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De la rivalidad y opresión a la igualdad y confianza.

Parte I

Hablar de la «perspectiva cristiana» es hablar de cómo los cristianos perciben, aprecian, valoran y viven la relación hombre-mujer. «Perspectiva» indica la manera en que se percibe un objeto desde una posición dada. «Cristiana» define esa posición: el compromiso con Jesucristo como Señor y el deseo de ser fieles a la revelación bíblica.

Al iniciar este artículo, reconozco que sería utópico esperar que todos nos pongamos de acuerdo sobre el tema; reconozco que existe toda una gama de opiniones, y que cada posición afirma representar la «perspectiva cristiana». Si todos somos cristianos, ¿cómo es que hay tanta divergencia de opinión sobre la cuestión de la relación hombre-mujer en el ministerio y el liderazgo de la iglesia o en la distribución de roles y responsabilidades en la familia? Aunque todos somos cristianos, cada uno forma sus opiniones bajo la influencia de muchos factores variables que constituyen el marco dentro del cual interpreta la Escritura: su formación cultural, la enseñanza que ha recibido de su denominación o su iglesia local, su sexo, su experiencia de vida. Y para los que han estudiado el tema, depende de su hermenéutica: con qué criterios lee e interpreta la Biblia y aplica sus enseñanzas a la vida real.

No cuestiono la sinceridad ni el deseo de ser fieles a la revelación bíblica de los que sostienen posiciones diferentes, pero la realidad exige que estudiemos con seriedad la totalidad de la revelación bíblica para formular lo que humildemente llamamos nuestra «perspectiva cristiana» sobre la relación hombre-mujer. No es suficiente basarla en dos o tres pasajes paulinos, ignorando el panorama más amplio de la revelación bíblica. Tampoco es suficiente conformarnos con una exégesis que puede ser correcta pero que no responde a los desafíos actuales.

1. Hombre-mujer en la Iglesia, la comunidad del Espíritu.

La Iglesia se define como la comunidad del Espíritu Santo, como «la nueva humanidad». Es la presencia del Espíritu la que toma un grupo de individuos y forma con ellos una comunidad solidaria que, mediante su estilo de vida y su testimonio hablado, lleva el mensaje del Evangelio a todos los rincones del Imperio Romano. Esta comunidad comienza a tomar forma consolidada el día de Pentecostés como la conjunción de dos realidades: 1) el seguimiento de Jesús como Señor de parte de los que habían compartido con él su vida, muerte, resurrección y ascensión; y 2) la presencia del Espíritu Santo de manera nueva en su vida personal y comunitaria. Cada uno de estos elementos apunta a una nueva relación hombre-mujer en esta nueva comunidad cristiana, característica de la nueva humanidad.

1. El seguimiento de Jesús. De la vivencia con Jesús sus discípulos —hombres y mujeres— habían experimentado y aprendido una nueva relación entre los sexos, distinta de la común en la sociedad judía. Habían visto que Jesús valoraba a las mujeres, usaba su poder para sanarlas, ilustraba sus enseñanzas con ejemplos comunes de su vida diaria, las incluía en su grupo de seguidores, aceptaba su ayuda económica y material (Lc 8.1ss.), les enseñaba verdades espirituales profundas (Jn 4). ¡Hasta enseñó a Marta y María que era más importante escuchar sus palabras que cocinar, y confió a las mujeres la primera noticia de su resurrección! En su trato con las mujeres, Jesús desafió las convenciones de su sociedad hasta el límite, pero sin entrar en conflicto sobre cuestiones que no eran esenciales a su misión. Estos seguidores de Jesús, hombres y mujeres, aprendieron también un nuevo estilo de vida modelado en el significado de la vida y la muerte de su Maestro: «Ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos» (Mr 10.45). Así sus seguidores aprendieron el valor de cada ser humano, hombre y mujer por igual, y su lugar en el grupo de los seguidores de Jesús; así estaban preparados para el próximo paso en la formación de la nueva comunidad.

2. El Espíritu Santo. Después de la ascensión de Jesús, la llegada del Espíritu Santo a los miembros del grupo de sus seguidores produjo en ellos un cambio radical y sentó las bases de la vida comunitaria de la iglesia. Con las palabras del profeta Joel, Pedro explicó el evento: El Espíritu llega con poder y, entre otras señales, «profetizan» hombres y mujeres («los hijos y las hijas», «mis siervos y mi siervas», Hch 2.17 y 18 citando Joel 2.28–32). Es significativo que aún en tiempos de Joel se preveía que en la «nueva humanidad» del Espíritu hombres y mujeres por igual comunicarían los mensajes de Dios al pueblo.

Es significativo, también, que los escritores de las epístolas apostólicas del Nuevo Testamento nunca discriminan entre dones espirituales reservados para los hombres a diferencia de los dados a las mujeres (cf. Ro 12, 1Co 12, Ef 4, 1Pe 4). Los dones del Espíritu no tienen sexo ni género. Como la gracia de Dios provee un solo camino de salvación para hombres y mujeres, tanto como para judíos y gentiles, amos y esclavos (Ga 3.26–4.7), por gracia el Espíritu da sus «dones de gracia» (carismata) a todas las personas que entran por ese camino (1 Co 12.7; 1 Pe 4.10). Y su relación con Jesucristo como Señor demanda que toda persona cristiana sea buena administradora de la gracia que ha recibido, utilizando su don de gracia en el servicio de los demás. Hay una variedad de dones, los cuales Pedro resume en dos categorías: hablar y servir; pero no reserva el primero (hablar) para los hombres y el segundo (servir) para las mujeres. En Hechos y en las epístolas se encuentra una comunidad de creyentes en la cual hombres y mujeres experimentan la misma reconciliación con Dios, ejercen los mismos dones en su servicio, con gozo dan testimonio de su fe y a veces pagan con su vida (Hch 1.14, 8.3, 9.2; Ro 16; Fil 4.2s., etc.).

2. Hombre-mujer en el plan de Dios.

La nueva humanidad es una nueva realidad, una nueva relación entre hombres y mujeres, creadas por Jesucristo en su vida, muerte y resurrección, y por la acción del Espíritu Santo en la vida de sus seguidores. Surge ahora una pregunta: ¿Por qué era necesario algo nuevo? ¿No hay un «orden de creación» vigente?

Mi tesis es que esta nueva relación hombre-mujer no es tan nueva: en Jesucristo y en su Iglesia, como señal del Reino de Dios, se restaura la relación establecida por Dios en la Creación, una relación de igualdad, complementariedad y mutualidad, pero una relación quebrantada por el pecado y necesitada de restauración.

1. Génesis 1. Los fundamentos de esta relación se describen en el libro de Génesis. Del primer capítulo (1.26–30; cf. 5.1 y 2) surgen varios principios: 1) la humanidad («hombre» en sentido genérico, o «criatura de la tierra») es una creación directa de Dios, creada a su «imagen y semejanza»; 2) esta humanidad fue creada en dos sexos distintos: hombre y mujer, iguales pero no idénticos, los dos son portadores de la imagen y semejanza de Dios; 3) los dos recibieron la bendición de Dios, quien les habló directamente; 4) los dos también recibieron el doble mandato de parte de Dios: la procreación de la humanidad («Sean fructíferos y multiplíquense») y la representación de Dios mismo en el ejercicio de la mayordomía y autoridad sobre la naturaleza («dominen» o «ejerced potestad»).

No hay ninguna indicación de que la mujer tiene mayor responsabilidad en la esfera de la reproducción, o que el hombre es el único responsable para cumplir con lo que se ha llamado «el mandato cultural», el desarrollo de los recursos naturales y culturales. Los dos comparten la misma naturaleza espiritual y la misma relación con Dios; son igualmente responsables ante Dios. Su existencia como ser humano creado a la imagen de Dios trasciende la especificidad de su sexo; su realización como ser humano depende del cumplimiento de su vocación como persona en obediencia a Dios.

Convendría aquí hacer dos aclaraciones. 1) Dios, el creador del sexo, trasciende toda polaridad sexual. Aunque se han usado formas gramaticales masculinas para referirse a Dios, no se puede afirmar que Dios es masculino. Dios es Creador, no procreador, de la raza humana. En su persona se combinan características que hoy día denominamos o masculinas o femeninas, pero esto simplemente refleja conceptos de nuestra cultura. 2) Génesis 1 no deja lugar a dudas acerca de la diferenciación sexual de la humanidad: igualdad no implica identidad. Aunque por encima de su sexualidad está su humanidad, esta humanidad está compuesta de dos personas distintas, complementarias, necesarias la una para la otra, pero iguales en esencia y responsabilidad ante Dios.

2. Génesis 2. Si el segundo capítulo de Génesis pinta otro cuadro de la relación hombre-mujer en la creación, no puede contradecir las verdades reveladas en el primer capítulo. Los énfasis del capítulo 2 tocan la relación hombre-mujer, proveyendo una base para el matrimonio. Este cuadro destaca varios elementos: 1) la importancia del compañerismo (la mujer es la respuesta a la soledad del hombre); 2) la identidad de sustancia física («Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne...»); 3) las dos personas como dos versiones de la misma humanidad, la femenina y la masculina («Se llamará ‘mujer’ [ishshah] porque del hombre [ish] fue sacada»); 4) el fundamento y descripción del matrimonio como unión y comunión en que los dos «se funden en un solo ser» (2.24 NVI).

Dos observaciones sobre este relato merecen comentario: 1) El hecho de la formación del cuerpo del varón primero no da pie a la teoría de la superioridad masculina; nadie afirmaría que los animales son superiores al hombre por haber sido formados primero. 2) Tampoco se puede considerar a la mujer como subordinada al hombre por la manera en que se le llama «ayuda idónea». El término traducido «ayuda» (ezer, «socorro») se refiere en la mayoría de los casos a Dios, quien acude en socorro de su pueblo. Pero en este caso la ayuda no vendría de arriba, sino de una persona igual a él (kenegdo, apropiado, correspondiente a él), una que estaría a su lado como su complemento.

De Génesis 1 y 2 surge el cuadro de la creación de la humanidad (el Hombre) en dos sexos distintos, complementarios, iguales ante Dios y entre sí, ambos bajo la responsabilidad de obedecer a Dios. Es este cuadro que debe ser restaurado en la vida y en la vivencia de la Iglesia y la familia cristianas.

3. Hombre-mujer bajo el régimen del pecado.

Ahora surge la pregunta: ¿Por qué no se ha vivido esta igualdad en las relaciones hombre-mujer? ¿Por qué hablar de «restauración»? Cuando los seres humanos cuestionaron la autoridad de Dios y desobedecieron su mandato (Gn 3), se quebró la relación íntima entre el Creador y sus criaturas, y a la vez se rompió la relación de mutualidad y confianza entre el hombre y la mujer, causando rivalidad y opresión. La fractura de la relación produce varios resultados: 1) el sentido de vergüenza y vulnerabilidad (3.7); 2) la tendencia a no asumir la propia responsabilidad, sino esconderse y después echar la culpa al otro (3.8, 12–13); 3) el doble sufrimiento a que la mujer se ve sujeta: el dolor en el parto y la dominación de parte del hombre (3.16); 4) la maldición de la tierra (3.17–19). La palabra de Dios a la mujer es simplemente una descripción de lo que le aguarda en el futuro; no es una maldición dirigida a la mujer. Dios sabía cuáles serían las consecuencias de la desobediencia.

La historia humana y todas las culturas muestran los resultados del rechazo de la autoridad de Dios sobre la pareja humana y la ruptura de la relación de igualdad, mutualidad y complementariedad entre el hombre y la mujer. Aun la «cultura bíblica» está marcada por el pecado: la prostitución, la poligamia, el harén del jeque oriental, el patriarcado, el machismo basado en la teoría de la superioridad masculina y la subordinación de la mujer. Las leyes del Antiguo Testamento, dadas para fijar límites al pecado, y aun la religión judía, con la práctica del sacerdocio exclusivamente masculino, responden a las condiciones de vida bajo el pecado. Vivimos bajo Génesis 3, no Génesis 1.

Muchos hombres han aceptado una interpretación de la Biblia que los lleva a ejercer un autoritarismo que no es bíblico, imponerse como «jefe del hogar», considerarse «sacerdote» de la familia, imponer una falsa autoridad sobre su esposa e hijos, y hasta caer en la violencia doméstica. En otra esfera, el hombre ha negado a las mujeres la oportunidad de ejercer sus dones en muchas áreas de servicio en la iglesia. ¡Hasta en la traducción de la Biblia se puede detectar el prejuicio masculino!

Sin embargo, no podemos dar la impresión de que la mujer ha sido una víctima inocente. Al rechazar la autoridad de Dios, ella ha entregado al hombre (o a su marido) lo que debía entregar solo a Dios: su deseo, su voluntad, la orientación y control de su vida; ha colocado al hombre en el lugar de Dios. En el ámbito cristiano, la mujer ha encontrado una posición muy cómoda en la enseñanza de que su marido es sacerdote del hogar y, en última instancia, el único responsable ante Dios. Además, aun el feminismo es consecuencia del pecado si fomenta el espíritu de división, rivalidad y competencia con los hombres, o si intenta borrar toda diferencia entre los sexos, negando su complementariedad. Esta breve reseña de las condiciones de la relación hombre-mujer bajo el poder del pecado hace clara la necesidad de la restauración de la igualdad y la mutualidad de la relación según el plan de Dios.

4. Conclusión.

Nuestra conclusión es que en la Iglesia de Cristo -el Cristo que vino al mundo «para quitar nuestros pecados» y «para destruir las obras del diablo» (1Jn 3.5 y 7)- se puede y se debe superar los efectos del pecado y vivir la restauración de la relación hombre-mujer según la intención de Dios en la Creación: una sola humanidad bajo la soberanía de Dios, dividida en los dos sexos. Una comunidad en la cual personas de los dos sexos se relacionan como hermanos y hermanas, de igual a igual; que se complementan mutuamente, que se sirven mutuamente con el uso de sus dones y capacidades. Una comunidad en que se practica el sacerdocio de todos los creyentes: hombres y mujeres, «clérigos» y «laicos». Una comunidad unida que vive y testifica en el poder del Espíritu Santo.

Parte II

Diez tareas para que la iglesia viva esa realidad.

La rivalidad y opresión son evidencias de la naturaleza pecaminosa y de la falta de madurez espiritual. En la primera parte de este trabajo se formula una «perspectiva cristiana» sobre la relación hombre-mujer. Para ello hice una reseña bíblica de las condiciones de esa relación en la comunidad del Espíritu, en el plan de Dios y bajo el régimen del pecado. Estas tres condiciones las resumimos a continuación:

La nueva comunidad del Espíritu -la iglesia- se forma con base en dos realidades: El seguimiento de Jesús por parte de sus discípulos y la presencia del Espíritu Santo de manera nueva en sus vidas. Cada uno de estos elementos apunta a una nueva relación hombre-mujer en esta nueva comunidad, que es su característica distintiva.

1. Los seguidores de Jesús aprendieron una nueva relación entre los sexos, distinta de la común en la sociedad judía y un nuevo estilo de vida modelado por la vida y muerte de su Maestro: el servicio. Eso los preparó para la formación de la nueva comunidad. Ellos vieron a Jesús tratar a las mujeres con dignidad e igualdad.

2. Es por la presencia del Espíritu que hombres y mujeres por igual experimentan la misma reconciliación con Dios y ejercen los mismos dones en su servicio. Además forman parte de un solo cuerpo donde juntos reflejan la imagen de Dios. Según el plan de Dios, la nueva relación hombre-mujer es la misma establecida por Él en la creación pero restaurada ahora en Jesucristo y en su Iglesia, como señal del Reino de Dios. De Génesis 1 y 2 surge el cuadro de la creación de la humanidad (el Hombre) en dos sexos distintos. Entre ellos existe una relación de igualdad, complementariedad y mutualidad, y ambos tienen la responsabilidad de obedecer a Dios. Es este cuadro que debe ser restaurado en la vida y en la vivencia de la Iglesia y la familia cristiana.

Esta relación bajo el régimen del pecado se quebró igual que la relación íntima entre el Creador y sus criaturas. Esta fractura degeneró la relación de mutualidad y confianza entre el hombre y la mujer, y la convirtió en rivalidad y opresión. Las condiciones de la relación hombre-mujer bajo el poder del pecado hacen clara la necesidad de restauración de la igualdad y la mutualidad de esa relación según el plan de Dios. En la redención que hay en Jesucristo, el régimen de pecado, el viejo modo de ver y actuar deben ser deshechos y una renovación de mente y prácticas debe prevalecer.

¿Cuáles son las implicaciones de estas verdades para la iglesia? Avancemos un paso más para determinarlas. Por eso les ofrezco a continuación diez tareas exegéticas y hermenéuticas para que la iglesia evangélica en América Latina pueda romper la esclavitud cultural del pecado y desarrollar en su práctica la realidad de la igualdad y la unidad hombre-mujer en Cristo.

1. Fomentemos el estudio de la enseñanza bíblica sobre la perspectiva cristiana de la relación hombre-mujer. Pero que este sea siempre en grupos de hombres y mujeres juntos. Reconozcamos que la iglesia, compuesta de personas de ambos sexos, es la comunidad que puede interpretar, comprender, actualizar y vivir la Palabra, bajo la guía del Espíritu Santo. La «comunidad hermenéutica» necesita el aporte de los dos sexos. De esta forma, con sus características y dones diferentes, juntos hombres y mujeres podrán descubrir la voluntad de Dios, arrepentirse del pecado de machismo y construir relaciones nuevas.

2. Reconozcamos la autoridad de la revelación bíblica. También reconozcamos la falibilidad de nuestras interpretaciones y aplicaciones, fácilmente condicionadas por nuestra cultura humana bajo la influencia del pecado. Tomemos conciencia de que vivimos bajo Génesis 3, no Génesis 1. Enfaticemos la importancia del trabajo serio de exégesis del texto bíblico antes de hacer las aplicaciones a nuestra situación. Pero que este siempre sea con el interés de entender el significado de un texto en su contexto, de acuerdo con la intención del autor. Ejemplo: En una pequeña iglesia en un barrio pobre, escena de mucha violencia familiar, escuchamos un sermón sobre el programa de Dios para la familia —basado en las palabras de Dios a la mujer, en Génesis 3.16: «...él se enseñoreará de ti». La idea central era que el ejercicio de la autoridad por parte del esposo sobre la esposa es la voluntad de Dios. ¿Es una interpretación legítima? Un estudio más cuidadoso indica que en este versículo Dios describe lo que él sabe serán las consecuencias de la presencia del pecado en la relación hombre-mujer. Es una descripción de lo que vendrá; no es una expresión de la voluntad de Dios.

3. Aprovechemos la riqueza de versiones de la Biblia a nuestra disposición. Nunca dependamos únicamente de una sola traducción, limitándonos a la interpretación de los traductores de esa versión. Reconozcamos que la mayoría de las traducciones (con la excepción de las sectarias) representan un esfuerzo honesto por entender el sentido del texto bíblico en su contexto y expresar ese sentido en términos que comuniquen la verdad al lector moderno. El uso de varias versiones nos abre un panorama amplio de significados y nos protege del dogmatismo no bíblico basado en unos pocos términos que pueden tener otros significados. Además, las versiones modernas son la traducción del texto basado en manuscritos mucho más antiguos y de mayor valor que los usados, por ejemplo, en la versión de Reina y Valera.

4. Reconozcamos que las presuposiciones culturales acerca de la mujer han influido en la traducción de la Biblia. Por eso, en el futuro, será importante incluir a más mujeres en equipos de traducción bíblica para evitar traducciones (aun inconscientemente) «machistas». Ejemplo:
• Como lo hace la mayoría de los idiomas, el griego y el español emplean las formas gramaticales masculinas con significado inclusivo, y el género gramatical a veces no corresponde al sexo: «hermanos» incluye a las hermanas también; una «persona» o un «individuo» puede ser hombre o mujer; «alguno» traduce un pronombre que puede ser masculino o femenino, etcétera.
• La inclusión de las palabras «señal de» en 1 Corintios 11.10 representa la convicción de algunos traductores de que Pablo simplemente no puede haber dicho lo que su texto dice: que «la mujer debe tener autoridad (poder, potestad) sobre la (su) cabeza». Por eso muchas versiones han invertido el sentido claro de las palabras, agregando dos palabras que simplemente no aparecen en el texto original.
• La traducción «silencio» en 1 Timoteo 2.11 y 12 («la mujer aprenda en silencio...») muestra que algunos traductores han escogido una acepción de la palabra cuando se aplica a las mujeres, pero en otros contextos traducen con otros términos («reposadamente», 1 Ti 2.2; «tranquilidad», 1 Ts 4.11; «sosegadamente», 2 Ts 3.12). La traducción por palabras que expresan ideas de calma, tranquilidad y paz expresan mejor el sentido del término en todos estos contextos y en Hechos 11.18 y 21.14. Además, por el peso dado a la palabra «silencio», muchas veces se pierde la fuerza del mandato principal: «Que aprenda la mujer...»
• La descripción de Febe (Ro 16.1–2), «ella ha ayudado...» no hace justicia a la fuerza de la palabra con que Pablo se refiere a ella: líder, benefactora, protectora.
• Sería útil de alguna manera mostrar la distinción, en términos generales, entre las dos palabras griegas normalmente traducidas «hombre»: anthropos, «hombre» genérico, «persona», ser humano sin distinción de sexo; y aner, persona de sexo masculino.
• La cuestión de «lenguaje inclusivo» es muy difícil en español y otros idiomas que utilizan la forma masculina en sentido genérico. Ejemplo: el pronombre recíproco allelous, que normalmente se traduce «unos a otros», incluye a hombres y mujeres. ¡No tendría sentido, a cuenta de usar lenguaje inclusivo, traducirlo, cada vez que aparece, en las siguientes formas: «unos a otros», «unas a otras», «unos a otras» y «unas a otros»!

5. Busquemos respuestas a la cuestión de la relación hombre-mujer en el contexto amplio del plan total de Dios: la Creación, la Caída, la redención en Cristo, la Iglesia. No insistamos en basar la doctrina y la práctica de la iglesia en dos o tres versículos aislados. Ejemplo:
• Fijar límites al ministerio de las mujeres en la iglesia basándose en dos versículos: «las mujeres... se callen...» (1Co 14.34) y «la mujer... en silencio...» (1 Ti 2.11–12) pasa por alto pasajes en los cuales es implícita la participación femenina en el ministerio:
-En los evangelios, los relatos de la participación de las mujeres en el ministerio de Jesús (Lc 8.1–3; 24.1–10, 22, etc.), aunque los apóstoles eran todos hombres, sin duda por razones de la cultura de la época y sus raíces en el Antiguo Testamento.
-La importancia de la mujer en las parábolas de Jesús.
-En la iglesia primitiva, desde el día de Pentecostés, a lo largo del relato de Hechos, las mujeres están al lado de los hombres: a veces ministrando juntos (Hch 18.26), a veces sufriendo persecución juntos (8.3, 9.2).
-1 Corintios 11, donde Pablo da por sentado que las mujeres participan en la reunión con profecía y oración.
-Las listas de saludos en las epístolas, especialmente las de Pablo, en las cuales se mencionan a las mujeres con la misma descripción que a los hombres: «colaboradoras» y «colaboradores», compañeros de trabajo (Ro 16; 1 Co 16.16; Fil 2.25 y 4.3; etc.).
• Interpretemos los pasajes que hablan de la sumisión de la esposa a su marido a la luz de pasajes como 1 Corintios 7, en que Pablo habla claramente de la igualdad de derechos de los dos cónyuges en el matrimonio y la igualdad de responsabilidades de los dos en la conducción de la familia.

6. Aprendamos a estudiar el texto bíblico como lo escribió el autor, siguiendo su argumento expresado en oraciones, párrafos, etcétera. Leamos la Biblia como se lee otra literatura, siguiendo las leyes y normas de la comunicación escrita: el uso de construcciones gramaticales, recursos literarios, imágenes, vocabulario, etcétera. Evitemos apelar a versículos aislados de su contexto. Ejemplo: Se habla mucho de la sumisión de la esposa en la interpretación de Efesios 5, sin tomar en cuenta que las palabras del versículo 22 (dirigidas a las esposas) tienen sentido solo en un contexto de sumisión mutua en la comunidad cristiana («sométanse unos a otros», v. 5.21), y que esta relación es una de las consecuencias de ser «llenos del Espíritu Santo» (v. 5.18). Muchas veces tampoco se toma en cuenta el resto del párrafo, el cual muestra que la responsabilidad del esposo en su manera de vivir la sumisión mutua es mucho mayor. Él debe ejercer el amor-entrega siguiendo el ejemplo de Cristo.

7. Estudiemos el vocabulario, aprovechando el trabajo de eruditos en lingüística, etcétera, para no derivar nuestra doctrina y nuestra práctica del sentido parcial de unas palabras. Ejemplo:
• Para otra connotación de «silencio» en 1 Ti 2.11 y 12, ver tarea 4, arriba.
• El término traducido «ejercer autoridad» o «ejercer dominio» en la prohibición de 1 Timoteo 2.12 es una palabra que no se usa en otro lugar en el Nuevo Testamento. Con esa restricción del uso es casi imposible afirmar el sentido exacto que tenía para Pablo. No es la misma palabra que se usa normalmente para expresar la autoridad legítima, como la del gobernante (Ro 13). De hecho, el Nuevo Testamento no prescribe tampoco ninguna jerarquía de autoridad masculina en la iglesia; al contrario, Jesús y los apóstoles advierten contra todo autoritarismo. El liderazgo es responsabilidad de los miembros maduros de la comunidad, en cuya vida la iglesia reconoce los dones apropiados y un ejemplo digno de imitar (Cf. 1 P 5.1–4; Mr 10.43–45; 1 Co 12; etcétera).
• Tengamos cuidado de no dar al uso figurativo de la palabra «cabeza» una interpretación normal en castellano (y otros idiomas como el hebreo y el inglés) —la idea de que «cabeza» significa «jefe», «el que manda». Esa idea es muy rara en el griego. La figura de «cabeza» en Efesios 5 habla de la unidad de los esposos bajo la figura de la unidad cabeza-cuerpo. A esta idea apuntan las palabras de Pablo y la cita de Génesis 2.24. La manera de hacer efectiva esta unión o unidad de esposo y esposa incluye la sumisión mutua: sumisión de parte de la mujer, y amor-entrega, cuidado y sacrificio de parte del hombre.

8. Aprovechemos los resultados de estudios recientes e intentemos conocer aspectos de las diferentes culturas de la época bíblica para comprender la manera en que los cristianos se relacionaron con su medio. Para comprender los pasajes con instrucciones para los matrimonios cristianos, por ejemplo, debemos entender las condiciones de vida de la mujer en la sociedad pagana y apreciar las tensiones que vivía. Ejemplo:
• «Las mujeres... se callen» (1 Co 14.34). Si Pablo escribió estas palabras (y hay eruditos evangélicos que piensan que no son de Pablo), es probable que tenía en mente el testimonio de la iglesia en su sociedad. Su preocupación era que la iglesia cristiana se diferenciara de los cultos paganos con sus orgías extáticas, en las cuales participaban mayormente las mujeres en una de sus pocas actividades fuera del hogar. En el versículo 14.23 desafía a los creyentes a que eviten dar oportunidad para la crítica.
• «Están locos». La expresión traducida «estar loco» también significa «estar fuera de sí» o «estar poseído de furor báquico». En otras palabras, que eviten la acusación: «¿No es igual al culto de Baco?», refiriéndose a las orgías en honor a Baco, el dios del vino.
• Las instrucciones de los apóstoles se encuadran en un marco cultural muy diferente del nuestro. Todos somos llamados a vivir la contra-cultura cristiana, pero dentro de ciertos límites culturales, para dar un testimonio positivo y relevante. El caso en Corinto fue evitar acusaciones que identificaran a la iglesia con los cultos paganos, etcétera. (Cf. 1 Co 14.34–35, Ef 5.22ss., etcétera.).
• En cuanto a las instrucciones acerca del matrimonio, tenemos una doble tarea: 1) encontrar los principios detrás de las aplicaciones específicas para los creyentes que vivían en la sociedad del primer siglo, y 2) llevar esos principios a la práctica en modelos de vida matrimonial que tendrán el mismo efecto en nuestra cultura.

9. Pongamos en práctica nuestra teología del sacerdocio de todos los creyentes (y no de solo una parte de ellos, los hombres). Ejemplo: Varias de las así llamadas «autoridades» sobre temas de familia enseñan que el esposo es sacerdote de la familia. Rechacemos esta idea, sobre la base de 1 Pedro 2 y el tenor de todo el Nuevo Testamento, especialmente la epístola a los Hebreos. A diferencia del tiempo del Antiguo Testamento, en Cristo no tienen significado todas las distinciones humanas de raza, sexo y clase social (Gá 3.28).

10. Reconozcamos, como hombres y como mujeres, que todos, esposos y esposas, tenemos nuestra responsabilidad en la familia. Si tradicionalmente se ha dado al hombre la tarea de cumplir con el mandato cultural (el cuidado de la naturaleza y la cultura) y a la mujer el cuidado de la familia, afirmemos que Dios dio ambos mandatos a ambos sexos. Tengamos cuidado de mantener estos dos mandatos en equilibrio. Apelamos a los hombres a tomar en serio su responsabilidad como esposos y padres. A las mujeres atadas a los quehaceres domésticos con restricciones tradicionales, apelamos a que comiencen a valorarse como personas capaces de cumplir con el «mandato cultural». A las mujeres embellecidas con las nuevas oportunidades que les ofrece una carrera en el mundo o la participación en el «ministerio» fuera del hogar, apelamos a que busquen el equilibrio y que no desprecien el «ministerio» de cuidar a sus hijos y encaminarlos en el seguimiento de Cristo.

Conclusión.

La iglesia cristiana primitiva ofreció a las mujeres nuevas oportunidades, dándoles libertad y participación; así plantó las semillas de la restauración de la igualdad con los hombres. La mujer y el hombre entran en relación con Dios sobre la misma base de fe en Cristo muerto y resucitado. Los dos, mujer y hombre, por igual reciben al Espíritu Santo y sus dones. Esta igualdad, expresada en esas dos realidades, debería manifestarse en la práctica de la vida de la comunidad cristiana. Las únicas restricciones sobre la participación de la mujer -y del hombre- deberían ser ciertas limitaciones de su libertad condicionadas por su cultura. Limitaciones que se acepten con el propósito de contribuir a la edificación de la iglesia, su testimonio en la sociedad y la proclamación del evangelio de una manera comprensible en esa cultura. Se requiere mayor estudio y reflexión para que la iglesia contemporánea comprenda los principios universalmente válidos de la enseñanza del Nuevo Testamento. Estos principios deber ser diferenciados de las aplicaciones culturales en el primer siglo. Esto nos permitirá vivir creativamente la tensión entre la libertad en Cristo y las limitaciones y sacrificios aceptados voluntariamente para el avance del evangelio hoy.

Dra. Catalina Feser (Teóloga. Educadora)
Adaptado con permiso de “La relación hombre-mujer en perspectiva cristiana”, CLADE IV - Panel, por Catalina Feser de Padilla y Elsa Támez, Ediciones Kairós, Buenos Aires, Argentina, 2002, pp. 9-30. Publicado en Desarrollo Cristiano-Apuntes Mujer Líder, ediciones julio-setiembre y octubre-diciembre de 2003.
 



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