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Así nos sana Jesús. Una lectura pastoral de Juan 7:53-8:11.

Jesús como terapeuta; o Jesús como agente de cambio; o Jesús como promotor de la salud integral de la persona. Los relatos de los evangelios presentan retratos que nos permiten ver a Jesús desde esta dimensión. Para algunos/as, puede resultar extraño pensar a Jesús de este modo, sobre todo para aquéllos/as que están habituados/as a concebirlo sólo en términos religiosos. Pero si hay algo que Jesús vino a hacer es justamente a cambiar nuestra manera de ser, de relacionarnos. Él vino a enseñarnos a vivir.

No hay nada más evangélico, respecto a la misión de Jesús, que esta afirmación. Todos los hechos de su vida podemos entenderlos en función de este propósito.

No se trata de introducir simplemente algunas nuevas ideas o de modificar algo superficial para que todo quede como está. Se trata de un cambio profundo hacia un nuevo modelo, un nuevo mundo, un nuevo Reino. Esto supone una orientación hacia una nueva manera de pensar, de sentir, de actuar, una renovada motivación para la acción.

Para llevar a cabo esta tarea, Jesús cuenta con tres elementos fundamentales: un mensaje, una estrategia y un estilo de vida que él mismo encarna. Si Jesús enseña los valores y el sentido del Reino de Dios es porque él mismo es el Reino de Dios encarnado. Por eso, todos sus encuentros apuntan a lo nuevo y sorprendente.

Así, los retratos que nos muestran este aspecto de la vida y el ministerio de Jesús nos dejan lecciones prácticas para todos/as aquéllos/as que estamos comprometidos en un ministerio que apunta a la salud integral. Al mismo tiempo, siendo el evangelio algo siempre actual, nos muestra los propósitos y gustos de Dios y como él quiere actuar en nuestras vidas. El texto que consideramos es sólo un ejemplo de esta intención.

Breve historia del pasaje.

La historia de este relato del Evangelio es sugerente. El mismo aparece en unos pocos manuscritos del Nuevo Testamento –y ni siquiera en los mejores. Seis de ellos lo omiten sin hacer mención de él. Dos dejan el espacio en blanco, donde debería estar, pero no lo incluyen. En los manuscritos griegos posteriores y en los medievales encontramos el pasaje, pero, aun en algunos de ellos, tienen una señal que llama la atención sobre su carácter dudoso.

En cuanto a las traducciones a otros idiomas que no sea el griego, este relato no aparece en la versión siríaca primitiva ni en la copta o la egipcia, tampoco en alguna de las más antiguas versiones latinas.

Tampoco los primeros Padres lo mencionan: Orígenes, Crisóstomo, Teodoro de Mopsuestia y Cirilo de Alejandría parecen no saber nada sobre él. El primer comentarista griego que lo menciona es Eutimio Zigabeno, afirmando que no está en los mejores manuscritos.

Sabemos que Agustín, Ambrosio y Jerónimo lo conocían. Este último lo incluyó en la Vulgata. Lo encontramos en manuscritos posteriores, pero su ubicación varía. En algunos está al final del Evangelio de Juan. En otros, aparece después de Lucas 21:38 o después de Lucas 24:53. Es probable que no esté ahora en el lugar original. Más aun, se cree que este pasaje no es parte del original manuscrito de Juan. Esto no significa que el incidente sea inauténtico, pero se puede observar que el incidente tiene poco o ninguna conexión con lo que viene de antes o dice después. Pareciera que el pasaje rompe el tipo de discurso narrativo de Juan. Es posible que se lo colocara aquí para ilustrar la frase de Jesús en Juan 8:15: “Yo no juzgo a nadie”.

Los datos que anteceden pueden ser tomados simplemente como información sobre la historia del texto o como un analizador acerca del destino de este relato en manos de los primeros “editores” del Nuevo Testamento. Si intentamos esto último, valen las preguntas ¿Qué sucedió con este relato? ¿Por qué tanta resistencia a incluirlo?

San Agustín nos da un intento de explicación cuando dice que se quitó este pasaje del Evangelio porque “algunos tenían poca fe” y para “evitar el escándalo”. Aunque sólo sea como una hipótesis, podemos sospechar que algunos sacaron el relato del Evangelio creyendo que el mismo podía justificar una posición ligera respecto al adulterio o la sexualidad.

Sin duda, este relato era embarazoso para la iglesia primitiva. El nuevo estilo de vida de los recién convertidos debía ser muy diferente al anterior. El nuevo creyente no debía volver a sus viejas costumbres. Era tal el énfasis en la rectitud de vida que algunos demoraban el bautismo hasta algunos años después de convertidos, de modo que las pasiones juveniles en algunos casos, o una falta de experiencia o conocimiento de la fe en otros, no los alejara de la nueva vida con Dios. Pareciera que la historia de Jesús y la mujer “tomada” en adulterio era muy dificultosa de explicar.

Tal vez esta explicación deje conformes a algunos o les suene demasiado “pastoral” a otros. Pero es sólo el contenido manifiesto que requiere de una profundidad mayor. El mensaje y las actitudes de Jesús, a veces han sido y siguen siendo escandalosas y censurables aun para la misma iglesia y la pastoral que ella trata de trasmitir. Por supuesto, tal rechazo no suele ser explicitado en la comunidad. Sin embargo, aparece a menudo detrás de actitudes seudopiadosas o seudopastorales.

En el pasaje, Jesús no se extralimita ni el escritor intenta pintarnos una versión liberal de su mensaje. Por el contrario, aquí nos encontramos con lo esencial del accionar y la prédica de Jesús de lo cual se derivan lecciones muy positivas para la pastoral de hoy.

Contrariamente a lo que la iglesia primitiva podría considerar, esta historia es un relato de amor y compasión que muestra el rostro amoroso de Dios que comprende nuestros errores, nuestras faltas y nos lleva más allá de ellos. Entender de qué manera Jesús conduce este proceso es fundamental no sólo para saber lo que Dios puede hacer, sino también para recibir inspiración en el trato con nosotros/as mismos/as y con los/as demás.

La trampa de los “buenos”.

Todo este relato del Evangelio es, por cierto, de alto voltaje. El incidente ocurre en un período del ministerio de Jesús cuando su popularidad entre la gente había intensificado el odio de los escribas y fariseos contra él. Se ponen en juego las escenas más conmocionantes que podrían darse en cualquier sociedad: 1) se ha violado un tabú; 2) una escena sexual ha sido vista por extraños a la misma; 3) hay en juego una decisión de pena de muerte; 4) hay una posible concreción de la misma; 5) se hace un desafío a un cambio total de la vida que se habrá de concretar o no más allá de la historia.

La historia podría ser leída como el relato de una trampa. La verdadera intención de ellos la encontramos en el versículo 6: “Mas esto decían tentándole para poder acusarle”. No fue la única vez que los escribas y fariseos intentaron tenderle una trampa a Jesús para confundirlo y donde sus intenciones más importantes no son las que aparecen a primera vista. Detectarlas adecuadamente es importante para dar una respuesta y trazar una estrategia apropiada.

Además, la dificultad del planteo venía por una doble vía, comprometiendo a Jesús no sólo legalmente, sino también poniendo a prueba su coherencia, su prestigio y su compasión por la gente.

El adulterio era, para los judíos, un asunto muy grave. Los rabinos solían decir que “todo/a judío/a debe morir antes que cometer idolatría, asesinato o adulterio”. Lv. 20:10 dice que “si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos”. Aquí no se aclara la forma en que debían morir. En Dt. 22:23-24, sin embargo, se establece la pena en el caso que la mujer esté ya desposada. La ley era muy clara: “...los apedrearéis y morirán”. La Mishná (la Ley judía primero oral y luego puesta por escrito) establece que el castigo para el adulterio, en el hombre, es el estrangulamiento. Pero, para la mujer desposada que comete esta falta, reitera el apedreamiento.

Tanto escribas como fariseos estaban en lo cierto en cuanto a la interpretación de la ley: ella merecía la pena de muerte. Lo que en el relato no está claro es por qué, si fue “sorprendida en el acto mismo de adulterio” no llevaron también al hombre (¿Se trataría de un caso de doble moral? ¿Formaría parte de la trampa?).

Cualquier pronunciamiento de Jesús, en los términos que ellos lo planteaban, lo colocaba en una postura complicada. Si decía que debía morir, chocaba contra la ley romana porque, según ésta, los judíos no tenían derecho a imponer la pena capital. Así se hubiera convertido en un criminal para el gobierno romano. Ellos hubieran podido ir ante Pilatos y decir algo así como que “el nuevo Rey (o este maestro de religión) está pretendiendo juzgar casos que involucran la vida y la muerte”. Si decía que se lo debía perdonar, se podía decir de él que enseñaba a desobedecer la ley de Moisés, por lo tanto, su enseñanza era herética, y así alentaba a la gente a cometer adulterio.

Pero, además, había otro aspecto del dilema que afectaba su acción terapéutica. Si decía que había que apedrearla no sólo contradecía su posición de amor y misericordia ante la gente, sino que le daba la razón a los escribas y fariseos en el sentido de que había que cumplir la ley más allá de la vida de las personas. En otras palabras, consolidaba el síntoma de ellos. Si decía que había que perdonarla, no sólo se apartaba de la tradición judía, transformándose en un blanco de ataques, sino que, de alguna manera, apoyaba el pecado de la mujer.

Si usted, lector, lectora, se hubiese encontrado ante esta situación o una parecida, ¿qué habría hecho? ¿Qué hubiera privilegiado en la consideración de su actitud?

Es interesante preguntarse cuáles fueron los sentimientos de Jesús frente a lo que se planteaba. Él debió evaluar la situación antes de ensayar una respuesta.

Jesús sale del lugar del que es probado (lugar al que los fariseos lo quieren meter) y asume el lugar del pastor. No cede al miedo, la bronca u otros sentimientos que el contexto podría hacer sentir y procura entender qué es lo que está sucediendo. Aquí hay cuestiones que tienen que ver no sólo con una puja religiosa o un asunto referido a su persona, sino que Jesús puede ir más allá. Para decirlo en términos psicoanalíticos, no queda atrapado en lo contratransferencial
[1].

Es decir, asume lo que está pasando a nivel del vínculo con los escribas, los fariseos y la mujer, pero a la vez no queda absorbido por sus propias vivencias sino que las trasciende y responde de acuerdo a cómo se debe responder.

La mente no creadora puede detectar malas respuestas, pero es necesaria una mente creadora para descubrir malas preguntas o planteos malintencionados. Esta habilidad de Jesús, le permite salir de la trampa que se le tendía y penetrar en una dimensión inesperada.

Acerca de los escribas y los fariseos.

Aquellos que vienen para “testear” a Jesús eran, en realidad, un problema para sí mismos. Había en ellos una máscara exterior que los rodeaba. La necesidad de despojarse de la máscara era el punto primario de la enseñanza de Jesús hacia los fariseos.

Aunque el tema de la relación entre lo que aparece y lo que es sea un tema central de la vida humana, los fariseos no son sólo una casta social y religiosa del pueblo judío, sino la expresión extrema de una postura falsa que está contra el Reino que enseña, en las palabras de Jesús, que “la verdad os hará libres”.

En más de una oportunidad, Jesús usa el término “hipócritas” para calificarlos (Mt. 6:2, Lc. 13:15-16). La palabra hipócrita significa actor, y los actores en los tiempos de Jesús usaban las máscaras que retrataban los roles que ellos estaban jugando. Hipócrita era alguien que usaba máscaras, alguien que no mostraba una imagen real sino que sólo interpretaba un rol.

Más que a nadie, esta visión de Jesús enojaba a los fariseos y lo convertía en su enemigo. Ellos estaban más preocupados por los pecados de la carne que por los pecados del espíritu. Estos son mucho más peligrosos que los primeros porque golpean lo más vital del ser humano. Jesús pone al descubierto sus intenciones y deseos como un cirujano que penetra con el bisturí en lo más profundo de la persona (Mateo 23: 25-27, Lucas 11: 39-40).

Debemos recordar que los fariseos se presentaban como el ejemplo de lo que Dios quería de la gente. Ellos eran los respetables, personas virtuosas para la sociedad, pero Jesús los consideró sepulcros blanqueados, vasos y platos sucios por dentro, gente corrompida interiormente. Jesús, con sus palabras “shockeaba” a la multitud, desenmascarando y sacando a la luz lo que querían ocultar.

Uno de los requerimientos fundamentales del mensaje y la pastoral de Jesús es la necesidad de quitar la máscara farisea que nos rodea. La máscara suele ser la imagen de la persona que nosotros pretendemos ser. La falsa personalidad exterior que nosotros mostramos al mundo y que en más de un sentido se contradice con nuestro interior. La máscara disimula nuestros reales pensamientos y sentimientos y nos sirve para escondernos de los/as otros/as y de nosotros/as mismos/as, a tal punto que llegamos a desconocer las mismas máscaras que hemos asumido.

Hay un aspecto funcional de la máscara: representa un modo de ser que nos permite funcionar en ese mundo. Pero hay un aspecto destructivo y alienante: esto es la tendencia a identificarnos con ella. La máscara nos hace creer, aunque más no sea de a ratos, que somos la persona que pretendemos ser. Por lo tanto, permanecemos inconscientes a lo que somos realmente. Al identificarnos con nuestro caparazón exterior pasamos por alto los pensamientos y los sentimientos que están dentro de nosotros/as. La mentira hace su obra produciendo una confusión entre la apariencia y la realidad. Detiene el desarrollo porque a menudo necesita ser defendida.

La marcada diferencia que los fariseos de la historia querían imponer entre ellos y los demás, sólo se podía sostener desde la apariencia y no desde lo profundo. Este era justamente el problema que padecían estos fariseos y escribas. Cuando se identificaban con la persona que parecían ser, la falsedad se apoderaba de ellos. Cuando esto ocurre, se paga un precio. Si a la mentira hay que sostenerla y a los sentimientos y pensamientos ocultos hay que tenerlos controlados, se debe invertir energía psíquica en el intento, con su consiguiente disminución, limitando las posibilidades creativas. ¿No sería esto una posible explicación de la dificultad que mostraban para descubrir lo nuevo de Jesús?

Como una nación cuya energía principal está absorbida en cuidarse de un enemigo, también ocurre algo parecido en lo personal cuando hay mucha energía empleada en contener las fuerzas en nosotros mismos que podrían contradecir y arrollar a la máscara. El resultado es el estancamiento espiritual y psicológico.

Sin embargo, esa actitud recurrente de Jesús hacia ellos, que partía de la percepción profunda de él hacia la gente, le hacía ver más allá de las apariencias. Los “hipócritas” nunca se lo perdonaron. Uno de los odios más amargos es el odio a alguien que, sin permiso, desnuda la apariencia detrás de la cual estamos metidos/as. Tal vez por eso, a veces, nuestras pastorales se hacen cómplices de actitudes farisaicas que no sólo disimulamos sino que hasta estimulamos. Lo religioso y el “clima” eclesial pueden actuar como refuerzo. Hace falta mucho coraje y sabiduría para discernir y operar no sólo sobre los hechos sino también sobre las intenciones.

La postura de Jesús era claramente pastoral, pero también partía de su propia ética. No por nada se define a Satanás como el padre de la mentira. La mentira enferma, la verdad cura, aunque duela. Solo una personalidad genuina, no importa cuán sospechosa o pecadora sea, puede entrar en la atmósfera del Reino de los Cielos.

El Reino de Dios reclama una ética profunda, no superficial, que penetre en la persona y llegue hasta el corazón. La evolución ética del ser humano requiere una actitud que vaya más allá de lo que se ve. En esa línea podemos leer las palabras de Jesús en Mt. 5:20 “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos”. También vuelve a hablar sobre el tema en Lc. 16:15. Habla del corazón que es un sinónimo de lo más profundo del ser. Para la mentalidad hebrea, el corazón era el centro de la personalidad y el “lugar” de las decisiones. El mundo interior donde hay pensamientos, sentimientos, deseos e imágenes que afectan lo más íntimo de la persona y construyen su verdadero ser.

El gran error es creer que nosotros/as podemos solucionar los problemas morales de la vida creando una corrección exterior o una ética de obediencia exterior a la ley. Pero la enseñanza es que Dios ve el corazón humano, sus ojos penetran a lo más profundo del espíritu. Justamente el Salmo 139 habla claramente acerca de la omnipresencia y la omnisciencia de Dios. Lo que habrá de revelarse llega hasta las zonas más oscuras (Lc. 12:1-3), por eso Dios ve lo que se hace en secreto (Mt. 6:4). La ética del Reino está basada en la persona interior y toma en cuenta lo que está en el corazón. Para Jesús es más importante lo que uno/a es que lo uno/a hace. Por eso la pastoral de Jesús, para apuntar a un verdadero cambio, va a lo profundo. A Jesús no le impresionaban las jerarquías religiosas, ni los status eclesiales. En ese sentido, todas las personas estaban en igual condición.

Porque entendió las intenciones de los escribas y fariseos, pudo operar adecuadamente y responder. Ellos querían probar a Jesús, tenderle una trampa. Ellos no estaban centralmente interesados ni en el hombre que no trajeron, ni en la vida de la mujer que estaba en exposición, ni en la misma ley que querían hacer aparecer como el centro de su preocupación. Ninguno de estos motivos los movió centralmente. Deseaban prender a Jesús. Politizan las leyes y mandamientos de Dios. Su propósito los coloca en un lugar desde el cual se desbarata la posibilidad de comprender plenamente. En realidad, ellos eran los más adúlteros de la historia. Ellos eran seres que escondían su odio bajo la apariencia de apego a la ley. Se movían no por el cuidado y la ayuda que podían ofrecer a la persona que habían traído sino por la violencia de “ajusticiar” a Jesús.

La estrategia de Jesús.

El pasaje que estamos considerando pone énfasis en los gestos de Jesús: él “se presentó... se sentó... se inclinó... comenzó a escribir en la tierra con el dedo... se incorporó... se inclinó de nuevo... siguió escribiendo... se incorporó... miró”. Quienes estaban con Jesús y los que llegaron produjeron actos no menos significativos: “se acercaron a Jesús... llevaron a una mujer... la pusieron en medio del grupo... le preguntaron... lo acosaron con preguntas... se fueron retirando uno a uno comenzando por los más viejos...”. El lenguaje corporal, esto es todo lo visual, que incluye también las miradas, junto con lo que se suele llamar serie auditiva paralingüística de la comunicación (tono de voz, volumen, timbre, ritmo, pausas, etc.) son trasmisores de mensajes no menos importantes que aquellos sonidos que, gracias a un código de significados, constituyen el sistema de la lengua. Para ponerlo en palabras técnicas, las series auditivas paralingüísticas y no auditivas paralingüísticas de la comunicación son canales menos conscientes en términos de emisión y recepción de mensajes –esto es registros de los que nos podemos dar menos cuenta– pero sin duda son importantísimos a la hora de comunicarnos. Más aun, son las maneras primarias que el bebé ensaya su comunicación con el entorno y que siguen funcionando, menos conscientes, en la comunicación del adulto.

Siendo Jesús alguien que mostraba un amoroso interés por la vida de la gente con quien se encontraba, que no se inhibía para encarar diálogos íntimos y significativos, podemos sospechar que usaba estos canales como una vía de acceso a la relación profunda con el otro o la otra. Los canales paralingüísticos de la comunicación son importantísimos en la eficacia (o el fracaso) del diálogo pastoral.

Jesús no contesta en primera instancia. Toda pregunta propone un modelo de respuesta y aquélla venía muy delineada. Cualquier respuesta que siguiera ese lineamiento era mala. La manera de responder preguntas es todo un tema en la entrevista pastoral. Es parte del arte y la técnica de la entrevista.

A veces, puede ser conveniente que el/la entrevistador/a no conteste las preguntas del/a entrevistado/a, al menos tal como se plantean. De esto tenemos ejemplos en el ministerio de Jesús. En las preguntas que se formulan hay ya respuestas encubiertas o aun otras preguntas que no pueden explicitarse. Siempre la pregunta supone una intencionalidad a ser develada. Por eso, frente a las preguntas suele haber más de una posibilidad: devolverla, intentando que la persona vaya esbozando una respuesta o aclarando el sentido de su inquietud. También responder más de acuerdo a lo latente que a la pregunta misma. Aquí va más allá todavía. Intenta crear un momento de silencio que suele ser valioso, si es bien utilizado, pero al que le temen las/os asesoras/es pastorales con poca experiencia. Vivimos el silencio como un bache, que nos pone ansiosas/os, cuando puede ser un momento de encuentro y creatividad tanto para el o la entrevistado/a como para el/la entrevistador/a.

Aunque Jesús no contestó inmediatamente, acompaña el silencio con gestos. Hay personas que escriben mientras conversan con alguien o están en alguna reunión. Esto les permite expresar estados afectivos, conscientes o no, que están viviendo y que tienen que ver con ese momento o con otras situaciones de ellas/os mismas/os. Sin descartar de plano este aspecto, lo que Jesús escribió va mucho más que la mera descarga gráfica. En algunos manuscritos originales se agrega “como si no los oyera”. Pareciera que le resta dramatismo a la situación, relativiza su importancia, desacredita, no acepta el planteo tal como es formulado.

¿Qué habría escrito Jesús en el suelo? El Evangelio de Juan, en la versión que conocemos, no dice nada. En uno de en los manuscritos hay una sugestiva diferencia en el v.8: “Él escribió en el suelo los pecados de cada uno de ellos”; y en el v.9 agrega “y ellos cuando lo escucharon, salieron uno a uno, comenzando desde el más viejo hasta el último”.

Dejémonos llevar por esta escena, aunque más no sea como un ejercicio de imaginación. El más destacado fariseo está en el frente porque de acuerdo a la costumbre oriental el más viejo de la compañía debe estar allí. Este fariseo mira al piso donde Jesús está escribiendo y allí ve que Jesús está haciendo la lista de los más importantes pecados que él ha cometido y de los cuales pensaba que sólo él conoce. Su conciencia se despierta como si fuera iluminada de repente. Él sale rápidamente en medio de la multitud... Jesús borra lo escrito con su mano y vuelve a escribir otra vez. El siguiente fariseo lee y reconoce una escena escondida de su vida y él también se va. Así, hasta que todos los acusadores, uno por uno, han leído sobre la tierra sus propios pecados secretos, dejando a la mujer sola con Jesús. De todos modos, hay un dato significativo. En este pasaje no se usa la palabra gráfein por escribir, sino katagráfein que puede significar escribir una acusación contra alguien (Uno de los significados de katá es “contra”).

La versión de este memorable incidente que acabamos de exponer puede no ser la correcta, pero es interesante en un punto: haya o no escrito Jesús los pecados de cada uno de los acusadores, su acto de silencio y de elocuente juicio envía una llamada de atención para la autoevaluación de cada ser humano. Ya Jesús había advertido: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Mas yo os digo que cualquiera que mira una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”.

Pero ellos insisten con la pregunta procurando mantener el estilo inquisidor del principio. Y aquí Jesús los vuelve a sorprender: “Está bien, apedréenla, pero el acto debe cumplirse de este modo: la primera piedra la debe arrojar el que de ustedes esté sin pecado”. Jesús, como buen terapeuta, tiene una infinita capacidad para producir actos sorpresivos. Los coloca ante una situación imposible, reestructurando de un nuevo modo la situación. El tipo de mensaje, salvando las distancias, es el mismo que el de los carteles de algunos negocios: “Nosotros fiamos sólo a mayores de 90 años que vengan acompañados de sus respectivos padres”. Sin embargo, más profundamente, el mensaje apunta a que no se puede juzgar a otro/a olvidando que el/la juez/a también necesita del perdón de Dios. Sobre este tema ya había hablado en el Sermón del Monte. A partir del “quien esté sin pecado, tire la primera piedra” cada ser humano está compelido a sentarse en un juicio sobre sí mismo. Inmediatamente después de la respuesta de Jesús, no sólo la acusada sino también los acusadores están enjuiciados.

Es más fácil tomar una persona que ha cometido una falta notoria y apuntar con un dedo orgulloso al/a pobre infortunado/a. Proyectar lo negativo o temido sobre los/as demás es un mecanismo ancestral para liberarse de la culpa. Criticar a los/as demás nos hace sentir más virtuosos/as, aunque más no sea mientras lo hacemos. Ha sido una de las parodias de la justicia cuando se ha hecho sufrir a personas que cometieron diferentes tipos de faltas mientras el resto de la comunidad, que a veces era cómplice de tal situación, quedaba liberada y al margen del juicio. Cada falta que un individuo comete señala un camino donde la comunidad está en algún sentido involucrada. “Ayúdanos a entender nuestras culpas, oh Señor” dice una canción del “Cancionero Abierto”. La iglesia está obligada hoy a revisar sus métodos referidos a una pastoral de confrontación con la gente. No hay nadie, cerca de aquel o aquella que es descubierto/a, que quede sin pecado.

Lástima que esta gente era demasiado soberbia para seguir aprendiendo de Jesús a pesar de sentirse “acusados por su conciencia”. El Hijo de Dios los había tocado en lo más íntimo. El Evangelio se encarga de remarcar que “se fueron yendo comenzando desde los más viejos”.

Ahora, Jesús se queda solo con la acusada: Se endereza y mira a su alrededor. En varias escenas del Evangelio se comenta acerca de la mirada de Jesús, que no sólo sirve para explorar sino también como un medio de expresión. “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?”. La pregunta de Jesús tiene un tinte de ironía. Él había sido partícipe y testigo de lo que había pasado. Hasta tienen un cierto humorismo que intenta quitar el dramatismo de la escena anterior que seguramente habría provocado terror en la mujer. Es una ironía que trasmite seguridad en el nivel de metamensaje y que prepara las palabras finales: “Ni yo te condeno, vete, y no peques más”.

La presencia de la mujer en esta historia es muy fuerte, sin embargo ella sólo dice unas pocas palabras. Su acción de adulterio nunca es negada, ni discutida. Ella no pide perdón a Jesús, sin embargo lo recibe, no como un decreto judicial que anule el juicio anterior, sino en un sentido mucho más profundo.

Ella emerge de esta historia habiendo sido amada y cuidada. Es tratada como alguien que no es un objeto sino un sujeto con su propia historia de vida. Se la ve como una mujer que es capaz y responsable por su propia visión. Esto es parte del ABC del asesoramiento pastoral. Ninguna situación personal por la que atraviese la persona puede obviar esta actitud de aprecio, de interés y de poner bien en claro el valor de cada ser humano, más allá de cualquier condición.

Jesús procura restaurar la confianza e impartir esperanza a esta mujer permitiéndole saber que él cree en ella. Otros esperaban de ella que fuera víctima y condenada por su pecado. Él esperaba de ella que lo abandonara. No remarca su pecado para que quede paralizada por la culpa, sino que ilumina un camino posible para que, arrepintiéndose, pueda cesar en su acción pecaminosa y pueda aprender nuevas posibilidades de su conducta.

La autoestima, esto es la conciencia del propio valor y la perspectiva confiada acerca de las propias posibilidades, es condición fundamental para la sanación y el desarrollo de las personas. El tema de la autoestima aparece como tema principal o asociado con otros en la mayoría de los encuentros pastorales. Nadie puede crecer en un clima donde todo es enjuiciamiento. Jesús no minimiza la incorrecta acción de la mujer, pero quería salvar su autoestima y las condiciones necesarias para su propia recuperación y sanidad.

De modo que la mujer puede salir de ese lugar con la conciencia de ser enviada con una misión: “no pecar más”, con la certeza de sentirse conectada y no marginada, con la sensación que se han creado las condiciones para su propia salud. Probablemente todo esto estuvo presente en su silencio. Seguramente ella pudo ver la profunda diferencia, frente a su pecado, entre Jesús y los escribas y fariseos. El contraste entre la culpa condenatoria y destructiva promovida en el comienzo de la historia por éstos, que la llevan como una rea, usada como un objeto para hacer caer a un justo, y la libertad, de la cual ella es portadora, al final de la historia, cuando se le dice “vete, pero no peques más”. No había condenación para ella, sí una nueva oportunidad en su vida. Probablemente las únicas dos palabras que registra el Evangelio hayan expresado la situación de alivio que el encuentro con Jesús le había provocado (pruebe el lector o la lectora decirse a sí mismo/a “Nadie me condenó por...”).

Jesús pone las cosas en el orden correcto, lo que define el efecto de la entrevista: 1) Enfrenta a los acusadores, 2) se dirige a la acusada y la libera; y 3) al final, se ocupa del pecado.

El adulterio es sólo una parte del problema en este encuentro. Si este se hubiese colocado en primer lugar, el resto de las enseñanzas del pasaje hubiesen quedado desteñidas. Jesús no quiere que estemos obsesionados/as por el pecado, sino por la nueva vida en él. He aquí un problema para consejeras/os pastorales: en una entrevista ¿es nuestra prioridad el crecimiento de la persona o el problema del bien y del mal respecto a lo que la persona hace? Este segundo aspecto no puede desligarse del primero.

Porque Jesús tiene sus prioridades no la sermonea. No la trata como una nena mala, por el contrario, ofrece su perdón, intentando energizarla para que ella misma se separe del pecado. Jesús restituye en ella el autorespeto y la autoestima que pisoteaban los fariseos y los escribas. Le otorga su confianza y la confronta con una nueva dirección. Había cometido una acción inaceptable, pero ella no era inaceptable; había cometido una falta, pero ella no era una falta.

Jesús es en sí mismo un agente de la verdadera libertad. Mientras los escribas y los fariseos la mandan a pagar las consecuencias de su pasado, Jesús la abre a un futuro nuevo. Promueve en ella la liberación de su pasado para que no lo repita. Nosotros no sabemos que fue de la vida de esta mujer. El Evangelio pone el final de la historia donde debe ser puesto para nuestro aprendizaje y no para nuestra curiosidad. Ella salió tan rápidamente de la narrativa que aparece en el Evangelio como había entrado. Pero podemos creer, más allá de lo que sucedió después, que esta pastoral de Jesús abrió algún tipo de horizonte en su vida y que ella habrá hecho memoria del suceso más de una vez. Así es la atención pastoral. No siempre sabemos que sucedió después de algunos de los encuentros que tenemos con personas, pero hay intervenciones pastorales que dejan marcado/a al/la otro/a para siempre, aun en aquellos casos cuando la continuación no nos satisfaga plenamente.

Si necesitáramos escenas o pasajes bíblicos para fundamentar una moral única para hombres y mujeres o reivindicar la igualdad de derechos de ambos sexos tantas veces mancillada, aquí podríamos encontrar un ejemplo adecuado. Jesús reivindica el valor de la mujer aun en la condición social más despreciable y condenatoria, así como defendió los derechos y el valor de los niños.

Una pastoral para los fariseos.

Jesús responde primero a los acusadores, pero su postura frente a ellos no es diferente que su respuesta a la mujer. Él los trata con cuidado y sensibilidad. Sabe que le están tendiendo una trampa, pero entiende que ellos también están en una trampa tendida por ellos mismos, por aquellos que los formaron y por estructuras religiosas e institucionales que favorecen tal situación.

Por eso, no reacciona con odio y violencia. Para defender a la mujer no necesitaba destruirlos. Los descalificó como jueces porque estaban en un rol que no les correspondía y los esclavizaba aunque ellos no se dieran cuenta. Además les recuerda sus propios pecados. Lamentablemente, pareciera por el relato, que no se quedaron para el final de la historia. También para ellos había perdón, promesa de no condenación y apertura a un futuro nuevo.

El gesto de Jesús escribiendo en el suelo los dejó sin respuesta. ¿Por qué habrían de salir primero los más viejos? ¿Sería porque tenían las más largas historias? ¿Los que tenían más memoria? ¿Los que tenían más pecados en su haber? ¿O porque se habían puesto más afuera en la ronda acusadora mandando al frente a los más jóvenes? Lo que está claro es que él no hace con ellos lo que ellos hicieron con la mujer. No los expone al ridículo, ni a la pública condenación. También con ellos actuó con amor, sensibilidad y compasión. Él también invitó a ellos a hablar sobre su propia conducta y hacer su propio autoexámen: “El que esté sin pecado que arroje la primera piedra”.

Por eso es un error creer que simplemente Jesús se puso de parte de la mujer. A veces, el ponerse a favor de una parte, en situaciones como éstas, deja afuera a la otra. Jesús intenta una acción pastoral para todos: para la mujer, para los escribas y para los fariseos.
Dos modelos para enfrentar la culpa.

A partir de este pasaje, queda abierta la cuestión del papel del superyó y su visión desde la psicología pastoral y, en relación con ello, el tema de la culpa
[2]. Uno de los elementos que definen al ser humano es su conciencia moral. El sentimiento de culpabilidad es uno de los componentes fundamentales de la vida afectiva. Actúa cuando nuestras acciones son sancionadas por una instancia psíquica llamada superyó. Cuando este reprueba nuestro accionar, produce culpa o desvalorización.

En el pasaje que estamos considerando, encontramos dos modos de resolver esta cuestión. La primera estaría encarnada por la postura de los fariseos y los escribas. Aquí el superyó tiende a ser estático, repetitivo, pegado compulsivamente a una ley que tenía siglos. No puede actuar creativamente ante una nueva situación. Cuando el superyó no es rígido ni repetitivo, puede ser sensitivo y discriminador para analizar y valorar toda situación y, por lo tanto, puede ser dinámico y permitir la innovación.

En el primer esquema la voz del superyó es punitiva, demanda castigo en la convicción que a mayor dureza más virtud. Por ese camino esta instancia psicológica puede ser autodestructiva. Si tomamos en cuenta que el superyó actúa a nivel consciente e inconsciente, podemos concluir que muchas conductas que perjudican de muy distinta manera al individuo deben ser pensadas desde el autocastigo. La culpa pareciera tener la habilidad para mantenerse oculta y producir, desde ese lugar, efectos. La culpa no suele tener misericordia y abusa de su poder y, si bien la ausencia de la misma coloca al ser humano al nivel de lo peor, su accionar no es simple ni suficientemente lógico. No siempre es coherente, pero a menudo es feroz.

Uno de las típicas formas vinculadas a esto es el remordimiento. La etimología de esta palabra es elocuente. Proviene de mordere, vocablo latino del que nacen mordedura, mordacidad, mordaz. Se trata de un intenso sufrimiento respecto a la imagen ideal de sí, donde priva la idolatría a la Ley. El remordimiento une confesión con flagelación. La falta es percibida como una carencia que amenaza la seguridad de la personalidad. El remordimiento es un sentimiento mutilante, regresivo, que le hace perder impulso a lo más positivo que tenemos dentro de nosotros mismos. En este sentido, podemos decir que la obsesión por el pecado es tan perniciosa como el olvido del pecado.

El remordimiento implica un componente de repetición. Pareciera que el sujeto intentara revivir la situación pasada que lo atormenta. Repite la situación, motivo del reproche, buscando en vano resolverla, lo cual no es posible porque ya sucedió, él está muerto respecto a ella. El remordimiento, como toda actitud obsesivamente repetitiva, impide vivir con felicidad.

No siempre la culpa se vincula con una acción inadecuada sino también con una difusa sensación de indignidad que adquiere autonomía e ignora la fuente que la originó. Los estados depresivos pueden ser un ejemplo.

Por eso Jesús se apresura, en el caso de la mujer, a “despegarse” de esta instancia psíquica explicitando su no condenación.

El manejo del reconocimiento de la falta que propone Jesús busca reestructurar el futuro, de modo que lo percibido como valioso sea buscado. “Vete”, le dice Jesús, “y no peques más”. Tal sentido actúa dentro de nosotras/os como una fuente de motivación que anima a percibir y seguir valores superiores de vida, a amar y buscar una vida mejor.

Uno de estos dos modelos puede predominar sobre el otro dentro de nuestro psiquismo. Jesús no sólo libera a la mujer de los fariseos y los escribas, sino que le da una enseñanza implícita para que le sirva en relación con ella misma. Es necesario reconciliar al yo con el superyó para recuperar la autoestima, hace falta que aquel sea más fuerte y este menos sádico.

En este sentido, podemos comprender los problemas con este pasaje desde siglos. A veces, nuestro superyó, como los fariseos, nos hace jugarretas para impedirnos comprender el obrar y la misericordia de Jesús. No sólo nuestros impulsos pueden alejarnos de los caminos de Dios, también el superyó a quien otorgamos especiales honores. No hay que confundir al representante de nuestros padres terrenales con nuestro Padre (y Madre) Celestial.

Mientras los fariseos tienden a lo repetitivo y estático (siempre están en lo mismo), Jesús lleno de amor y de deseo de vida, no sólo para él sino para los demás, resuelve creativamente la situación. Mientras los fariseos y los escribas se quedan siempre a mitad de camino, Jesús completa su acción liberadora. Para un/a asesor/a pastoral no sólo es importante el qué de los valores (qué es bueno o malo) sino el cómo. Creyendo seguir el camino de la virtud podemos estimular patologías. Más aún, es importante ser conscientes de cómo estos dos modelos, representados en el relato por los fariseos y por Jesús, funcionan dentro de cada una/o de nosotras/os.

Lic. Hugo N. Santos (Psicólogo. Escritor) ISEDET 2004

[1] Contratransferencia: Originalmente, se refiere al conjunto de las reacciones del/a psicoanalista frente a la persona del/a analizado/a, y especialmente, ante la transferencia de éste/a. Esta última, alude al conjunto de los fenómenos y procesos psicológicos del/a paciente dirigidos al/a analista y derivados de otras relaciones anteriores. Si bien este concepto aludía, en principio, a la técnica psicoanalítica, en el vínculo terapeuta-paciente, la transferencia existe en todo vínculo humano.

[2] Superyó: Es una de las instancias de la personalidad, de acuerdo a uno de los esquemas de la misma, propuestos por Freud. Las funciones del superyó son, básicamente, tres: la conciencia moral, la autoobservación y la formación de ideales.
 



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