo diseñó todo de tal modo que éste fuera capaz de experimentar placer en su relacionamiento sexual. La Biblia abunda en apoyo para entender la función placentera de la sexualidad. También en Génesis se muestra un episodio en el que Isaac y su esposa Rebeca son protagonistas, el rey Abimelec se sorprende cuando ve a Isaac acariciando a su esposa. El juego erótico forma parte de la relación sexual (Gén. 26:1-11). Otra cita importante del tema en cuestión tiene que ver con el mandamiento que Dios da a Moisés para que éste entregue al pueblo de Israel. Dic instrucciones según las cuales el hombre que se casare, después de la boda debía ser eximido del servicio militar y de toda responsabilidad comercial por un año para estar libre en su casa todo el tiempo para felicidad de su mujer (Deuteronomio 24:5). La última parte del texto facilita el hecho que dos personas recién casadas puedan "conocerse" durante el tiempo en que sus impulsos sexuales son más fuertes y bajo circunstancias que les darían amplias oportunidades para experimentar el placer. Probablemente esta provisión fue hecha también para facilitar que el joven esposo pudiera engendrar antes de exponerse al riesgo de morir en los campos de batalla. El libro de Eclesiastés reafirma esta idea del deleite sexual: "Goza de la vida con la mujer amada..." (Ecl. 9:9). También el escritor de Proverbios dice: "Alégrate con la mujer de tu juventud, dejando que sus senos te embriaguen en todo tiempo y en sus caricias recréate siempre" (Prov. 5:18, 19). No puedo dejar de mencionar al libro de Cantar de los Cantares en el cual se manifiesta en abundantes pasajes el deleite del amor sexual. Hay algunos escritores que afirman que este libro es apenas una metáfora que pretende enseñar la relación que Dios establece con su pueblo. El libro tiene metáforas, pero de su contenido uno logra desprender un sinnúmero de enseñanzas que llegan a ser de mucha utilidad para las parejas de nuestro tiempo. El libro provee un raudal de información valiosa sobre la relación sexual y se nota que sus protagonistas van a la unión sexual sin miedos, ni ideas preconcebidas de que el sexo sea algo sucio, malo, dañino o pecaminoso. En el Nuevo Testamento aparecen numerosas citas que confirman este aspecto de la relación sexual. Tim LaHaye en su libro El acto matrimonial afirma que el esposo y la esposa tienen necesidades e instintos sexuales que deberán ser satisfechos en el matrimonio. Que no es conveniente rehusar satisfacción sexual al cónyuge y que el acto sexual está aprobado por Dios. Para estas afirmaciones se basa en 1 Corintios 7:2-5.

Sexo: en su aspecto de relación.

En la antigüedad lo relacionado a lo sexual se mantuvo en íntimo contacto con lo religioso, se establecieron rituales en donde se confundían lo erótico con lo misterioso. En el Antiguo Testamento el acto sexual tiene algo de misterioso ya que a través de éste se llegaba a "conocer" a la otra persona y por consiguiente algo del secreto de su propia existencia. Cuando se usa el vocablo "conoció", en varias situaciones se refiere a la relación sexual. Había conciencia que en el mismo acto se descubría algo sobre el misterio de la vida y de la misma esencia de la otra persona, que no se podía conocer de otra manera.

Daniel Tinao afirma que la relación sexual no es una mera fuente de placer sino que encierra un misterio fascinante. En varios pasajes de la Escritura Sagrada se da a entender que había algo de sacramental en el acto sexual, como que una dádiva espiritual emergía del mismo. El sexo no es algo aparte de Dios, sino una parte crucial de la creación de Dios donde El mismo crea la capacidad de crear. Larry Christenson en su libro La familia cristiana afirma: "La unión sexual decimos que es un misterio, porque no hay explicación lógica que pueda dar cuenta de su poderosa y penetrante influencia en la pareja. Si bien es un acto físico involucra mucho más que sensaciones físicas. Produce una vinculación tan profunda entre dos seres humanos, que la Biblia habla de ellos como una sola carne. Sin embargo, no hay otro acto humano que acentúe de tal manera la identidad personal y la conciencia de sí mismo a un nivel tan elemental. Es una entrega profunda y fundamental de uno, una rendición de los poderes de procreación a otro. Pero mientras más éxito alcanza la relación tanto mayor es el grado de satisfacción personal obtenida por ambas partes".

Cuando llegamos al Nuevo Testamento habían pasado muchas cosas y entre ellas la desnaturalización de la relación sexual. El propósito de Jesús al enseñar sobre el sexo fue integrarlo a la personalidad de tal manera que se hiciera imposible comercializarlo o considerarlo como una de las tantas fuentes de placer que se ofrecen al hombre. Por eso es que Jesús dice que "el que mira a una mujer para codiciarla peca en su corazón" (Mateo 5:27) porque no está mirando a una persona entera con toda su dignidad y excelsitud, sino que está mirando un instrumento de placer carnal. Y al fin, esto es la esencia del pecado, el rechazo de la personalidad total, el "uso" de la otra persona, en cualquier sentido que sea, olvidando su dignidad como ser espiritual creado a la imagen y semejanza de Dios. La unión sexual establece una unidad tan estrecha y descubre secretos tan íntimos del ser, que la convierten en una unidad indisoluble, para toda la vida. Comparto nuevamente varios conceptos del Dr. Daniel Tinao (Revistas de Psicología Pastoral): "La concepción cristiana sobre la relación sexual no surge como una interpretación caprichosa, arbitraria o edificada sobre una concepción poco realista del hombre, al contrario, ésta se apoya y está enraizada en una interpretación realista de la naturaleza humana y en concepciones psicológicas y sociales que tienen plena vigencia" ... "El concepto cristiano del sexo está edificado sobre dos pilares fundamentales: una concepción particular del hombre y una concepción particular de la sociedad y la vida en relación". En cuanto a la vida en relación afirmo que el concepto cristiano de la vida sexual se edifica sobre una idea sumamente elevada de las relaciones humanas. No se lo concibe al acto sexual como un acto animal tendiente a satisfacer lo instintivo sino como una de las más acabadas expresiones de relación entre dos seres. Esto presupone un profundo amor y respeto, como así también aceptación del otro como una totalidad.

Otro concepto importante del Dr. Tinao dice que: "El hombre es un ser eminentemente social, su vida se mueve y se realiza en el contexto de la comunidad. El estímulo que significan las relaciones interpersonales tienen un tremendo valor formativo. La unidad que Dios creó no es un hombre a solas sino la pareja, y el matrimonio sigue siendo hasta hoy la mejor oportunidad para desarrollar ese sentido comunitario que la vida tiene y aprender a vivir en relación con otros". Entonces, todas las veces que se saca la relación sexual del contexto de la unión estable y permanente de dos seres que se aman y están dispuestos a afrontar la responsabilidad social que ello comporta, la relación se desvirtúa en su misma esencia. Diría más, se deja de tener una relación para tener explotación, donde alguien siempre es tratado egoístamente. La relación sexual deja de ser un medio para transformarse en un fin. La persona es tomada, no en su integridad sino como un medio de satisfacción sexual. Cito nuevamente a Larry Christenson, en La familia cristiana: "En el cristianismo el matrimonio alcanza una santidad y significación que no se conoció en tiempos antiguos. La dignidad olvidada de la mujer fue traída a la luz y su valor reconocido. Ni la ley romana o la mosaica le concedían a la esposa derechos que fueran igualmente grandes y sagrados como los del hombre. En el cristianismo la esposa, del mismo modo que el esposo, tienen el derecho de tener la perfecta fidelidad de su consorte. La esposa deja de ser meramente la ayudante del esposo en esta vida presente y llega a ser coheredera con él de la vida eterna". Tan honorable y sagrada es la relación que se establece entre estos dos seres que pueden formalizar la vida matrimonial, que Dios usa la figura del matrimonio para simbolizar la relación que Cristo va a tener con la Iglesia Cristiana y ello por el grado de dependencia, por el amor, la comunión continua, el respeto, etc.

Hugo Piriz (Psicólogo)
4º Seminario Abierto de Sexología - Universidad Católica del Uruguay
ACUPS

Bibliografía citada.

Todas las citas de la Biblia fueron extraídas de la versión Reina-Valera revisada 1960.
1. Génesis 1:27
2. Génesis 1:28
3. Génesis 2: 23-24
4. Calvino, Juan. Exégesis del libro de Génesis (Apuntes).
5. LA HAYE, Tim. El acto matrimonial. Libros CLIE. 1980.
6. Hebreos 13:4
7. Génesis 1:28 y 9:1-2
8. Génesis 26:1-11
9. Deuteronomio 24:5
10. Eclesiastés 9.9
11. Proverbios 5:18-19
12. DILOW, Joseph. Cantar de los Cantares. Editorial Logoi. 1981.
13. LA HAYE, Tim. El acto matrimonial. Libros CLIE. 1980.
14. TINAO, Daniel. Revistas de Psicología Pastoral 5. 1975.
15. CHRISTENSON, Larry. La familia cristiana. Editorial Betania. 1970.
16. Mateo 5:27
17. TINAO, Daniel. Revistas de Psicología Pastoral 5. 1975.
18. CHRISTENSON Larry. La familia cristiana. Editorial Betania. 1970.
El fundamento antropológico de la familia.

He acogido con mucho gusto la invitación de introducir con una reflexión este congreso diocesano, ante todo porque me da la posibilidad de encontrarme con vosotros, de tener un contacto directo, y después porque me permite ayudaros a profundizar en el sentido y objetivo del camino pastoral que está recorriendo la Iglesia de Roma.

Os saludo con afecto a cada uno vosotros, obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, y en particular a vosotros, laicos y familias, que asumís conscientemente esas tareas de compromiso y testimonio cristiano que tienen su raíz en el sacramento del bautismo y para aquellos que están casados, en el del matrimonio.

…Desde hace ya dos años, el compromiso misionero de la Iglesia de Roma se ha concentrado sobre todo en la familia, no sólo porque esta realidad humana fundamental es sometida hoy a múltiples dificultades y amenazas, y por tanto tiene particular necesidad de ser evangelizada y apoyada concretamente, sino también porque las familias cristianas constituyen un recurso decisivo para la educación en la fe, la edificación de la Iglesia como comunión y su capacidad de presencia misionera en las situaciones más variadas de la vida, así como para fermentar en sentido cristiano la cultura y las estructuras sociales. Continuaremos con estas orientaciones también en el próximo año pastoral y por este motivo el tema de nuestro congreso es «Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe». El presupuesto por el que hay que comenzar para comprender la misión de la familia en la comunidad cristiana y sus tareas de formación de la persona y de transmisión de la fe, sigue siendo siempre el significado que el matrimonio y la familia tienen en el designio de Dios, creador y salvador. Éste será por tanto el meollo de mi reflexión de esta tarde, remontándome a la enseñanza de la exhortación apostólica "Familiaris consortio" (segunda parte, números 12-16).

El fundamento antropológico de la familia.

Matrimonio y familia no son una construcción sociológica casual, fruto de situaciones particulares históricas y económicas. Por el contrario, la cuestión de la justa relación entre el hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser humano y sólo puede encontrar su respuesta a partir de ésta. No puede separarse de la pregunta siempre antigua y siempre nueva del hombre sobre sí mismo: ¿quién soy? Y esta pregunta, a su vez, no puede separarse del interrogante sobre Dios: ¿existe Dios? Y, ¿quién es Dios? ¿Cómo es verdaderamente su rostro? La respuesta de la Biblia a estas dos preguntas es unitaria y consecuencial: el hombre es creado a imagen de Dios, y Dios mismo es amor. Por este motivo, la vocación al amor es lo que hace del hombre auténtica imagen de Dios: se hace semejante a Dios en la medida en que se convierte en alguien que ama.

De este lazo fundamental entre Dios y el hombre se deriva otro: el lazo indisoluble entre espíritu y cuerpo: el hombre es, de hecho, alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo que es vivificado por un espíritu inmortal. También el cuerpo del hombre y de la mujer tiene, por tanto, por así decir, un carácter teológico, no es simplemente cuerpo, y lo que es biológico en el hombre no es sólo biológico, sino expresión y cumplimiento de nuestra humanidad. Del mismo modo, la sexualidad humana no está al lado de nuestro ser persona, sino que le pertenece. Sólo cuando la sexualidad se integra en la persona logra darse un sentido a sí misma.

De este modo, de los dos lazos, el del hombre con Dios y -en el hombre- el del cuerpo con el espíritu, surge un tercer lazo: el que se da entre persona e institución. La totalidad del hombre incluye la dimensión del tiempo, y el "sí" del hombre es un ir más allá del momento presente: en su totalidad, el "sí" significa "siempre", constituye el espacio de la fidelidad. Sólo en su interior puede crecer esa fe que da un futuro y permite que los hijos, fruto del amor, crean en el hombre y en su futuro en tiempo difíciles. La libertad del "sí" se presenta por tanto como libertad capaz de asumir lo que es definitivo: la expresión más elevada de la libertad no es entonces la búsqueda del placer, sin llegar nunca a una auténtica decisión. Aparentemente esta apertura permanente parece ser la realización de la libertad, pero no es verdad: la verdadera expresión de la libertad es por el contrario la capacidad de decidirse por un don definitivo, en el que la libertad, entregándose, vuelve a encontrarse plenamente a sí misma.

En concreto, el "sí" personal y recíproco del hombre y de la mujer abre el espacio para el futuro, para la auténtica humanidad de cada uno, y al mismo tiempo está destinado al don de una nueva vida. Por este motivo, este "sí" personal tiene que ser necesariamente un "sí" que es también públicamente responsable, con el que los cónyuges asumen la responsabilidad pública de la fidelidad, que garantiza también el futuro para la comunidad. Ninguno de nosotros se pertenece exclusivamente a sí mismo: por tanto, cada uno está llamado a asumir en lo más íntimo de sí su propia responsabilidad pública. El matrimonio, como institución, no es por tanto una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una imposición desde el exterior en la realidad más privada de la vida; es por el contrario una exigencia intrínseca del pacto de amor conyugal y de la profundidad de la persona humana.

Las diferentes formas actuales de disolución del matrimonio, como las uniones libres y el "matrimonio a prueba", hasta el pseudo-matrimonio entre personas del mismo sexo, son por el contrario expresiones de una libertad anárquica que se presenta erróneamente como auténtica liberación del hombre. Una pseudo-libertad así se basa en una banalización del cuerpo, que inevitablemente incluye la banalización del hombre. Su presupuesto es que el hombre puede hacer de sí lo que quiere: su cuerpo se convierte de este modo en algo secundario, manipulable desde el punto de vista humano, que se puede utilizar como se quiere. El libertinaje, que se presenta como descubrimiento del cuerpo y de su valor, es en realidad un dualismo que hace despreciable el cuerpo, dejándolo por así decir fuera del auténtico ser y dignidad de la persona.

Matrimonio y familia en la historia de la salvación.

La verdad del matrimonio y de la familia, que hunde sus raíces en la verdad del hombre, ha encontrado aplicación en la historia de la salvación, en cuyo centro está la palabra: "Dios ama a su pueblo". La revelación bíblica, de hecho, es ante todo expresión de una historia de amor, la historia de la alianza de Dios con los hombres: por este motivo, la historia del amor y de la unión de un hombre y de una mujer en la alianza del matrimonio ha podido ser asumida por Dios como símbolo de la historia de la salvación. El hecho inefable, el misterio del amor de Dios por los hombres, toma su forma lingüística del vocabulario del matrimonio y de la familia, en positivo y en negativo: el acercamiento de Dios a su pueblo es presentado con el lenguaje del amor conyugal, mientras que la infidelidad de Israel, su idolatría, es designada como adulterio y prostitución.

En el Nuevo Testamento, Dios radicaliza su amor hasta convertirse Él mismo, por su Hijo, en carne de nuestra carne, auténtico hombre. De este modo, la unión de Dios con el hombre ha asumido su forma suprema, irreversible y definitiva. Y de este modo se traza también para el amor humano su forma definitiva, ese «sí» recíproco que no se puede revocar: no enajena al hombre, sino que lo libera de las alienaciones de la historia para volverle a colocar en la verdad de la creación. El carácter sacramental que el matrimonio asume en Cristo significa, por tanto, que el don de la creación ha sido elevado a gracia de redención. La gracia de Cristo no se superpone desde fuera a la naturaleza del hombre, no la violenta, sino que la libera y la restaura, al elevarla más allá de sus propias fronteras. Y así como la encarnación del Hijo de Dios revela su verdadero significado en la cruz, así también el amor humano auténtico es entrega de sí mismo, no puede existir si evita la cruz.

…este lazo profundo entre Dios y el hombre, entre el amor de Dios y el amor humano, es confirmado también por algunas tendencias y desarrollos negativos, cuyo peso experimentamos todos. El envilecimiento del amor humano, la supresión de la auténtica capacidad de amar se presenta en nuestro tiempo como el arma más eficaz para que el hombre aplaste a Dios, para alejar a Dios de la mirada y del corazón del hombre. Ahora bien, la voluntad de «liberar» la naturaleza de Dios lleva a perder de vista la realidad misma de la naturaleza, incluida la naturaleza del hombre, reduciéndola a un conjunto de funciones, de las que se puede disponer según sus propios gustos para construir un presunto mundo mejor y una presunta humanidad más feliz; por el contrario, se destruye el designio del Creador y al mismo tiempo la verdad de nuestra naturaleza.

Los hijos.

También en la procreación de los hijos el matrimonio refleja su modelo divino, el amor de Dios por el hombre. En el hombre y en la mujer, la paternidad y la maternidad, como sucede con el cuerpo y con el amor, no se circunscriben al aspecto biológico: la vida sólo se da totalmente cuando con el nacimiento se ofrecen también el amor y el sentido que hacen posible decir sí a esta vida. Precisamente por esto queda claro hasta qué punto es contrario al amor humano, a la vocación profunda del hombre y de la mujer, el cerrar sistemáticamente la propia unión al don de la vida y, aún más, suprimir o manipular la vida que nace.

Ahora bien, ningún hombre y ninguna mujer, por sí solos y sólo con sus propias fuerzas, pueden dar adecuadamente a los hijos el amor y el sentido de la vida. Para poder decir a alguien: "tu vida es buena, aunque no conozca tu futuro", se necesitan una autoridad y una credibilidad superiores, que el individuo no puede darse por sí solo. El cristiano sabe que esta autoridad es conferida a esa familia más amplia que Dios, a través de su Hijo, Jesucristo, y del don del Espíritu Santo, ha creado en la historia de los hombres, es decir, a la Iglesia. Reconoce la acción de ese amor eterno e indestructible que asegura a la vida de cada uno de nosotros un sentido permanente, aunque no conozcamos el futuro. Por este motivo, la edificación de cada una de las familias cristianas se enmarca en el contexto de la gran familia de la Iglesia, que la apoya y la acompaña, y garantiza que hay un sentido y que en su futuro se dará el "sí" del Creador. Y recíprocamente la Iglesia es edificada por las familias, "pequeñas Iglesias domésticas", como las ha llamado el Concilio Vaticano II ("Lumen gentium", 11; "Apostolicam actuositatem", 11), redescubriendo una antigua expresión patrística (san Juan Crisóstomo, "In Genesim serm." VI,2; VII,1). En este sentido, la "Familiaris consortio" afirma que "el matrimonio cristiano… constituye el lugar natural dentro del cual se lleva a cabo la inserción de la persona humana en la gran familia de la Iglesia" (n. 15).

La familia y la Iglesia.

De todo esto se deriva una consecuencia evidente: la familia y la Iglesia, en concreto las parroquias y las demás formas de comunidad eclesial, están llamadas a la más íntima colaboración en esa tarea fundamental que está constituida, inseparablemente, por la formación de la persona y la transmisión de la fe. Sabemos bien que para que tenga lugar una auténtica obra educativa no basta una teoría justa o una doctrina que comunicar. Se necesita algo mucho más grande y humano, esa cercanía, vivida diariamente, que es propia del amor y que encuentra su espacio más propicio ante todo en la comunidad familiar, y después en una parroquia o movimiento o asociación eclesial, en los que se encuentran personas que prestan atención a los hermanos, en particular, a los niños y jóvenes, así como a los adultos, los ancianos, los enfermos, las mismas familias, porque, en Cristo, les aman. El gran patrón de los educadores, san Juan Bosco, recordaba a sus hijos espirituales que "la educación es cosa de corazón y que sólo Dios es su dueño" ("Epistolario", 4,209).

La figura del testigo es central en la obra educativa, y especialmente en la educación en la fe, que es la cumbre de la formación de la persona y su horizonte más adecuado: se convierte en punto de referencia precisamente en la medida en que sabe dar razón de la esperanza que fundamenta su vida (Cf. 1 Pedro 3,15), en la medida en que está involucrado personalmente con la verdad que propone. El testigo, por otra parte, no se señala a sí mismo, sino que señala hacia algo, o mejor, hacia Alguien más grande que él, con el que se ha encontrado y de quien ha experimentado una bondad confiable. De este modo, todo educador y testigo encuentra su modelo insuperable en Jesucristo, el gran testigo del Padre, que no decía nada por sí mismo, sino que hablaba tal y como el Padre le había enseñado (Cf. Juan 8, 28).

Este es el motivo por el que en el fundamento de la formación de la persona cristiana y de la transmisión de la fe está necesariamente la oración, la amistad personal con Cristo y la contemplación en él del rostro del Padre. Y lo mismo se puede decir de todo nuestro compromiso misionero, en particular, de nuestra pastoral familiar: que la Familia de Nazaret sea, por tanto, para nuestras familias y comunidades objeto de constante y confiada oración, así como modelo de vida.

Queridos hermanos y hermanas, y especialmente vosotros, queridos sacerdotes: soy consciente de la generosidad y la entrega con la que servís al Señor y a la Iglesia. Vuestro trabajo cotidiano por la formación en la fe de las nuevas generaciones, en íntima unión con los sacramentos de la iniciación cristiana, así como también por la preparación al matrimonio y por el acompañamiento de las familias en su camino, que con frecuencia no es fácil, en particular en la gran tarea de la educación de los hijos, es el camino fundamental para regenerar siempre de nuevo a la Iglesia y también para vivificar el tejido social de nuestra amada ciudad de Roma.

La amenaza del relativismo.

Seguid, por tanto, sin dejaros desalentar por las dificultades que encontráis. La relación educativa es, por su misma naturaleza, algo delicado: implica la libertad del otro que, aunque sea con dulzura, de todos modos es provocada a tomar una decisión. Ni los padres, ni los sacerdotes, ni los catequistas, ni los demás educadores pueden sustituir a la libertad del niño, del muchacho, o del joven al que se dirigen. Y la propuesta cristiana interpela especialmente a fondo la libertad, llamándola a la fe y a la conversión. Un obstáculo particularmente insidioso en la obra educativa es hoy la masiva presencia en nuestra sociedad y cultura de ese relativismo que, al no reconocer nada como definitivo, sólo tiene como medida última el propio yo con sus gustos y que, con la apariencia de la libertad, se convierte para cada quien en una prisión, pues separa de los demás, haciendo que cada quien se encuentre encerrado dentro de su propio "yo". En un horizonte relativista así no es posible, por tanto, una auténtica educación: sin la luz de la verdad antes o después toda persona queda condenada a dudar de la bondad de su misma vida y de las relaciones que la constituyen, de la validez de su compromiso para construir con los demás algo en común.

Está claro, por tanto, que no sólo tenemos que tratar de superar el relativismo en nuestro trabajo de formación de personas, sino que estamos también llamados a enfrentarnos a su predominio destructivo en la sociedad y en la cultura. Por ello, es muy importante que, junto a la palabra de la Iglesia, se dé el testimonio y el compromiso público de las familias cristianas, en particular para reafirmar la inviolabilidad de la vida humana desde su concepción hasta su ocaso natural, el valor único e insustituible de la familia fundada sobre el matrimonio y la necesidad de medidas legislativas y administrativas que apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos, tarea esencial para nuestro futuro común. Por este compromiso vuestro también os doy las gracias de corazón.

Sacerdocio y vida consagrada.

El último mensaje que quisiera dejaros afecta a la atención por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada: ¡todos sabemos la necesidad que tiene la Iglesia! Para que nazcan y maduren estas vocaciones, para que las personas llamadas se mantengan siempre dignas de su vocación, es decisiva ante todo la oración, que no debe faltar nunca en cada una de las familias y en la comunidad cristiana. Pero también es fundamental el testimonio de vida de los sacerdotes, de los religiosos y de las religiosas, la alegría que expresan por haber sido llamados por el Señor. Y es asimismo esencial el ejemplo que reciben los hijos dentro de su propia familia y la convicción en las familias de que la vocación de los hijos es también para ellas un gran don del Señor. La opción por la virginidad por amor de Dios y de los hermanos, que es exigida para el sacerdocio y la vida consagrada, está acompañada por la valoración del matrimonio cristiano: la una y la otra, con dos formas diferentes y complementarias, hacen en cierto sentido visible el misterio de la alianza entre Dios y su pueblo.

…Le pido al Señor que os dé valentía y entusiasmo para que nuestra Iglesia de Roma, cada parroquia, cada comunidad religiosa, asociación o movimiento participe intensamente en la alegría y el esfuerzo de la misión y de este modo cada familia y toda la comunidad cristiana redescubra en el amor del Señor la clave que abre la puerta de los corazones y que hace posible una auténtica educación en la fe y en la formación de las personas. Mi afecto y mi bendición os acompañan hoy y en el futuro.

Joseph Ratzinger
Discurso de apertura, en Italia, del congreso "Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe"
Zenit (2005)
¿Cómo establecer roles en la familia sin machismo?

La pregunta que se plantea es “cómo establecer…”. Sin embargo, la misma pregunta ya ofrece cierto conflicto entre los conceptos y la acción, en un sistema de funciones domésticas. Respondo lo anterior con otra pregunta: ¿Qué se entiende por establecer o quién debe establecer? Sugiero entonces empezar por cambiar el término «establecer» por el de «aceptar». La funcionalidad no la debe determinar alguien desde su propia perspectiva porque más bien es un asunto de compromiso. El esposo y la esposa, el papá y la mamá, el hijo y la hija deben aceptar que las labores domésticas no son obligaciones de una sola persona, sino de cada miembro de la familia, hasta del más pequeñito.

Con esto en mente, sugiero que los miembros de toda familia, de manera grupal y personal, cumplan sus funciones en el seno hogareño. En primer lugar, deben buscar el consejo divino y dejar que la Palabra de Dios renueve sus mentes (Romanos 12:2) y les haga entender y aceptar las funciones auténticas que cada uno tiene, con base en los principios y valores bíblicos.

En segundo lugar, debe haber apertura al diálogo y al cambio. Aun tratándose de una familia recién establecida, el trasfondo que traigan los cónyuges influye en su actitud hacia las obligaciones que deben aceptar. Por lo tanto, despojarse del tradicionalismo y la vestidura cultural es una meta primordial para asumir cada función con responsabilidad.

Como tercer y último punto, sugiero que se liberen de ciertos hábitos -muchas veces pecaminosos- como el incumplimiento, la irresponsabilidad, la falta de cooperación, la indiferencia, el enojo ante las obligaciones, la mediocridad, la falta de iniciativa personal y otros más, a fin de funcionar a cabalidad.

No hay tarea doméstica u hogareña que esté limitada por asunto de género. Todo es un asunto de actitudes ante las obligaciones. Por ello, romper el patrón es parte de nuestra responsabilidad y debemos comenzar en nuestra propia casa. Como principios y valores sugiero estudiar los siguientes que podrán propiciar las actitudes correctas para aceptar las obligaciones propias.

1. Aceptar el principio que cada miembro de la familia debe estar en la disposición de: “todo lo que quiero que hagan conmigo, debo estar en la determinación de hacerlo a los demás”. Para ello el Sermón del monte es bastante específico, con su resumen en Mateo 7:12. Los tres capítulos de Mateo 5-7 presentan un planteamiento del Señor Jesús que dice “Oísteis que fue dicho...”, y pasa a establecer un contraste desde su perspectiva de cambio “Pero yo os digo...” hasta llegar a su conclusión a 7:12.

Quiero que me laven la ropa, tengo que tener toda la disposición, capacidad y determinación de hacerlo en cualquier momento a los demás. Quiero que me preparen una comida sabrosa y calientita cuando estoy cansado o cansada, debo prepararme para poder servir de la misma manera a los demás, aun en medio de las circunstancias de mayor desventaja. Quiero una casa limpia, ordenada, acogedora, debo estar dispuesto o dispuesta a limpiar, cuidar del orden, y propiciar el ambiente acogedor en todo el sentido de la palabra, no sólo cuando me queden ganas, sino en todo tiempo.

2. Cada miembro de la familia debe tener el adecuado concepto de sí mismo. Este adecuado concepto lo describe Pablo como “estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”. Nuestra cultura machista ha implantado como patrones hogareños que los superiores son los hombres, desde el papá como el “jefe”, hasta los hijos varones, como tales.

Sin embargo, a este principio bíblico se le da bastante énfasis cuando se trata de desarrollar actitudes en gente que está en liderazgo. El primero en establecer una perspectiva diferente del liderazgo es el mismo Señor Jesús. Varios son los ejemplos que podrían citarse de sus declaraciones, pero a manera de resumen podemos recordar cuando todos los discípulos se hicieron los disimulados para el lavamiento de los pies, y vino el Señor y lo hizo por él mismo (Juan 13). Su frase conclusiva es: “Ejemplo os he dado (13:15)”.

3. Cada miembro de la familia debe ejercitarse y si es necesario, ser enseñado, en el espíritu de servicio. Ninguna responsabilidad debe cumplirse simplemente por ser eso, una obligación. Todo lo contrario, cada miembro de la familia debe aprender a encontrar gozo y satisfacción en el servicio a los otros por amor, como dice Pablo en Gálatas 5:13 “...no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros”.

No hay tarea doméstica u hogareña que esté limitada por asunto de género. Todo es un asunto de actitudes ante las obligaciones. Por ello, romper el patrón es parte de nuestra responsabilidad y debemos comenzar en nuestra propia casa.

Lic. Elsa Ramírez
DCI. Apuntes Mujer Líder. Volumen I (2)
 



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