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Noviazgos (y matrimonios) sin violencia.

En nuestra aldea global se observan nítidas manifestaciones de que todavía las mujeres siguen siendo desconsideradas, desestimadas, agraviadas, golpeadas.

La violencia contra la mujer subsistirá mientras no existan nuevos valores en la sociedad que destierren definitivamente las concepciones patriarcales de la sociedad. Estos valores sociales, para los cristianos, deben emanar de la concepción que la propia Biblia tiene de la persona (sea mujer, sea hombre) como imago Dei, lo cual le da una dignidad máxima.

A pesar de lo que se enseña en la mayoría de las iglesias, los valores bíblicos no paralizan a la mujer, no destruyen su autoestima, no la restringen a roles domésticos, aunque todavía haya religiosos que la quieran reducir a la inferioridad, a la obediencia al hombre, al miedo.

En este contexto, podemos aproximarnos a lo que ocurre en el noviazgo. Mientras se van conociendo y confirman el amor recíproco, los novios tienen el desafío de diseñar el proyecto común que posiblemente inicien; y que debe ser distinto a los modelos de sus respectivas familias de origen.

Deben saber que, en el hogar cristiano, el esposo y la esposa deben someterse mutuamente en la búsqueda de satisfacer las necesidades (físicas, emocionales, sociales, intelectuales, espirituales) y las expectativas del otro. Ningún cónyuge debe intentar dominar al otro, sino que cada uno (en lo público y en lo privado) debe procurar ser siervo del otro, considerando humildemente al otro como superior que uno mismo.

Ambos deben tomar las decisiones de común acuerdo y buscar la resolución de sus conflictos con métodos bíblicos, sin imposición de la voluntad de un cónyuge sobre el otro. Los esposos deben evitar el uso inadecuado de la autoridad y el poder de parte de alguno de ellos.

Ambos deben aprender a compartir los derechos y las obligaciones que conlleva el coliderazgo en el hogar sobre el fundamento de los dones, la experiencia y la disponibilidad, considerando y respetando sus capacidades y su complementariedad.

En el hogar cristiano, entonces, sí debemos encontrar: amor y sometimiento recíproco, compañerismo, libertad para apartarse de una tradición no bíblica y gozarse en una corresponsabilidad en Cristo, valoración propia de cada uno, comunicación familiar directa y congruente, etc.

Así, la pareja compartirá un estilo de vida sustentado en los valores éticos del Reino. Los esposos tendrán muchas más posibilidades de éxito cuando esta cosmovisión comienzan a percibirla y compatibilizarla en el noviazgo.

Resulta mucho más sencillo pertenecer a un matrimonio con esta impronta cuando el noviazgo es un verdadero campus de entrenamiento y preparación para la probable etapa siguiente; y en él, no es pertinente ninguna modalidad de violencia. Ni una palabra degradatoria. Ni una bofetada. Ni propugnar un modelo verticalista, legalista, restrictivo.

La violencia es un fenómeno muy complejo, con muchas facetas, pero el eje, el núcleo, es el poder; el poder sobre el otro; tenerlo bajo control.

Resulta paradójico que la familia diseñada por Dios como fuente de bendición, sostén, contención, etc. de pronto se convierte en un núcleo amenazante y peligroso para la salud, integralmente considerada. La esperanza de ser aceptado, alimentado, amado incondicionalmente se confunde (y diluye) en una oleada de insultos, agresiones, olvidos, indiferencia.

La violencia no es una forma válida ni aceptable para expresar ira, descontento, frustración; es, más bien, una forma equivocada de las relaciones de poder y una expresión de dominación. Por lo tanto es nuestro deber, ineludible e inmediato, el oponernos en las maneras que podamos a su legitimidad cultural. Los cristianos debemos traducir el sueño de Dios para este mundo confundido: su sueño de paz, de inclusión, de compasión y de amor para todos, mujeres y hombres por igual.

Cada persona debe evaluar introspectivamente su propia forma de vivir y ajustar sus acciones a lo que Dios espera. Oremos para que nos ayude a erradicar de nuestra vida todos los actos de violencia que humillan y dañan, a veces, hasta a quienes más amamos.

Hay varios factores para que persista la violencia contra la mujer. Uno de los principales son los modelos aprendidos en familia. Todos aprendemos a ser familia en la familia en que vivimos. Si esa familia permite la violencia, entonces el modelo de amarse y quererse como familia incluye la violencia.

Esto no significa, que bajo la gracia de Dios, ambos géneros sigamos empantanados en situaciones que producen dolor, tristeza, desesperanza. Todos tenemos que contribuir en la deconstrucción de una cultura perversa instalada en la sociedad y en las propias comunidades de fe.

Las mujeres necesitan romper los modelos familiares y eclesiales que les instan a sujetarse, callarse, resignarse, dedicarse exclusivamente a la educación de los hijos. Deben aprender a rechazar todo autoritarismo de su pareja, participar activamente en todas las decisiones y resolver conflictos sin responder ellas mismas con modos violentos.

Los hombres necesitamos nuevos modelos de ser hombres. Vivimos una crisis de masculinidad. Los hombres también recibimos pésimos modelos familiares y eclesiales de ser hombre. El modelo machista, de estar constantemente probando que uno es fuerte, sin demostrar emociones, sin pedir ayuda, sin reconocer errores, nos hace daño también a nosotros.

Finalmente ¿qué deben hacer las personas que sufren violencia en sus noviazgos? Entre otras estrategias posibles podrían:

* Orar a Dios y buscar su guía para enfrentar esas situaciones de maltrato que, abierta o subrepticiamente, ocurren en la pareja.

* Denunciar los hechos, como persona víctima de un delito penal, ante las autoridades pertinentes. Esto posibilitará que el sistema jurídico en vigencia la proteja.

* Asesorarse con personas de su confianza suficientemente entrenados (Abogado, Facilitador eclesial, Terapeuta, etc.).

* Romper el silencio cómplice.

* Advertir que el plan de Dios no incluye ninguna modalidad de violencia. Ni física. Ni emocional. Ni verbal.

* Propiciar una revisión de los criterios de comunicación y de resolución de conflictos, negociando nuevas pautas de interacción.

Mientras adoramos, anunciamos las buenas nuevas de salvación, servimos en el Reino, etc. Dios quiere que vivamos plenamente felices. Ni el que ejerce algún formato de violencia, ni el que la sufre son felices.

El noviazgo (y obviamente, el matrimonio) es una construcción de ambos. No te olvides.

Dr. Esteban Echeverría Cabezas (2007)

 



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